28.4.06

Secretos

Uno solo venciendo tu mirada,
uno solo que guarde mi desnudo
del sol de tus abrazos.
Cada día uno solo nada más
añadiendo otro velo a mi misterio.
Sentir tu búsqueda constante
erizando mi piel y tu sorpresa.
Nuevo siempre el telón
de un escenario que te aguarde.
Nuevo siempre el aliento
que custodie tus párpados
de la manida imagen, del cansancio
y de toda palabra ya sabida.
Un hastío vencido día a día,
una lenta tortura encantadora
de un amor condenado
a nunca ser del todo poseído
ni nunca ser capaz de poseer del todo.


(A escasas horas del vuelo que me llevará a los Países Bajos hasta el miércoles os dejo mi pequeña reflexión de hoy: ese deseo de ser profundísimo e inacabable en los ojos que nos miran y que el amor o la amistad hace sedientos.
Como pago insuficiente al hecho profundo e inmerecido de mirarnos.)

27.4.06

Mi padre

Yo tenía poco más de veinte años cuando murió mi padre inesperadamente, casi como una traición a los que aquí quedamos. Y no fue entonces propicio el tiempo para valorar el hueco que su humanidad dejaba en mi dudosa madurez. Fácil de entender si se considera que mi madre se quedó con ocho hijos (todos varones, yo el segundo) como lastre y gloria de una sarta de edades desde los ocho a los veintidós.
Fue entonces bastante tratar de sobrevivir: primero la ayuda de un tío y de una prima huérfana de madre y abandonada por su padre, que vivían con nosotros. Hasta que el mayor acabó Medicina y pudo continuar la consulta de mi padre –también médico. Luego, poco a poco, todos fuimos arrimando el hombro hasta independizarnos.
Cuando ya todo quedó tranquilo tras ese tiempo inexplicable empecé a sopesar lo que tantas veces oí a mi madre: “Murió antes de haber vivido”. Y es que mi padre se quedó en proyecto. Salía a hacer las visitas a domicilio a sus enfermos antes de que nos fuéramos al Colegio y volvía justo para comer y pasar consulta en casa toda la tarde hasta que al anochecer hacía las cuentas de ingresos y gastos con mi madre y se acostaba. No recuerdo que nunca se tomara unas vacaciones.

Mi padre me marcó más por el misterio que lo envolvía y la vida que se perdió que por su contacto conmigo. No es difícil de entender si resumo cuatro de aquellos contactos en diferentes momentos de mi vida:

1- Yo debía tener por entonces siete u ocho años. En una fiesta familiar vi a algunos fumando (en casa nadie fumaba) y me empeñé en que yo también quería fumar. Tanto di la lata que mi padre me dijo: “¿Me das tu palabra de fumarte uno entero?”. Y yo: “Por supuesto”. Pidió entonces un pitillo y me llevó a una habitación aparte. Lo encendió, me lo puso en la boca, me tapó la nariz y me dijo: “Respira hondo”. .. Fácil de imaginar ¿no?. Me mareé, devolví, me puse amarillo... Pero mi padre insistió: “Diste tu palabra.. Así que tienes que acabarlo”. Yo asentí con un hilo de voz: “Por supuesto”. El pitillo, entre toses y vómitos, se acabó después de un tiempo interminable y con él se sentenció por siempre mi odio al tabaco. Y también mi convicción de que yo era tan tozudo como él implacable.

2- Un día –no tendría aún los doce años- me llamó a la habitación que hacía las veces de clínica, en donde tenía su pequeño laboratorio y me dijo: “¿Me ayudas? Es muy fácil”. Sacó el microscopio (hoy lo tengo yo. Lo guardo como una joya: un aparato de hacia 1930 con una óptica y mecánica impecables). Me enseñó a enfocar y a mirar en él. Sacó una muestra que había tomado a un paciente, la extendió en el porta, la tiñó, le puso el cubre, la colocó a mínimos aumentos y me dijo que enfocara y que fuera cambiando de objetivos hasta llegar a la máxima resolución. Colocó entonces bajo el objetivo una gota de aceite de cedro y me dijo: “Ahora enfoca, olvídate del tiempo y mira despacio mientras giras este tornillo lentamente. Si ves algo parecido a esto (hizo un dibujo) habrás visto por primera vez un bacilo de Koch”. No puedo recordar el tiempo que pasé embelesado con aquella investigación. Sólo sé que lo vi y que no recuerdo haber tenido jamás mejor regalo que aquel hallazgo y aquella confianza con que mi padre me trató como a una persona mayor.

3- “¿Te leo un cuento” –me dijo. “Sí” – le respondí extrañadísimo de algo tan inusitado para su habitual distancia. Entonces me leyó la parte final de un relato breve de un autor que más tarde creo haber identificado como Turguéniev, aunque no he vuelto a leerlo. Su sentido era el siguiente: “Alguien no puede dormir porque el vecino de arriba no para de andar con paso lento e interminable arrastrando los pies. Cuando ya no puede más sube a quejarse y se encuentra... con un padre paseando el cadáver de su hijo pequeño recién muerto”. Cuando terminó ya se le quebraba la voz. Yo, por mi parte, anoté en mi extrañeza aquel rasgo, para mí desconocido, de mi padre. ¿Qué extraño sentimiento podría hacer que un padre leyera algo tan triste a su hijo de diez años?

4- Otro día –y ya acabo- cuando ya quizás presentía su fin próximo, me abrazó (Yo no salía de mi sorpresa porque él siempre rehuía el contacto físico) y me dijo: “Hijo. La vida se vive sólo una vez. No la pierdas como yo”. Nunca he podido saber a qué se refería. Quizás fuera algo parecido a lo que yo a veces también siento cuando pienso en lo que se es y lo que se podría haber sido.


No sé por qué mis pensamientos me han llevado hoy hasta él. Quizás sea porque uno a veces se siente presa del destino inevitable de acabar siendo un sentimental cuando ya no le quede tiempo para dejar de serlo o para disfrutarlo.
Aunque nadie me podrá quitar la venganza contra mí de dejarlo hoy aquí dicho.

25.4.06

Recórreme

Quiero ser la distancia que recorras,
el ámbito en que busques mis secretos.
Para ello voy midiendo
el espacio minúsculo del aire
de los días cada día,
esa grieta liviana que nos dice
que las cosas no son como ayer fueron
y que quien las contempla
sepa que el tiempo ha transcurrido.
Por eso voy haciendo una llanura
entre el orto del sol y cada ocaso
para que tú solo la surques
buscando el horizonte
que yo voy dibujando en la mañana.
Y así, yo para ti
recibo como el suelo la semilla
de tus pasos y la hago germinar.
Y al encontrarte al fin de la jornada,
nuestros tiempos unidos
definen el umbral de la esperanza.

24.4.06

El punto G

Me busco el punto G y no me lo encuentro.
Pero lo tengo que tener sin duda
a juzgar por el gusto y el temblor
y el fiero corrimiento al infrarrojo
que algunas lecturas me provocan
-o imágenes, películas o músicas-
Y así no puede ser.
Que siempre necesite de otras manos
con tactos de palabras, colores o sonidos
que me hurguen, me invadan, me penetren
y me miren los labios esperando
que ciegos de placer se lo confiesen:

¡Ahí!
¡Ahí!
¡Ahí!
¡Ahí
¡Ahí
í
í
í
í
í.
...

Y luego un breve instante de respiro.
Y de nuevo a buscar
hasta que alguien de nuevo me lo excite.
Y es que está cada vez en sitio diferente
y viene cada vez de sitio diferente.

(Que tema quien escribe la amenaza
de un salaz corazón agazapado).

22.4.06

Los olvidados.

Infinitos recuerdos se agolpan en mi mente. Eran amigos, alumnos, casualidades, gente de paso que dejaron en mí algo más que su nombre... La timidez que me hizo siempre más escuchar que hablar fue culpable de que no haya olvidado tanto anónimo maestro como logró hacer de mí una persona en deuda con todos cuantos pasaron a mi lado sin saber hasta qué punto eran escuchados.
Anoto a vuela pluma este ramillete que aún florece en mi memoria:

Luismi: “Sólo es inútil lo que no se aprende”
Manolo: “No hay misterio más hondo que el de las pelusas que salen en el ombligo”
Jorge: “No tiene nada” . “O sea, doctor, que no sabe lo que tengo”
Sonia: “Las funciones vitales son necesarias. Sin ellas difícilmente podríamos vivir”
Mamá de Óscar: “No zé poh qué mi Óhca haba ta má”
Laura: “Si Dios fuera mujer ¿habría hecho a los hombres así?”
Antonio: “A mí me gustan los profes que se ponen mala nota cuando no saben algo”
Papá de Antonio: “Da lo mismo que no aprenda. Ya aprenderá cuando encuentre trabajo”
Un publicista: “¿Y cómo no vamos a hacer anuncios tontos si la gente es tonta?”
Sandra: “No me importa que me castiguen. Lo que quiero es que jueguen conmigo”
Manuel: “¡Con que se ha roto! ¿No estará Vd. conjugando a su favor?”
Ignacio: “¿Queréis examen o no?” “¡¡Noooo!!” “ Pues entonces estamos empatados. Yo decido”
Javi: “¡Dos años en componer una sinfonía! Así, cualquiera”
Miguel el guarro: "No soporto las pijaditas. Háganme una putada gorda"
Oído en una Feria del Libro: “Deme un libro como de unas 500 pta, no muy grande y con una encuadernación que vaya bien con la teca”
Jésica: “Las ranas nunca tienen fiebre porque jamás permitirían que se les pusiera el termómetro”
Teófilo: “Las puertas se han hecho para estar cerradas”
Eduardo: “Profe. David m’atizao una hostia” “Querrás decir que te ha dado un golpe” “No, profe. Primero me dio un golpe, pero luego m’atizao una hostia”
Carlos: “No vale. Te maté y no te has muerto”
Coll: “Tuvo suerte hasta el final: Casi no se cayó por la ventana”
Del periódico: “El colmo de la mala suerte. Se mató cuando intentaba suicidarse”
Julio: “Lo breve, si breve, dos veces breve”
Juan: “Llevo poca ropa por si acaso hace calor”
Pepe: “Es curioso. Enseñamos a todos las cosas que todos deben saber y luego, cuando las saben todos, lo que cuenta es lo que saben sólo algunos”
Tomás: “Lo tuvimos nosotros todo el tiempo y no valía para nada. Bastó que lo tiráramos para que lo recogieran de los basureros y comenzaran a venderlo por una fortuna”
...

Va por todos ellos:

Breves pasaron por la luz del día
levantando sonrisas o sorpresas.
Sea a vosotros, majestades lesas
de vuestra no oficial sabiduría,

descreído loor de poesía,
ostensorio de pelos de dehesas,
mas lúcida, por fin, en sus espesas
verdades de estridente melodía.

Como un corte de mangas o amargura,
mentirosa verdad del exabrupto,
habré de ser injusto con los sabios

por cantar el elogio a la locura
de un inocente Erasmo no interrupto
inédito de luz tras de sus labios.

19.4.06

Como cerdos.

Dicen que a los cerdos hay que empujarles hacia el lado contrario de adonde se los quiere llevar.
No sé bien si fue en algunos casos de modo premeditado, pero algunos en ese aspecto me trataron como a un cerdo. No lo digo con la boca pequeña cuando miro a los que no me odiaron. Creo que unos hablaban es serio mientras que otros seguían una estudiada e inteligente táctica. De ello hoy tres muestras.

V.P. “Yo no creo que ustedes deban leer el Quijote. Es un libro difícil que no entenderán nunca hasta que no sean mayores. Y además tiene cosas muy fuertes para su edad. El capítulo XVI es algo que deben evitar a toda costa. Confío en que en su casa tengan sólo a mano una edición para niños”. (Aquella noche logré encontrar el Quijote que mi padre tenía entre otro montón de libros. Derecho al capítulo XVI. Deliciosa trasgresión que me abrió tan altas puertas).
I.B. “Como a alguien se le ocurra elegir alemán como optativa puede despedirse de aprobar. Es demasiado difícil para que ustedes lleguen a lo que yo exijo”. (Me reuní con Ernesto y le dije: “¿Le damos en los morros a ese gilipollas? ¡Será chulo!”. Le dimos en los morros –que era seguramente lo que él quería. Nos dedicamos a aprender vocabulario como locos. Nos puso en el examen un poema de Heine para traducir. A los diez minutos ya lo habíamos hecho. Aquel verano leía en alemán Die Räuber, de Schiller)
J.M.E. “Hay libros que no deben leer. Sepan que existía un índice de libros prohibidos por la Iglesia Católica, que, aunque ya esté abolido, debe respetarse.” (Consulté en una biblioteca una copia de tal índice y anoté a Alejandro Dumas (Omnes fabulae amatoriae). Naturalmente, leí Los tres Mosqueteros y El Conde de Montecristo. Más tarde localicé a un autor, con todas sus obras prohibidas, que había visto entre los libros de mi padre: Desiderius Erasmus Rotterodamus cum diuersis Commentariis, Annotationibus... Me costó acabar El Elogio de la Locura pero el esfuerzo mereció la pena) [Facsímil –mediocremente- digitalizado de la edición de 1559 en http://www.herenciacristiana.com/frames/prohibidos.html ].

Sí. Soy un cerdo. ¿Pasa algo?

17.4.06

Dos incisos desde lejos

1
En vuestra casa entré
con la curiosidad del aire.
Como el aire fui aceptado
sin ninguna derrota ni victoria.
Hoy sé que la amistad es algo oculto,
una necesidad que no se nota
sino cuando nos falta.
Como el aire.

2
Que te sea este espacio compañía
como lo es para mí es mi deseo.
Si te sientes alegre
no te tomes en serio mi tristeza
porque a veces disfrazo lo habitual
con forzadas nostalgias que lo eleven
a nubes de consuelo con forma de poema.
Y si estás algo triste
rebusca en mis palabras la forma de una mano
que deje entre tus dedos la certeza
de que hay guardadas para ti sonrisas
en la blanda sorpresa de mañana.
Las palabras a veces me traicionan
y no dejan la luz con que las quiero
sacar de su silencio:
esperanza, consuelo, ardor, ternura...
justo lo que tú quieras,
porque la vida no me ha sido ingrata
aunque a veces parezca lo contrario
por la injusta tendencia que uno tiene
a lamentar lo poco que nos falta
a costa de lo mucho que tenemos.

6.4.06

Mis queridos monstruos 4

Seguiré su táctica:
Cerrad los ojos e imaginaos un vasco gigantesco –a lo alto y a lo ancho- con una sonrisa desmintiendo su apariencia de Caupolicán y con una enigmática frase en los labios cuando salía algo acerca de las hazañas de Franco: “No es eso. No es eso...”. Confesaba que estaba gordo porque se lo merecía. Porque era capaz de perder diez kilos haciendo ejercicio y tomando un baño turco después y recuperar luego quince mojando pan en la salsa de un buen guiso.
Digo que su táctica era la de hacer imaginar cosas con los ojos cerrados. “¡A ver! ¡Cerrad los ojos que vamos de viaje en barco por el Mediterráneo!” Y luego la aventura de tormentas en los estrechos, piratas en Sicilia, tesoros en islas del Egeo...
Era el más encantador mentiroso que vieron los siglos.
Contaba que cuando tenía que ganarse la vida de charlatán por el Rastro madrileño había llevado años escondida entre el tacón y el zapato una moneda de oro y que al sacarla estaba ya aplastada (ya se sabe: el oro es blando, dúctil y maleable), o que huido a las selvas amazónicas tras la represión franquista había sido hecho prisionero por los indios jíbaros que habrían de reducir su cabeza si no era capaz de levantar con una mano un ladrillo de oro (con densidad 19 g/cm3 pesaría unos 19 kg). Y aquí la angustia de los músculos tensos con dedos resbaladizos de sudor sobre el miedo irresistible, los amagos de caída, la sorpresa de los indios ante el triunfo final...

Quizás fuera un mentiroso, tuviera pies de barro como todos los ídolos o para más de uno su clase fuera un cachondeo. Para mí siempre fue un oasis en el desierto de una época desolada.

5.4.06

Poesía

He llamado desesperadamente
a las puertas de viento de mi olvido
por ver si puedo hallarte de repente
a tientas por el tiempo a que te has ido.

Que estés fuera de mí nunca he querido,
pero no somos dueños de la mente
y ansiamos cosas cuando se han perdido
por el líquido hueco de su fuente.

Ya sé que si te busco no te encuentro,
mas no te encontraré si no te busco.
Buscar es vida, muerte no buscar.

Por eso llevo muerte y vida dentro
y en este ámbito letal me ofusco
buscando poesía, hallando mar.

4.4.06

Mis queridos monstruos 3

El de hoy es totalmente predecible.
Y, sin embargo, para mí el más difícil de todos porque todo el mundo le conoce y, sobre todo, porque me obliga a volver adonde no quería: a una etapa de mi vida que no quisiera recordar.
Pero una entrevista de ayer, lunes, en El País a este monstruo inconmensurable me ha colocado entre la espada y la pared. Porque se lo debo.
Y es que esto me obliga a empezar con una confesión de algo que me avergüenza:

"Tengo un título que dice “Licenciado en Ciencias Económicas y Empresariales”.

O sea, justo en lo que menos sé, en lo que menos me gusta y en lo que me ha provocado la mayor crisis de mi anodina existencia. No podría explicarlo sin hablar de mí hasta el límite de mi capacidad de pudor. Y este ni es el momento ni tengo fuerzas para ello.

La Universidad es un ámbito extraño donde las relaciones personales con los profesores son muy difíciles (400 matriculados en mi curso) , máxime cuando uno pretende acabar, acabar y acabar para empezar muy lejos y con otros ojos.
A pesar de todo hay quien destaca por algo. Y tengo que reconocer que la asignatura de Estructura Económica era algo especial: el catedrático JOSÉ LUIS SAMPEDRO parecía dispuesto a estrellarse contra un muro haciendo de esa asignatura algo vivo: una denuncia contra las estructuras injustas y contra una Economía al servicio de unos pocos.
De eso pueden hablar todos y no podría añadir nada a lo que muchos harían bastante mejor que yo.
Pero lo mío con ese gran hombre es insólito.
En una ocasión manifestó su amor por escribir y que, para poder hacerlo a gusto, se levantaba todos los días a las cinco. Yo tomé nota y me dije: “Si alguna vez yo puedo ser yo, intentaré hacer lo mismo”.
Y en cuanto pude serlo lo hice. No utilizo despertador. Una extraña convocatoria, una terrible tozudez y una absoluta rebeldía me levantan dispuesto a vengarme de mí mismo. Y, podéis creerme, mi primer pensamiento inevitable del día es a ese hombre de quien el peor, con mucho, de sus pasados alumnos aprendió, no Estructura Económica, sino algo mucho más grande:
La fidelidad a sus propias limitaciones.

Desde aquí y con todos cuantos puedan y quieran leerme y a cuantos el azar traiga a mi gratitud brindo con mi recuerdo alzado desde mi rincón por este hombre inmenso.

3.4.06

Mis queridos monstruos 2

No os lo vais a creer. Era mi profesor de religión -cuando era aún asignatura obligatoria y sin alternativa.
Le recuerdo con sus gafas de présbita milagrosamente apoyadas sobre el extremo exterior de su nariz mientras con su cana cabeza agachada y las pupilas aguzadas sobre el borde superior de la montura tronaba: “¡Señor G.! ¡Hoy le he pillado en calzoncillos! ¡Le planto un uno por majadero y sopazas!” Lo de sopazas nunca comprendí bien qué era excepto que era el sello de un suspenso seguro –siempre recuperable.
¿Que cómo me pudo impactar aquel huesudo anciano precisamente con esa odiada e incomprensible asignatura?
Pues porque en medio del horrendo libro de texto que a mis cortos años era capaz de decir, hablando de la vida de Jesús: “Cada día eran más aceradas sus diatribas contra los judíos”, él decía (en voz muy baja, como con miedo a que le oyeran): “Jesús era buena gente, pero, entonces como hoy, tuvo la mala suerte de estar rodeado de mucha gentuza”. O: “¿Cometer actos impuros? Pues como tirarse un pedo. Sólo hay que tener cuidado de no molestar a nadie”.
Ya era muy mayor y es de suponer que los restos que dejaran de él los inquisidores habrán seguido la senda (gracias Borges) de las rosas y Aristóteles.
Y que el Dios en quien creía le habrá dado un rincón acogedor por la insólita paz derramada en medio de tanta oscuridad como entintó nuestros ojos infantiles.