30.6.06

Dos roces

I

Sublime aquel instante
y tan pequeño de tan lejos ya:
la noche oscura cae sobre la nieve,
la luna se hace pena
en el fondo del pozo de tu alma.
De repente una mano que te roza.
Y en la piel de tu escalofrío ves
nieve y bruma en lo alto
con ojos diferentes de los tuyos.
Un brillo te recorre inexplicable,
un faro amigo de tus ojos náufragos.


II

Mi alma por un roce de tus manos
en el que la intención
sea una sombra de sospecha.
Te la daré cuando te roce
y clave tu demora
a la oscura alacena de mis sueños.

28.6.06

Por delante (de la vida)

Se alzó el día de niebla por sorpresa
y yo ya estaba allí
al alba agazapado
y no fui sorprendido.
Vino la espada aguda del dolor,
pero yo estaba ya herido
por mis propias entrañas
y no fui sorprendido.
No dejé que el amor
diera su primer paso
sin que yo ya tuviera los labios entreabiertos
ni que hubiera un paisaje
que yo no hubiera antes buscado
y no fui sorprendido.
Cuando vino la tarde
yo ya había cerrado mi mirada
sobre mi fiel silencio
y no fui sorprendido.
La noche vino ya sobre mi oscuridad
y no pudo enjugar ninguna lágrima
que yo no hubiera ya secado
y no fui sorprendido.
Y en la franja estrechísima del alba
planté mi libertad
antes de que la vida pudiera esclavizarme.

Nunca huí de la vida;
únicamente fui por delante
pues ser libre no siempre es elegir
sino abrazar lo inevitable
y no ser sorprendido.

26.6.06

Música

No quería que se pasasen estas fechas de solsticio cercanas al día de la música sin dedicar a esta bella arte siquiera unas rápidas palabras.
Con la música sucede a veces algo inexplicable, por lo menos desde el punto de vista de mis recuerdos. Mi madre, abandonada como flor en medio de ocho cardos varones a modo de hijos, decía que no podía cantar mientras hacía las faenas caseras por no suscitar nuestras quejas de monstruos insensibles que mostrábamos nuestro desagrado por sus preferencias.
Si a aquella cuasi-vergüenza ajena por el canto, que como varón me parecía natural, se le añade la odiosa manipulación de las tendencias de los años cincuenta descaradamente propensas a ensalzar el “Glorioso Movimiento Nacional” (media hora diaria obligatoria de cantos patrióticos, falangistas y hitlerianos, después de la media hora de misa obligatoria diaria en el Colegio –de frailes, claro) no es extraño el distanciamiento de mis intereses con respecto a la música.
Si, encima, se tiene en cuenta la solapada insistencia de mi madre por hacerme cantar en el coro del Colegio y –con su tenacidad bien comprobada- hacerme pasar por la humillante y vergonzosa prueba de cantar el principio del “Cara al sol” y del “Kyrie” de la Misa “De Angelis” ante la odiosa e insana atención del “Pancho López” (así llamado por ser chiquito, pero matón), no habré de insistir demasiado en que los augurios de mi posible afición a la música fueron más bien inicialmente aciagos.
Pero entre tan nefastas líneas torcidas apareció la línea recta, el ancla de salvación del “Empalagoso”, un fraile joven que estaba estudiando los últimos cursos de piano en el Conservatorio y que se empeñó en formar una grupo de armónicas. Un compañero diestro en el manejo del instrumento me instruyó en los misterios de la escala musical y me confeccionó una falsa armónica con un trozo de madera en el que había escrito las notas musicales que se daban soplando o aspirando en unos imaginarios orificios al tiempo que –poniéndose muy bizco- se podían asociar las notas con su posición.
Aquello acabó en que mi padre me compró una sencilla armónica y que ensayamos y aprendimos (¡Oh descubrimiento!) tres canciones que no eran las coplas pseudo-andaluzas que padecíamos tanto como la bandera y los Reyes Católicos: La alborada gallega, el Aldapeko sagarraren, y la sardana L’Empordà asociadas a idiomas secretos y clandestinos.
Y, no conforme con aquello, el “Empalagoso” puso luego su empeño en formar una rondalla con instrumentos que el Colegio adquirió con lo que sobró de la compra de un órgano para la capilla del Colegio al que teníamos que contribuir vendiendo por la calle papeletas para rifas de variopintos, baratos e inútiles objetos que se ofertaban a los viandantes por la Gran Vía, los entornos de nuestros domicilios y, sobre todo, a los escurridizos familiares que no acertaban a desaparecer a tiempo de nuestro acoso vendedor.
Por retorcidos motivos, se me encomendó el aprendizaje de una mandolina que nunca llegué a dominar y que acabó siendo arrinconada para entregarme a la guitarra que dejó el compañero encargado de tocarla cuando acabó su estancia en el Colegio. A ella le debo mis primeros conocimientos musicales de solfeo y mis incursiones primeras por los misterios de la música seria.
Cuando, por los caminos transversales de la ventolera de una afición desmedida por la electrónica me monté una radio y un amplificador y logré ahorrar para comprar unos buenos auriculares, acabé siendo un experto en los entresijos de la música sinfónica que mejor sonaba en ellos. Incluida la malsana incursión en la música contemporánea.
El destino que me llevó también a tener que enseñar la asignatura de Música en ESO y Primaria hizo el resto. Como en tantos otros aspectos de mi vida acabé creyéndome lo que enseñaba (para lo cual enseñaba sólo lo que me creía).
Poco más, pero no menos importante: Ocupado un día en las labores de compra propias de mi sexo vi una convocatoria de una coral de aficionados del barrio para cantar en ella. Caí (caímos: ella de buena soprano y yo de mal tenor).
Y de ello hace ya veinte años.
Y seguimos.
Y, aunque me sigue dando vergüenza cantar solo, ahora mis hijos tienen que ponerse ellos los auriculares cuando intentamos aprender en casa el Mesías de Händel.
Y, aunque a todos nos encanta la música, se quejan de las cosas que cantamos.
O sea, la historia se repite.

23.6.06

Cuando te despiertas

Medito largamente el beso
que habrá de despertarte, inerme y entregada
al ansia de mis ojos apostados
en la fugaz penumbra.
Elijo con cuidado la oculta comisura
que mis labios habrán de descubrir
en los tuyos dormidos aún por un instante
y lejos todavía donde mi cuerpo es
el vuelo que mece la liviandad del tuyo.
Demoro ávidamente el último segundo
de tus brazos sin meta
que pronto se abrirán desde tan lejos
a la respuesta tibia y soñolienta
que los míos preparan para ti.
Y así, cuando introduzco una mano entre la cama
y el lado adivinado de tu cuerpo
que va a recorrer mientras lo ahueca
y preparo la otra para tocar tu pecho
apenas te des vuelta sin reservas
para estirarte ingenua y sin dobleces,
todo es ya un estudiado abrazo
que el tiempo no ha logrado dejar frío.
Quizás el día luego nos lleve a la rutina
de palabras distantes o estudiadas.
El instante que empieza con el calor de un beso
no dejará apagar el fuego
que aún entre los labios
preserva la frescura del primero.
Y su deseo.

21.6.06

Solsticio

Extraño mundo este de los blogs que, tras tantos años con significado unívoco del día y de la noche , del verano y del invierno, de los equinoccios y los solsticios, del norte y del sur ha ampliado mi horizonte hasta plenitudes insospechadas de distancias enriquecedoras y humildades internas desconocidas.
Desde pequeño me resultaba incomprensible un mundo esférico girando sobre un eje imaginario inclinado alrededor de una estrella colocada en uno de los focos de una elipse dibujada en el espacio por un planeta sobre el que yo me mantenía en pie atraído por una gravedad que definía el abajo y el arriba.
Ya el lanzamiento del Sputnik ruso en 1957 pulverizó la ingenua imaginación de astronauta que la novela radiofónica “Diego Valor” y las escritas de E. R. Burroughs con su “Carson de Venus” o su “John Carter de Marte” me habían instilado. Resultaba que las naves espaciales no despegaban verticalmente sino que describían órbitas. Resultaba que los aterrizajes también se realizaban desde órbitas. Resultaba que una línea recta imaginaria entre la tierra y la luna podía hacernos pasar de la subida a la bajada sin doblarse.
Lo mismo me pasaba al discutir con un compañero australiano que aseguraba que los globos terráqueos en España estaban colocados del revés y que la estrella polar estaba abajo porque ellos tenían que mirar hacia arriba para ver la Cruz del Sur.
No se ha acabado aún de quitar esa imagen infantil de mi mente. Todavía me sorprendo ingenuamente cuando cuelgo un post tras levantarme a las tres y al poco tiempo tengo un comentario desde donde el día se acaba. Amanecer y anochecer se me han quedado dados de la mano sin remedio al mismo tiempo que mi aurora solitaria se me ha poblado de miradas.
Igualmente me viene a pasar ahora con la entrada en el verano. Yo escribo agobiado de calor mientras de muy lejos –y sin embargo cerca- las nubes otoñales van señalando el camino del inmediato invierno. La noche de S. Juan por vez primera en mi vida ha dejado de ser la noche exclusiva del fuego para traerme la añoranza de las hojas caídas y la nieve.
Pues... ¿qué queréis que os diga? Me siento mucho más pleno con este mundo inmenso que se me acerca que con la suficiencia que antes involuntaria y subrepticiamente me invadía. Son adorables los motivos que nos inspiran la humildad de lo relativo y la amplitud de los horizontes compartidos.
Aunque sólo fuera por eso, la voluntaria tiranía de este esfuerzo por escribir al espacio cibernético mirando a fantasmales y queridas imágenes habría ya tenido su paga con creces.
Sea lo que sea del ánimo cambiante que agita a todos los que por aquí nos escribimos, nadie podrá jamás quitarnos lo que ya nos ha dado.
Así lo aseguro hoy aquí desde este solsticio vernal por el que paso.
Con el abrazo más largo que jamás hubiera soñado.

19.6.06

Antes de que despiertes

Me alzo de mi sueño sobre el tuyo
para tender mi entera envergadura
sobre el borde dudoso de tus ojos
sin herirte ni hacerte contemplar
mi sorpresa en la tuya.
Caerá luego la tarde como buitre
sobre el hígado tierno del cansancio
y ya serás tan sólo realidad
como la mía, gota herida
del tiempo inexorable.
Mientras tanto dibujo inconsistencias
en la parda mudez de los silencios,
sin lazos de palabras ni argollas
de recuerdos o anhelos de futuro.
Solo yo fugitivo con tu sueño
antes de que te traiga a las palabras.
Antes de que despiertes.

16.6.06

DE OJOSY MIRADAS (Dos finales)

1

De cuantas cosas he mirado vivo;
por cuantas cosas no he mirado muero.
Así en el último recodo pienso
cuánto mortal vacío
voy poco a poco atesorando.


2

En mi cactus de soledad
la luz de una pregunta sin respuesta:
¿Hay, habrá o ha habido
una mirada triste
perdida en el espacio o en el tiempo
que me hubiera añorado hasta la muerte?
Quiero a ella deberle
este torpe suspiro de un poema
y otra mirada en pago a su existencia.

14.6.06

Feria del libro

Hay citas a las que uno se somete como a un rito. Como siempre la única duda es el buscar la tarde menos polvorienta, la hora más propicia, el cielo más encapotado que acaso pudiera dejarnos su clemencia de sombra y su dulce amenaza de lluvia en nuestra piel.
Sí. Hay citas que ya son reto a nuestra propia capacidad de permanencia, de lealtad y de constancia porque uno descubre el claro trecho que de un año a otro va poniendo su capa de sal en nuestros pasos, la espalda un poco más dolorida, los ojos más miopes, el ánimo más cerca del polvo del paseo, el cuerpo más rendido a la derrota.

Llegamos, como siempre, en metro a esa fiesta que de año en año nos da ocasión de medir el calor de nuestras manos juntas sobre el tiempo a prueba con los años que se han ido turnando en llenar y vaciar nuestras vidas. El hecho de venir nos prueba ya la victoria aún de la ilusión sobre el cansancio.
Y siempre la sorpresa de a quién veremos firmando. Otros años hubo suerte: Atxaga, Ángel Álvarez.... Este año se nos pasó Benjamín Prado, pero hemos acertado con él otra vez, con Sampedro como un embrujo de la plena madurez, la sonrisa y la lúcida mente por la que aún rezamos a la Horas para vivir altivos el tiempo que nos quede.
Y así el rito de pasar por encima de tantas apariencias para engaño de incautos hasta incidir en la palabra más profunda de aquellos que buscamos: una guía que nos hable de la paz del golfo de Rosas a cuyas cercanías pensamos acudir unos días este verano, algún manual de jardinería que nos acerque algún añorado verdor, poemas...
Hubo suerte: Strindberg y Turguéniev en bilingüe. Los dos últimos premios Hiperión (sorpresa de ese chaval de instituto de este año. Envidia de un alumno así...). Pensaba en aquellos lejanos Luisa Castro y Almudena Guzmán (incomprensible “Versos del Eunuco”; encantador “Usted”) y la cercana y densa Ada Salas.
Pero cayeron también Gimferrer y su nuevo y sexagenario amor reencontrado al cabo de los años (“Amor en vilo”). Caballero Bonald con su “Manual de Infractores”... No resisto abrir de inmediato el libro por Terror preventivo : “¿...no escuchas.../ la marca repulsiva del investido de poderes/ sus rapiñas, sus mañas, sus patrañas?...”
Y a la vuelta las fotos increíbles del mundo a baja altura con la huella de la miseria y la grandeza humanas.
Y ya, casi al final, el acecho al rostro pleno de J.L.S. al fondo de una hilera de gente que espera su firma. .. recuerdos e inyección de vida.
Poco más.
Un año mayores.
Y aún la vida no nos ha derrotado.
Y tanto acaso aún por encontrar.

12.6.06

DE OJOS Y MIRADAS (Dos distancias)

1

Te quiero lejos, tu mirada tensa,
un arco de deseo proyectándote
y, al fin, esa explosión con que trasvasas
los mares de tus ojos a los míos.


2

Déjame que te mire una vez más
y que piense que sabes que te miro
sin que te importe. Sólo es un suspiro
el que arranco al silencio que me das.

No impediré ese mar hacia el que vas.
He de ser una hoja, puro giro,
que suena mientas cae, como un zafiro
irisando la luz, como el compás

que necesita un centro mientras traza
el borde de su línea, su destino.
Yo seguiré girando hasta encontrarme.

Tú soñarás un brazo que te abraza
y seguirás a tientas tu camino
hasta un nuevo recodo en que esperarme.

9.6.06

La poesía que me tiene

Si me hubieran dicho en mi niñez o en mi adolescencia que me habría de gustar la poesía habría pensado que querían tomarme el pelo. Claro que sabía algunos poemas que me habían hecho memorizar, sobre todo fábulas de Iriarte y Samaniego, pero nada que me llevara desde el ritmo machacón de los romances o del soneto encargado por Violante a los ojos claros y la palabra alada de Erato.
Leer, claro está, era un vicio con el que poblaba mi imaginación de altos excesos de un yo infantil siempre héroe y triunfante. Pero escribir algo más que redacciones para clase no lo hice hasta que me medio obligaron a confeccionar un artículo en la revista final de curso del Colegio, más por la fama de mi probada buena ortografía que por la posible calidad de mis ocurrencias. Y hasta, quizás, según pensé más tarde, por los posibles encantos que mi aniñada anatomía suscitaba en las reprimidas (¡ay! aquellos castrantes colegios unisexo...) fantasías homoeróticas del compañero encargado de reunir artículos (cuatro cursos superior al mío). Sin embargo, tras múltiples correcciones y acercamientos que no me hicieron mella –ignorancia más que virtud- salió un artículo sobre, nada menos, que la poesía de Fr. Luis de León y la promesa de mi colaboración en un boletín mensual que se intentaba crear.
Como tantas otras cosas que la vida inclemente y tozuda nos depara, el abismo que me separaba de otros compañeros capaces de versificar o, incluso, de hacer buenos poemas se vio medianamente salvado en mi ya avanzada juventud por tres extraños impactos provocados por otras tantas, no menos extrañas, heridas que, como a Miguel Hernández, me dejaron con la boca sedienta de palabras profundas y metáforas.

Y así la poesía se me llegó de la mano de tres heridas:

La de la vida:
Ya sabéis. Esas crisis que sobrevienen sin permiso a finales de los veintes con las preguntas de rigor: ¿Por qué? ¿Para qué? ¿Cómo?... acompañadas de depresiones y luchas por la toma consciente de posturas... ¿Qué os voy a decir que la mayoría de vosotros no sepáis? Pues eso. No puedes dormir, te sientes sin fuerzas para decir nada coherente a los alumnos que al día siguiente te esperarán en clase. Y escribes, más que nada para no rendirte, versos arrancados al dolor más que a la sana inspiración poética:

“Las doce en el reloj y estás sobrando...
Llamarías sin dudas a tu muerte...”


La del amor:
¿Cómo no? Un grupo de amigos, confidencias, buenos ratos y proyectos en común. Ves a una buena amiga preocupada y le preguntas: “¿Problemas?”. “Sí” –te responde. “Vamos, anda. Cuéntamelo”. Y ella, mientras tú preparas internamente el discurso que la habría de acercar al chico con el que jurarías que estaba saliendo, te suelta de golpe: “Me he enamorado de ti”... Y luego lo de siempre: “Déjame pensarlo. Y cómo se lo dices tú a él y yo a la otra. Y ya sabes que me marcho a Málaga y...” Pero ya conocéis la contumacia de las heridas de esa calaña. Esas melancólicas tardes por el paseo marítimo con los ojos perdidos en la distancia. O esas noches solitarias en tu silencioso apartamento... Carta diaria desde lejos ya como poemas:

“Mi querida Pilar:
Acaba el mes de mayo.
Pienso que debe haber
una escondida fibra,
pequeña catapulta,
que nos lanza hacia arriba
por encima de cosas que aquí ocurren...”


Y la de la muerte:
Te mira hasta lo más profundo y te dice: “Es cáncer. Me han dado seis meses de vida. Dejaré algo escrito. Cuando muera pídeselo a mi mujer y léelo”. Y tú, que creías que conocías todos los nudos de garganta y todos los gritos de protesta, no sabes qué decir y le abrazas y le dices: “No es justo. Los treinta años no son una edad para morir”. Pero muere, tú lees lo que escribió los últimos meses de su vida y sabes ya que no hay palabras mientras escuchas llorando la marcha fúnebre de la 3ª de Beethoven. Lees de un tirón a Lorca y escribes:

“...El ángel de los puñales
llena de plomo sus cejas,
cristal menudo en sus ojos
baña celestes laderas.
Y es que en la bruma de abajo,
entre alas de tinieblas,
ya aletea entre las sombras
la sombra de muerte negra...”

Y aprendes que hay cosas que sólo pueden decirse con poemas. Y sientes que la poesía toma tus tres heridas y las convierte en otra, única, de la que ya no quieres sanar. Y ya así en silencio hasta hoy...
que os lo cuento a vosotros.
Casi también como en silencio.

7.6.06

DE OJOS Y MIRADAS (Dos Caprichos)

1

Orgasmo de mis ojos,
amor que se derrama
cuando te miro al rostro:

lágrima


2

Deja quietas tus manos:
deja hueca tu blusa
no te estires la falda
ni me ocultes tus curvas.
Guarda sólo tus ojos
de mis ojos furtivos.
Si aprendiera a mirarlos,
los habrías perdido.

5.6.06

Victoria (respuesta de un roble melojo de la sierra madrileña a un plátano solitario de Gorliz)

El lentísimo verde del suelo humedecido
escarba sus cosquillas en el aire
a través de mis ramas
traspasadas de vuelos de altos pájaros.
La paz de un tiempo sin urgencias pesa
como caricia ausente
o esa tibia sorpresa con que sueño
en mi sed de nostalgias vespertinas.
¿Soy feliz? Seguramente sí,
ahora que he desechado proyectos imposibles
y aspiro sólo a esto:
a contemplar entre brumas y en silencio
la victoria sabida de la luz
por la que siempre apuesto
y a la que siempre aguardo como un rito.
También a esa invasión de mi ramaje
al azul que se mezcla con mis hojas.
Amanece y mi sueño es siempre el mismo
al margen de los miedos de los hombres.
Mañana sin cansancio esperaré otra vez
para sentir el leve cosquilleo
de la raíz dormida que despierta.
Es mi frágil victoria contra el tiempo.
La misma que la tuya
enlazados los dos por la quietud
que nos ancla a los brazos de la tierra.
Permite que te diga con Uribe:
“Zugan da zuhaitzen denbora”
Está en ti el tiempo de los árboles.
Y también:
“Bitartean heldu eskutik”
Dame la mano mientras tanto.
Los árboles del mundo hablamos siempre
la lengua de las ramas sin fronteras,
la paz de las raíces elevando
el peso de la tierra contra el cielo.

1.6.06

DE OJOS Y MIRADAS (Dos Desnudos)

1

Viajero del tiempo,
escogí el paraíso
para vivir desnudos
y demoré en mis labios tu manzana
y convoqué el pecado
para ver tu rubor junto a tu entrega
al ansia de mis ojos ya vencidos

2

De tu desnudo quiero
el brillo que tus ojos muda:
él siempre es el primero
que se desnuda.

(Llévese 3 por 2: Uno más -de Insanity- en comentarios)