27.10.06

De elecciones, risas y fechas (la solución aquí) III: Una fecha



Poco antes de morir, mi madre me dijo: “El día que naciste tomé la hoja del calendario y la guardé. Ya no la necesito porque no puedo llevármela. Quédatela”.
Me la quedé y, con ella, una reflexión en el anverso y una recomendación en el reverso.
Hoy quise sacarla de la carpetilla de plástico en que la conservaba con cariño para digitalizarla, pero empezó a romperse y me dije: “Es frágil ya como tú. Es mejor que la dejes cubierta por un plástico piadoso que a ella, como a tu vida, la preserve, la alise y le dé algo de confuso brillo”.

Finis coronat opus (Al fin se coronó el lobo).

De elecciones, risas y fechas (la solución en breve) II: La risa



Quienes amablemente me leen con cierta asiduidad, quizás se hayan fijado en el horario que uso cuando publico o comento. No sé si es virtud, vicio o sencillamente un abrazo desesperado al tiempo de calidad que necesito para sentirme vivo.
No me refiero a ello ahora sino para dejar claro que no puedo permitirme el lujo de trasnochar si quiero concederme el de madrugar.
Y, sin embargo, he de confesar que lo que no hago por fiestas, lo hago por tertulias cálidas de amistad y buen humor. Por supuesto que merecen la pena las que dice Gil de Biedma:

Llegaban noches.
Al amor de ellas encendíamos palabras,
las palabras que
luego abandonamos
para subir a más...



Pero ahora quiero homenajear a las que me tuvieron en vela con el éxtasis de la risa descontrolada y el cuerpo desmembrado por la carcajada sincera e irrefrenable. De ellas seleccionaré tres que habrán de entenderse en su contexto para no dar con ellas la impresión de un recuerdo exagerado:

Una la contaron y escenificaron como cierta en una reunión de buenos amigos en animada camaradería: “Durante la proyección de una película y en medio del silencio alguien se ríe con una carcajada extemporánea y destemplada. De inmediato, desde el extremo opuesto de la sala el exagerado falsete de un improvisado contratenor le remeda en octava alta. El incontinente juerguista del principio no puede reprimirse y duplica el volumen de la carcajada inicial a la que sigue, como un eco, la burlona y agudísima réplica. Tras una desternillante secuencia de la improvisada ejecución de algo así como una Fuga y variaciones sobre un tema en carcajada mayor, el público que llenaba la sala y que inicialmente chistaba silencios acaba partiéndose de risa en medio de la implacable seriedad de la película”.
El Intento de repetición in situ del evento bastó para sumirnos largamente en una de esas irreprimibles explosiones de carcajadas que uno recuerda como envidiablemente antológicas.

La segunda se basa en un relato cierto que me contaron rememorando las épicas hazañas de un cura de pueblo, curtido en todas las lides de la campechanía y de la espontaneidad:
Parece ser que durante la celebración de una misa solemne en el pueblo, un travieso monaguillo jugueteaba con el incensario haciéndolo girar sin tiento para verlo luego desenroscarse a gran velocidad, tan ajeno a la celebración como a las miradas, los gestos y hasta los avisos escasamente disimulados y asesinos del cura. En uno de los interminables jugueteos del rapaz una de las cadenas del incensario se suelta y los carbones caen al suelo. Entonces la ira del cura explota sin darse cuenta de que el micrófono está encendido: “¡Pues ahora inciensas con los cojones!”.
No es de extrañar que, aparte de pasar tal hecho a los anales del pueblo y a la nutrida biografía del cura, una vez que se lo conté (con deliciosa nocturnidad y alevosía hasta el insomnio) a mi amigo del alma y compañero de la humilde coral de barrio que compartimos, sea suficiente que, ante cualquier metedura de pata durante la seriedad del ensayo, uno de los dos diga por lo bajo: “Cuidado con el incensario” o cualquier otra referencia turiferaria para que tengamos que poner cara de urgente necesidad y salirnos hasta que se nos pase la risa.

Y baste, como colofón, una tercera acaecida durante una memorable reunión nocturna de buenos amigos en una casona espaciosa del pueblo de uno de ellos donde, tras copiosa cena, baile y animada tertulia, se habilitaron improvisados dormitorios usando camas, sofás y sacos tendidos en el suelo. A mí me tocó compartir con otros dos el de una apacible salita donde estuvimos aún contando chistes y disfrutando del calor de la amistad hasta que ya el sueño nos vencía. Entonces uno de los tres, famoso por sus ronquidos, soltó de golpe: “Dadme el tono que me duermo ya”. Dicho y hecho. No bien cierra la boca comienza a roncar con un ronquido inicialmente semitonado y luego estentóreo y variadísimo que tan pronto parecía extinguirse como alcanzaba las más altas cotas de la estridencia. Ante tal exhibición de poder, a los dos infortunados e insomnes espectadores forzosos que quedábamos nos dio por reír sin tino mientras intentábamos inútilmente toda suerte de trucos por enmudecer al impenitente roncador.

A este último evento le dediqué un improvisado romance con el ampuloso título de Orgía cuyo final hoy , para acabar, rescato:

...
Sólo el cuerpo, derrotado,
se rinde sobre la playa
del tumultuoso placer,
de sus orgásmicas ansias.
¿Qué nos pudo conducir
a tal convulsión orgiástica?
¿El amor? ¿La amistad?
¿Nuestras cómplices miradas?
¿Los lúbricos contoneos
de la apretada danza?
¿El ronco, ardiente sonido
de la dormida garganta?
Nadie podría decirlo,
pero vendería el alma
por fundirme con vosotros
de nuevo hasta la alborada
agonizando de risa,
convertido en carcajada,
encalambrados los lomos
y el alma desternillada.

25.10.06

De elecciones, risas y fechas (la solución en breve) I

Decía una antigua adivinanza surrealista: “¿En que se parecen un elefante, una zapatilla y un cepillo de dientes?” La respuesta era : “El elefante y la zapatilla en nada, pero el cepillo de dientes está puesto para despistar”.
Pues eso. Elegir y reírse no se parecen demasiado, pero una fecha puede despistar ahora mucho antes de que al fin se aclare todo, como podrá comprobar el amable lector que me soporte unos días más.
Pensaba en lo anterior cuando, con su habitual perspicacia y profunda lucidez, Lunarroja escribía hace casi un mes sobre elecciones y renuncias y yo encajaba contra ese dilema gran cantidad de puntos densos de mi vida.
De antiguas reflexiones entresaco varias para que leáis, si os place, alguna como prueba no pedida que me acuse (excusatio non petita, accusatio manifesta) de que alguna vez he pasado por ahí con escaso éxito:

No parece posible vivir sin una búsqueda
constante de las cosas que nos faltan,
o que, al menos, así nos lo parecen.
Pero aún más laborioso es elegir
aquello que queremos,
pues cualquier elección supone mil renuncias.
Lo mismo que tomar la foto de un paisaje:
limitar la belleza ilimitada
con los marcos estrechos de una parte.

En este caminar que es la vida
se llega a divisorias
en que hay que decidir por dónde ir.
Permanecer por siempre quieto en la encrucijada
es quedarse con nada por quererlo todo.

Avanzo mientras dejo silenciosas
las dudas entre un quiero y un querría
tendidas en la inquieta encrucijada
en que debo seguir por un camino
y dejar los mil que no son míos.

Elige. Ser feliz es un albur
de una jugada frente a muchas otras.
Y no puedes parar, pues la quietud ya es
una apuesta entre otras contra el tiempo
que a veces urge, a veces se contiene
en la inmensa certeza de su razón final.

Personas, cosas, vientos y refugios.
Siempre hay un camino que elegir
bajo la sola guía del deseo dudoso
sin siquiera saber lo que en verdad buscamos:
tan torpe e inconstante se muestra nuestro instinto.

La disyunción del todo nos hiere como espada,
nos sorprende con voces de elección
donde sólo quisimos
recorrer los caminos ya sabidos.

Entre amores y ciegas amenazas
voy buscando camino cada día
de donde pueda huir a noches suaves
en las que el sueño vuele, nade o pare
este cuerpo que ignora
por donde habrá de despertar mañana.

De hoc satis. Valete. (Baste de dar el coñazo. Cuidaos)

23.10.06

Otro mundo es posible

Declararé que vivo aún yo mismo
en un sordo rumor de iras apacibles
gritándome a mí mismo en el silencio.
Quiero afirmar que no me arrastran,
que día a día alzo mi voz
contra el crudo chantaje del sistema;
que conspiro sin tregua ni desmayo
y confío en que un día explotará
toda el alba que llevo en las entrañas.
Voy sembrando pequeñas dudas,
pensando en otras vidas más azules.
Vencido, no me rindo.
Algún día, seguros, el veneno
que voy dejando tras de mí
conmoverá el cimiento.
Será así la victoria de los tímidos,
su póstuma certeza de otra aurora,
el acíbar sembrado en el azúcar,
la grieta en la columna del progreso
fundado en el silencio de los tristes.
Sólo aparentemente estoy vencido.
Porque es muy diferente estar vencido
que haberse resignado
al cobarde callar de la derrota.


(El sábado pasado no pude asistir a la manifestación contra la pobreza. Desde lejos escribí lo que dejo ahora, aún consciente de que es más cuestión de hacer que de decir y de lo que desde ya hace tiempo pensaba:

Jamás este destino cambiará
mientras la poesía sea sólo
mera arma cargada de futuro
y el egoísmo un arma
cargada de presente.)

20.10.06

Ideales

Te eché tanto de menos,
tan grande ha sido el hueco que dejaste,
tan urgente tu voz desconvocándome
que aún no salgo de mi asombro al ver
que de ti ignoro todo:
tu nombre,
tu existencia,
el sitio donde moras,
la parte que de mí dejas vacía,
la razón por la cual sigo buscando
las huellas en mi cuerpo de tu ausencia.

(Gracias Thirthe & Joan Margarit)

18.10.06

Tú y yo

Ni yo ser tú, ni tú ser yo quisiera
más que a rachas como la gota
de agua o sangre que brota lentamente.
Soledad que de tarde en tarde mana
y sabe su cobijo.
Y el resto ser yo solo, ser tú sola:
dos gotas destinadas a un encuentro
que hable de la flor, de lo que brota
como vida, desborde de ansiedades
sin sabor de amarguras.
Sólo entonces sentir desde tus labios
el eco de mis versos, mis palabras
manando de tus ojos o el deseo
de mares simultáneos
como metas de oídos o un suspiro.
Mientras tanto el amor como una isla
de cóncavos deseos,
un refugio de lóbregos naufragios

16.10.06

Los indigentes.

¡Gilipollas!
Eso al menos me pareció oír a voces desde una calle cercana cuando pasaba –a pie, como siempre, por ahorrar- de regreso de mis clases matutinas desde el Colegio malagueño en que trabajaba.
Me desvié, con obvia curiosidad ante tan extraña palabra pregonada más que insultada, y encontré a un astroso personaje que ofrecía higos chumbos y... “shirimoyah”. Las chirimoyas correspondientes a tan extraño sonido como parecía entender con mis exquisitos oídos madrileños tenían una innoble y negruzca apariencia, pero los higos chumbos –que nunca había tomado antes- me parecieron atractivos.
“Lah shirimoyah, zabuzté, eztanalgopazadah” –me explicó amablemente. Se las habían dado en el mercado de las que retiraban al final de la jornada, pero los higos chumbos los había cogido él mismo por el campo. Al ver la ignorancia con que iba a tomar un higo chumbo con la mano desnuda me detuvo presuroso y me enseñó a tomarlos con un papel de estraza y a pelarlos con precaución si no quería pasarme la tarde sacándome espinas de los dedos con aceite. Y es que él no quería pedir por nada sino dar algo a cambio de lo que necesitaba para ir tirando.
Los mendigos de verdad son una institución –me ilustró Eduardo (compañero profesor de Física en el Colegio que siempre me agradecía que le preparara el laboratorio porque tenía tal miedo a la electricidad que, según decía, llamaba a un electricista para que le cambiara las bombillas de casa): comienzan en una esquina humilde y acaban conquistando toda la acera como quien establece un comercio.
No he dejado nunca de reparar en ello. Y no hablo ya de dignísimos personajes que derrochan arte por placer en las calles de todas las grandes ciudades (¡Ya quisieran muchos personajes de renombre alcanzar las cotas de virtuosismo que he admirado en artistas venidos a menos en cualquier ciudad por la que he paseado!) sino de indigentes ascendidos en el escalafón por la llegada masiva de inmigrantes sin cualificar en la triste profesión de los Sin Techo.
Aquí, como muestra, tres de ellos:

1) Sentado siempre en el mismo trozo de suelo, no hace alarde de sufrimiento ni miseria sino que, pulcra y humildemente ataviado con parecida vestimenta diaria, coloca a su lado un bote indiferente para recoger limosnas que no se rebaja a pedir. Se limita –como diciendo que ese es el sitio que la vida avara le ha asignado- a hacer crucigramas y resolver pasatiempos en arrugadas revistas que va depositando a su lado a lo largo de su solitaria y marginal jornada.


2) Llega puntualmente cinco minutos antes de que abran el supermercado. Aseado y servicial toma prestada la banqueta del fotomatón de al lado, compra un boleto de lotería al ciego con quien comparte territorio, saca un nuevo libro cada día y se dedica a leer con fruición mientras está pendiente de ayudar a llevar los carritos de la compra hasta los coches de quienes se lo solicitan y que siempre le dejan la moneda al volver a colocarlos en su sitio.


3) Es sincero y no niega su vicio: “Necesito comer y además beber vino. Compadézcase de mí”- pregona en un deslucido cartel. A quien quiere explicaciones se lo explica: “Si Usted quiere beber vino no tiene que justificarse. Yo, desgraciadamente, sí”

Lejos de mí presentarlos como una institución que hay que conservar. Ojalá algún día dejen de ocupar su puesto. Pero, mientras las circunstancias desgraciadas o su libre elección les obliguen a ello quizás haya que agradecer a algunos que nos muestren -además de su mano tendida, de su triste necesidad y su servicialidad- la firme dignidad a la que nunca renunciaron.

11.10.06

Avanzando hacia atrás

Ignoro si con pena o alegría
voy mirando hacia atrás mientras avanzo.
¿Que me importa un futuro que no alcanzo?
El pasado robó mi fantasía.

No me importan las aguas caudalosas
destinadas a un mar inacabable,
mi alma está en la gota miserable
que baña los juncales y mimosas.

Curso arriba se quedan mis miradas
insensibles al sol de mi poniente
vencido, moribundo e indolente,
esclavas de montañas y alboradas.

No miraré jamás a mi destino.
Tanto he dejado atrás que ya ni intento
proseguir sin morirme en ese viento
que acaricia la espalda del camino.

(Disculpad el nostálgico rimado. El alba a veces se me viene así. Espero que las aguas claras que discurrirán bajo este puente del Pilar que me acogerá sin Internet me vuelvan a la plácida aceptación de tercos presentes y prometedores futuros. El lunes nos veremos de nuevo.)

9.10.06

Eternidad

Ya sólo con vivir resulta eterno
todo aquello que en realidad se vive,
porque no es que las cosas se terminen
una vez que dejaron la honda huella
que pueda rescatarlas del olvido.
Lo que es efímero es lo no vivido:
ese vano perder el tiempo
cuando todo resbala por nuestra indiferencia.
Unas cosas se olvidan
pero otras ni siquiera se aprendieron:
a aquellas le debemos la memoria,
a éstas ese tiempo que no les dedicamos.

6.10.06

Tenderos

Sin duda no es mérito mío el haber aprendido a mirar con curiosidad y ternura a las personas que me han hecho el inmenso honor de haberme dedicado un retazo de su tiempo ya que eso se lo debo a amigos de verdad que con su modo de ser me enseñaron tantas honduras como no llenan currículos pero colman de plenitud la vida con minúsculas.
Hablo de personas, muchas veces anónimas, de las que he anotado rasgos con la avidez y el disimulo de quien recoge tesoros ocultos a los ojos presurosos de los despistados.
Entre ellos se encuentran sin lugar a dudas la orgullosa e imprescindible casta de los tenderos clásicos. Naturalmente no me refiero ahora –aunque en otro momento deba dedicarles un afectuoso recuerdo- a esos efímeros y sufridos personajes que agotan su dedicación en el ajetreo de las cajas de las grandes superficies y enormes supermercados sino a los que afrontan altivamente la dedicación del pequeño comercio en la humildad de los escasos metros cuadrados de los locales anclados como luces de faros en la anónima vorágine de las viviendas-colmena de nuestras inclementes ciudades.
El primero que debo consignar es el de la pequeña tienda malagueña que me acogió en la desvalida soledad de mi primer vuelo fuera del calor del nido familiar. Tras una puerta antigua y bajo un destartalado y pretencioso rótulo de “Supermercado” se ocultaba una pequeño espacio atiborrado de estantes sometidos a la incesante actividad de un hombre menudo y hablador, celoso guardián de antigua sabiduría alimentaria. “Puedes contar conmigo.” –me dijo- “Aunque sea domingo o festivo yo ando siempre trajinando por aquí. Lo que pasa es que no me permiten tener abierto esos días. Pero no tienes más que llamar y te vendo lo que necesites”. Era tacaño y un tanto pesado pero, ¿qué queréis que os diga? En tardes cenicientas de nostalgia a veces me pasaba por su tienda sólo para charlar sobre esos humildes rincones de la vida que normalmente nunca merecen la dedicación de las altas reflexiones sino del sencillo y liberador chismorreo.
El dueño de la única ferretería que había al principio en mi barrio es otro de mis recuerdos sepia:
Como en un bar del Lejano Oeste de nuestras más inolvidables películas juveniles se apostaba tras el mostrador con la seguridad de ser el más rápido y eficaz en el consejo oportuno y en el dominio de medidas de tornillería , adecuación de herramientas al trabajo propuesto e idoneidad de insospechados y variados artilugios metálicos. “No sé si tendrá lo que necesito” –le provocaba yo, retador- “porque es algo difícil. Verá, necesito un cerrojo pequeño ...” Y yo percibía en sus ojos cómo me iba dejando encarecer la enorme dificultad de lo que le pedía y cómo se situaba en la satisfacción de quedar vencedor en tan incruento desafío. Cuando yo había terminado se quedaba quieto, como volcado en la resolución laboriosa de un enrevesado problema y, tras ese estudiado silencio de suspense del que dependía todo el éxito o el fracaso de la operación comercial, sacaba rápidamente de algún pequeño cajón, siempre al alcance de su mano y oculto a mi vista, el preciado objeto de tan raros rasgos: “¿Cómo éste?” –disparaba triunfante. Y yo entonces, con estudiada y obsequiosa admiración, le dedicaba mi mejor cara de asombro: “¡Exacto! Eso es exactamente lo que necesitaba. No sabe lo que me ha costado encontrarlo...” Y él se quedaba inflado como un globo mientras yo me iba como el forastero agradecido a tan gran suerte como había tenido en medio del infortunio anterior a nuestro encuentro.
Y cómo no recordar a la mejor empaquetadora del mundo, que siempre preparaba en su pastelería papeles totalmente inadecuados al dulce objeto que había de envolver y los aplicaba con deliciosa impericia y resultado de infinitas arrugas, imposibles nudos e innumerables remiendos de papel adhesivo pero que acompañaba con la más inolvidable de las sonrisas.
O la empalagosa del área de servicio de la A1 con su estudiado gesto de servicial entrega y su inacabable charla con que acompañaba mi humilde petición de barras de pan: “¿Qué tal le va todo, señor? ¿Las querrá muy hechas o blanquitas? Es asombroso el tiempo tan seco que tenemos. Es asombrosa la cantidad de accidentes que padecemos. Es asombroso...” Y como colofón de tanto asombro su inevitable “que tenga un buen día, señor”.
Y ¿qué decir del horror al silencio de la Cefe? capaz de adornar con las más inútiles palabras todos los espacios del inevitable vacío que acompaña a la petición de una barra de pan: “Naturalmente, Señor. Una barrita. Faltaría más. Con mucho gusto. ¿Le parece bien ésta? Pues son nada más que cincuenta céntimos. Es un placer volver a verle. No deje de venir siempre que lo necesite.
Suelo tener pan hasta muy tarde y yo no salgo de aquí casi ni para comer. Hay que ver que vida tan sacrificada la del pequeño comercio...
O el increíble zapatero capaz de aclararte la historia de babuchas, coturnos, cáligas, abarcas, deportivas o almadreñas con citas de Suetonio, Homero o Jenofonte. Su secreto me quedó patente un día que me extrañé por tanta ciencia como destilaba en su sencilla zapatería: “Mire Usted. No es que sea admirador de mi trabajo. Es más, para mí este trabajo es un modo de ganarme la vida nada más. Hice en su día las carreras de lenguas clásicas y la de filosofía y cuando termino mi trabajo corro a mi casa a leer, escribir y reflexionar en silencio. En realidad mi trabajo diario aquí es un paréntesis en medio de los escasos momentos que me quedan para vivir de verdad lo que me gusta.”

Seguiría, pero baste con esta muestra de tan ocultos como imprescindibles personajes. A ellos, como a tantos otros, aquí, este gesto de palabras que les dedico con el agradecimiento y ternura de quien les tomó subrepticiamente un retazo curioso de su vida que nunca me cobraron.
Y que yo jamás podría haber pagado.

4.10.06

Foto antigua

Quizás entonces eras inconsciente,
pero hoy, cuando el recuerdo de ese ayer
que tú veías joven
se agita con el torpe vuelo
de una bolsa de plástico tirada,
crees adivinar por ciertos signos
un sabor de nostalgia en tu mirada,
como si te alejaras con la vista
tras un futuro tan audaz
como anodino es el que ahora tienes.
Quizás no fuera así,
pero uno se permite
ciertas licencias, como ver
un destino en las nubes pasajeras
o un orden en el ciego salpicar
de las gotas de lluvia.
Y al escribir ahora
posamos dignamente hacia un futuro.
Si la historia lo permite.

2.10.06

Vencedores y vencidos

Por un estrecho margen has vencido.
Y eso pasó al principio.
Lo que quiere decir que en un enorme margen
has sido derrotado
porque no es el principio lo que cuenta
sino la doble risa del final
que ha de sellar al fin nuestra victoria.
Por eso hoy no estoy seguro
de ser vencido o vencedor.
Es lo malo de quienes no luchamos
contra unos enemigos declarados.
sino contra el sabor desagradable
que acompaña el cansancio de este cuerpo
cuando al final del día
abandona sus miembros
a la dulce rapiña de las sábanas.