Morir como dormirse
Muchas son las partidas definitivas que he contemplado. Hoy quisiera citar tres de ellas.
En la primera, a la que me enfrenté solo, atendía a un anciano que moría con el deseo de descansar de una vida ya cumplida pintado en su rostro. En un momento se le detuvo la respiración mientras yo sentía aún su débil pulso en mis dedos. Le insuflé boca a boca un poco de aire y comenzó a respirar de nuevo trabajosamente mientras su mirada parecía decirme que le dejara irse. Comprendí entonces que es inútil luchar contra lo irremediable. Cuando poco después se le detuvo la respiración, de nuevo le tomé la mano y se la apreté fuerte mientras le decía al oído que no se la soltaría hasta el final para que no se sintiera solo.
Otra, de un buen amigo, la recuerdo porque así me lo contó su mujer después de conocer que tenía un cáncer terminal y que llegaran a un acuerdo de no intervención. Según su deseo ni siquiera aceptó la sonda nasogástrica por la que querían alimentarle hasta el final. Murió sedado con el cuerpo consumido pero no con la indignidad de la derrota.
Por último mencionaré una que se me quedó grabada por lo contrario. Un compañero del colegio, de mi misma edad, aquejado de un glioblastoma incurable, al que se le ocultaba su gravedad por una mal entendida compasión, aprovechó un momento en que nos quedamos solos para pedirme que le dijera la verdad. Se lo dije. Él me lo agradeció y me habló de cómo iba notando que le fallaba la capacidad de expresarse y me pidió que procurase convencer a los suyos para que le dejaran morir sin inútiles cirugías ni crueles intentos de prolongarle con vida. Fue inútil. Ni siquiera pude mencionar el tema a su mujer que insistió en que le operaran y le mantuvieran con vida todo lo posible. Así estuvo inmóvil durante más de dos meses hasta que falleció lleno de tubos en una parada respìratoria.
Según va uno notándose más crepuscular esos recuerdos resultan inevitables y siempre he sentido que lo irremediable debe aceptarse con resignación y sin ensañamiento. Visto el interés que tienen algunos por salvar a los impíos a fuerza de dolorosas expiaciones y el miedo de muchos a que se filtre la palabra eutanasia por algún resquicio de nuestra digna aceptación de la muerte yo haré lo posible por acabar con la cabeza lo más alta posible y manteniendo una última conversación conmigo mismo, que seré mi último y más fiel acompañante en tan duro paso.
Quede a los juristas poner con precisión por escrito lo que quisiera que quedara escrito. Mientras tanto y tras leer algunos sabios consejos y conmovedores sentimientos de mi querida Athena en su serie Delirios (28-4-08) se me ocurre dejar este borrador como pista de mi última voluntad para cuando llegue sin prisas ni sin pausas:
Quiero dejarlo todo cayendo suavemente
en el piélago de otros ojos
que me dejen pasar sin detenerme.
Quiero unos brazos suaves como aceite
que sólo inútilmente me quieran retener
mientras se dejan recorrer del todo
sin ocultar su cuerpo por vergüenza.
Me iría resbalando sin condenas
con un sabor a cuerpo entre mis labios.
el dulce roce de los sexos limpios
y la pía anestesia de manos en mi piel.
Nadie llore jamás tan digna marcha.
Pues hemos de marchar, marchemos
desnudos como un día aparecimos
sin hojas ni serpientes
conocedores ya del mal y el bien
y sólo arrepentidos
de no haber ensayado mucho más
este modo excelso de partida.