30.6.08

Ataduras

No te quiero tan sólo, amor,
por lo mucho que aún me sigues dando
sino más por lo poco que de mí
siempre has tomado.

En nada encontraré tan gran placer
como amándote a ti que siempre tienes
las manos a la espalda sin atarme.

27.6.08

El cuerpo piensa

Pienso. Y es sólo el cuerpo el que lo hace.
Pocas veces le di oportunidad
y ahora quiero dársela sin tasa.
El cuerpo también sabe el modo de pensar
pero no usa las palabras con que piensa
sino el silencio de la sensación
que le crece por dentro cuando piensa
y que aflora en la piel
por la que quiere darse en las distancias cortas.
Con más fiereza a veces
que el alma casi siempre tan lejana.

25.6.08

Leyes no escritas 5. La ley del ordeno y mando.

Se trata de una variante más de la ley de la fuerza, que, de las más sutiles formas, se infiltra para poner orden ordenando y mandando. Porque lo fundamental, no nos engañemos, es el orden, esa tranquilidad que permite establecerse y arraigar, medrar y fortalecerse a una parte privilegiada de la humanidad.

Lo que sucede es que hay ordenaciones de muy diversa consideración en la jerarquía de valores imperante. Nunca fueron de recibo los autoritarismos cuando exigían revoluciones o cambios radicales. Ahí los despotismos y dictaduras acumularon su desprestigio y su infamia.

En cambio, siempre ha habido una tolerancia de fondo a esa expresión del “porque lo mando yo” cuando provenía de la tradición sagrada, de la autoridad competente, del regio designio, de la decisión de los ancianos de la tribu, de la deliberación de los altos puestos en la jerarquía , o de la virtud de la “santa obediencia” cuidadosamente celada en los cenobios. Ahí fue siempre mirado con benignos ojos el castigo corporal, el encarcelamiento, el destierro y el “hábil interrogatorio” con el que se denominaba eufemísticamente a la tortura. Ahí fue siempre prestigiada la figura del “dómine” de rancias costumbres que se atribuía el derecho de imponer la letra que entra con sangre (de la víctima, claro). Tergiversación que ha favorecido la errónea interpretación de que el dicho “la letra con sangre entra” signifique una afirmación al derecho de castigar más que la constatación del hecho del esfuerzo personal con que todos debemos aprender.

Sí, efectivamente existe la ley del ordeno y mando como última razón de la obediencia.

Bien saben los encumbrados que, aunque quizás un día se adujeran razones inteligentes para la ley, el orden y la tranquilidad exigen que se corten los hilos que la amarran a lo razonable porque la ley –dicen- no se prestigia sino por su incuestionable y rancia situación cuasi sagrada, incluso cuando la práctica y el tiempo las han hecho injustas.

El jefe se siente humillado si se le piden razones y sólo se sentirá en su puesto cuando diga: “por que te lo digo yo” o “porque yo lo mando”. La máxima expresión de autoridad y máximo prestigio del jefe se consiguen cuando eso no tiene si siquiera que decirse; cuando la inflexible mirada, el gesto inexorable, la dureza de los rasgos faciales y el majestuoso porte expresan bien a las claras que la orden ha de cumplirse. Así hará el segundo de a bordo con sus subordinados y estos con los suyos en una serie finita en que los métodos se van haciendo cada vez menos cuidadosos de las formas y la orden se acabará cumpliendo a manos de verdugos, torturadores, asesinos a sueldo, mafias y degenerados.

Esa es la cruda realidad: el ordeno y mando del jefe supremo, revestido de una apariencia de nobleza de ideales y de altísimas miras de bien común se acabará transformando en la más horrible e injusta represión de los campos de exterminio o de las cárceles. Naturalmente el de arriba siempre negará su responsabilidad. El sólo manda sin querer saber cómo se cumple.

Es que él sólo ordena y manda.

Y el resto obedecemos.

23.6.08

Un sueño


Hoy te he soñado, amor; soñé que me olvidabas
y yo de nuevo,
sabiéndote por dentro, con ventaja,
te me iba descubriendo,
como nuevas diciéndote las cosas
que sé que te gustaban
y te iba enamorando como antaño.
Ojalá uno pudiera, amor,
perderse y olvidarse;
o vestirse otra vez
para poder de nuevo desnudarnos
ante la atónita y ardiente
mirada de otra entrega,
antigua como siempre
y como siempre nueva.

20.6.08

Encuentro


Al aire, sin palabras,
como una mera imagen. Desnudez
de todas las distancias, un instante.
Persona o sueño. Vuelo inmóvil ya,
por un segundo resucitas
a cuerpos olvidados,
a historias tantas veces deseadas.
Abrazo largamente amado en silencio
sin rubor, sin pensar en la vergüenza
del desnudo en la piel. Todo contacto
en la fiebre del cuerpo y en el alma.
Pasa a veces y marcha,
todo sabor o huella o eco.
Quedamos luego solos
con el leve fulgor de nuestra herida.

18.6.08

Leyes no escritas 4. La ley de la selva.

La selva ha sido siempre algo que a los occidentales nos ha desbordado por todos los sitios. Conocemos bosques más o menos intrincados, pero parece que, incluso en la espesura de esos conjuntos de árboles y arbustos encontramos una estructura atravesada por sendas y bañada por arroyos. Algo a caballo entre lo idílico o bucólico y lo apartado o eremítico. Pero la selva o jungla se nos sobreviene como el ámbito en que reina el amasijo inabarcable de vegetales desbordantes y verdor junto con la amenaza de miríadas de terribles animales.

Quizás un habitante de las selva esbozaría una sonrisa si se le dijera que cuando hablamos de la ley de la selva aludimos al desorden o al caos de la injusticia que supone que el más fuerte se salga siempre con la suya. Acaso, como el mítico Tarzán encontrase en el ámbito de la espesura selvática más orden y reparto de papeles que en la elaborada sociedad que habitamos en donde se ha estructurado un desorden descaradamente escorado a favor de unos pocos dentro de una apariencia legal de orden que hace natural lo injusto.

Y así oponemos nuestra cultura a la incomprensible maraña de una selva entendida como un ámbito en que sólo sobrevive el más fuerte y el más adaptado.

Tendríamos que reconocer que nuestro idioma nos traiciona. Son innumerables los deslices idiomáticos que traducen nuestras ignorancias, prejuicios y recelos. Sería imposible la biodiversidad de la selva sin ese exquisito equilibrio biológico en que cada especie tiene su lugar y su misión, en el que cada uno tiene los límites de su vida en la adaptación al espacio en que vive De acuerdo, no hay aquí lugar para la piedad hacia el más débil ni sitio para la muerte plácida o la tranquilidad de los ámbitos dominados en perpetua propiedad.

Todo es en la selva un orden encaminado a la supervivencia de las especies por encima de los privilegios de los individuos. Nuestra sensibilidad se horroriza por esa naturalidad de la muerte violenta del cazado bajo las garras del cazador, pero quizás hagamos mal en identificar esto con el desorden.

En este aspecto seguramente nuestra sociedad civilizada no tiene mucho que enseñar a la jungla. La ley aceptada de nuestros códigos ha perpetuado en muchísimos casos la injusticia de la inmovilidad del más débil en su ínfimo puesto y del poderoso establecido permanentemente sobre aquel. Es muy probable que las apariencias engañen y que toda nuestra fachada de humanidades y cultura sea sólo el engaño legalizado de la desigualdad.

Sí, la selva puede parecer cruel pero la ciudad no ha eliminado esa crueldad.

Sólo la ha hecho algo de obligado cumplimiento.

16.6.08

Siembra

Hace ya algunos días mencioné a -Pato- una estrofa de un antiguo soneto de hace trece años que rescaté de otros contextos que ahora casi no puedo evocar. Ella me pidió que lo pusiera aquí.
Aquí lo pongo:

Quisimos superficies como espejos
y las horas sembraron sus astillas.
Han hecho de tus labios dos orillas
siempre en contacto, pero siempre lejos.

Extraña el alma en nuestros cuerpos viejos,
nuestro puño hacia ti que nos humillas,
oh tiempo, levantamos. Las anillas
que forjamos son aire de vencejos

tristes de otoños, negros de amargura.
Sabemos de la siembra en tierra dura
y de arcadas de luz ante el poniente.

Ya que la vida ha odiado nuestros sueños
sembraremos la espiga en los pequeños
surcos que va dejando en nuestra frente.


(El segundo cuarteto se lo dejé, también en un comentario, a mi ojiplática amiga Poledra . Supongo que a ella no le importará que lo repita aquí).

13.6.08

Despertares

Tan simple como una mejilla en la otra.
Te despierto así, sencillamente,
como me gusta hacerlo.
Y aún me admiro de que no me corra.
Por lo menos si no me lo imagino
para sentirte cerca
cuando te siento lejos.

11.6.08

Leyes no escritas, 3: La ley del embudo

Inevitable, fatal e inexorable como la caída del agua por el sumidero.

Las cosas son así de sencillas: el camino del triunfo de esos pocos que definen lo que es o no es el bienestar de los demás pasa por meter en cintura o introducir por el aro a una hueste abigarrada de díscolos ciudadanos que querrían –faltaría más- comer, vivir y ganar como los de arriba.

Esos de arriba no son unos privilegiados –por supuesto- sino unos merecidos –así se nos presentan- disfrutadores del premio debido al esfuerzo que un día realizaron. Curiosamente ese premio se basa en tomar mejor y mayor parte de la tarta que entre todos hacemos. Lo cual viene a significar que de ocho horas que uno trabaja viene uno a dedicar unas seis horas a abanicar a sus excelencias.

No es esto posible, proclamamos todos, porque si no seríamos tontos. Pues bien, lo somos. Atraídos por la holgura, la comodidad y el placer de la boca ancha, acabamos hacinados, aplastados y fastidiados por la insospechada estrechez del conducto a lo largo del cual se nos alivia el bolsillo y se nos extrae la energía que el esforzado magnate necesita para vivir. Porque, no nos engañemos, como bien dice la popular sabiduría del chiste: “vivir, vivir sólo vive el prior; los demás residimos, moramos o habitamos”.

Una y mil veces caeremos en la trampa de esta ley: “Pasen, señores, pasen. Tomen su carrito y cojan cuanto gusten. Disfruten de ver, tocar, atesorar, comparar e imaginarse. Llenen sus carros como en la cueva de Alí Babá.”. Lo malo está en el recóndito y último lugar de la caja. Allí las colas, allí la desesperación por el producto sin etiquetar, por el mal marcado, por la falta de cambio, por la tarjeta que el lector no lee, por la alarma que suena… Pero no hay problema: el ingenuo consumidor ha caído ya en el vórtice que acaba en la estrechez de la salida del embudo.

Item más: “¿Quiere usted ganar con toda facilidad esto o aquello? Venga usted con nosotros”. Y, al pasar con ellos por el amplio y lujoso hall de entrada acabas en el hacinamiento del rollo publicitario en que se te hace ver que serás desgraciado si no compras una enciclopedia.

Y ¿qué decir de las espléndidas películas de televisión, de los amplios portales de Internet, de las magníficas ventajas de llevártelo hoy y pagar en comodísimos plazos? Cuando el placer de la introducción ha logrado encauzarte y disponerte para el goce aparecen las infinitas series de anuncios , las interminables llamadas al servicio técnico, la incesante búsqueda de asesoramiento, el tortuoso camino de la declaración, la imposible aplicación de la garantía, la torturadora senda del darse de baja.

No importa. Tan cierto como la efímera existencia de un caramelo a la puerta de un colegio todos, como borregos, pastaremos para acabar pasando por la estrecha puerta del redil.

Que en el fondo es lo único que importa.

9.6.08

Lo que somos

Después de mucho tiempo lo vamos comprendiendo:
te amé y me amaste cuando eran nuestros cuerpos
dechado de belleza y hablábamos las lenguas
de la entrega, el ardor, la comprensión
y el ansia de las manos mirando hacia lo lejos.
Pero es ahora cuando al fin ya somos
tan sólo lo que somos:
que me huele el aliento y ronco,
que se te notan las bolsas en los ojos
y se te caen las tetas más de lo que creía,
que me dejo la tapa del inodoro arriba
o te dejas mojadas las toallas
antes de que me duche
o me duermo en el acto
(a más de antes del acto o tras el acto)
y a ti te duele siempre la cabeza...
Ahora, cuando somos todo esto
y envidiamos los cuerpos de los héroes
y la altura infinita de los dioses,
es cuando más nos queremos:
cuando el amor discute al tiempo
la gloria de su paso o su derrota.

6.6.08

Dividido, ¿vencido?

Inútil defenderse. El dividido
no tiene escudo para proteger
las partes más pequeñas de que consta.
Principalmente el corazón es débil
partido como está en lejanas tierras
sobre todo dolientes
o compartiendo acaso espacio estrecho
con casas derruidas, mares vastos
u odios inmensos como sierpes bífidas.
Y encima se me ocurre amarte
con el único espacio que dejaba
para sentirme yo.
Ahora ya no sé quién soy
ni siquiera el lugar en que posarme
para poder mirarte.

4.6.08

Leyes no escritas, 2: La ley del más fuerte.

Todos lo hemos visto: el malo de la película activa primero el dispositivo de retardo del explosivo y luego negocia su desactivación; el chantajista acumula datos comprometidos y luego habla sobre su devolución; los que retienen rehenes ponen minas antipersonales o sueltan un perro de presa que sólo a ellos obedece…

¿Cómo no? Todos saben que las mejores negociaciones son los armisticios: primero demostramos quién es el más fuerte y luego ponemos en forma de ley los acuerdos a los que llegamos.

Sería bonito pensar en la fuerza de la ley basada en la justicia de la igualdad de todos, pero, por mucho que se diga, no parece haber fuerza de ley sin ley de fuerza.

Por eso los gobernantes construyen primero el muro que los protege, el ejército que garantiza sus privilegios y el entramado de personas influyentes que configuran el modelo pretendido de sociedad. Quienes con la fuerza de la palabra y del ejemplo han querido desde abajo instaurar leyes buenas y justas han fracasado hasta conseguir el apoyo de emperadores, organizaciones jerárquicas y estructuras estatales sólidas. Por eso las leyes sólo empiezan a emanarse desde el poder que intenta perpetuar la situación más favorable para ellos.

No es extraño, pues, que, hartos los de abajo de someterse a leyes que les ignoran o que les son del todo indiferentes, hayan acabado tomando el camino de presiones más efectivas que los razonamientos: huelgas que oponer ante derechos protegidos por ley, manifestaciones que provocan el malestar para llamar la atención sobre problemas silenciados, revoluciones que dan la vuelta a la tortilla comenzando por cargarse a los de arriba… Todo ello viene a demostrar en qué lugar de la grandeza humana reside el imperio de la ley y el orden.

Muy astutamente los poderes establecidos, cuando ven que la fuerza que los mantiene arriba no es suficiente para contrarrestar a los que quieren bajarlos, apelan a transiciones pacíficas, periodos constituyentes, leyes electorales, procesos de adaptación o leyes de amnistía que permitan con generosidad aplicar el sistema de las tácticas dilatorias a la habilidad de algunos para ocupar puestos vitalicios bien ubicados.

Si el derecho fuera, como dice la palabra, el hecho de regir, dirigir o dar una dirección justa, quizás fuera posible que las leyes de extranjería las elaboraran y votaran los extranjeros, las normas protectoras de la Seguridad Social las confeccionaran los afectados y las leyes laborales, los trabajadores.

Mientras tanto dediquemos unas líneas a soñar y el resto del libro a comprobar cómo la justicia se configura desde arriba con la fuerza: la fuerza de las mafias, la de los extorsionadores, la de los dotados de potentes virilidades testiculares y la de los atiborrados de testosterona.

Y es que ¡ay! así son las cosas. Unos hacen las leyes que les salen de allí bajo la amenaza de que, si no, te dan una patada aquí.

(Impromptu plagado de inexactitudes y sujeto a infinitas matizaciones.)

2.6.08

Quietud


Fuera posible hacer
que un segundo de la vida arrebatara
al tiempo su fluir.
Un eterno segundo suspendido
en el reposo cenital de la parábola
de una piedra lanzada contra el cielo.
Y mirar al azul inalcanzable.
Fuera posible acelerar
la caída a este gris que nos define
y hacer un parpadeo de la sombra.
Tres o cuatro segundos bastarían
para así vadear
la entera longitud de nuestro curso.
Fuera hermosos morir
tras esos ictus, tiempo congelado,
la única moneda que pagar
al barquero que aguarda
el eterno silencio de este péndulo:
veloz oscilación entre dos cumbres
llamada a la quietud
del valle inexorable.