30.7.08

Leyes no escritas 9: La ley del máximo placer.

Dicho así parece el no va más del egoísmo o de la desconsideración. Sin embargo, de una manera u otra todos tendemos a procurarnos ese placer bajo los nombres más diversos. Los epicúreos no se avergonzaban de decirlo claramente pero hasta normas tan altruístas y generosas como el amor al prójimo toman su referencia en el amor a nosotros mismos. Hasta en los lavabos públicos se apela a ese sentimiento cuando se pide dejarlos como nos gustaría encontrarlos. Parece hasta justo que, incluso en oraciones tradicionales, se equipare la petición de perdón de nuestras ofensas en la medida en que nosotros perdonamos a los que nos ofenden.

Naturalmente no cometeré el error de poner en el mismo nivel los apetitos desconsiderados de quienes se procuran placer a costa de los demás, desde el que disfruta dando collejas a quienes no pueden devolverlas hasta el violador, pederasta , abusón o maltratador. Me refiero únicamente a quienes involucran únicamente su propio mundo y sus preferencias sin perjudicar a nadie. Hay quien busca su placer en su propia entrega y su sacrificio por los demás, en su propio dolor y penitencia sin pisotear a nadie y sin menospreciar a quienes no piensan como él.

Como en todas las leyes no escritas sobre máximos queda implícita la existencia de límites que acotan la altura de ese máximo haciendo decreciente el placer obtenido con los pasos posteriores a la consecución de ese máximo. Son límites a veces tan obvios como el de la limitación impuesta por el tiempo, por el desagrado intuido en la pareja, por la repercusión en otros nobles intereses.

De los mil ejemplos que se nos pudieran ocurrir sobre la consecución de ese placer en equilibrio con tantas limitaciones como nos afectan me referiré hoy sólo al que más me afecta últimamente como partícipe de este extraño mundo bloguero en que el propio placer toma formas extrañas de escritura y lectura a modo de peculiares encuentros con desconocidos que van haciéndose gradualmente conocidos y con los que se establecen lazos sinceros de amistad y cariño.

Que tenga limitaciones de tiempo, muy severas a veces sobre todo por la lentitud de la conexión que utilizo mientras estoy fuera de casa, es algo que a todos sucede (en esa lentitud hasta algo tan aparentemente inocuo como la verificación de palabras que algunos aplican significa triplicar el tiempo necesario para ultimar con éxito un comentario). Igualmente me sucede como a todos esa limitación en el grado de entusiasmo o de inspiración que merma las posibilidades de publicar como quisiéramos. Pero aludiré sólo ahora a algo que quiero explicitar como disculpa a quienes me escriben cariñosos comentarios y a quienes tardo horrores en corresponder.

Quiero dejar a todos hoy aquí lo que tiene que ver con el título que hoy me ocupa. Ando en la búsqueda de un equilibrio entre amabilidad y dedicación. No quisiera nunca dejar de contestar en sus propios blogs (que conste que ya me gustaría poder hacerlo en los comentarios en el mío como tantos hacen o por medio del correo electrónico, pero me es materialmente imposible). En esa tesitura me impongo la obligación de escribir tres veces por semana y la de leer y comentar los escritos a los que estoy suscrito (mis enlaces están algo caducados, pero mantengo mediante Bloglines unas 150 suscripciones a blogs que -siempre dejo como pública mi suscripción para que quien quiera pueda saber que estoy pendiente de lo que publican- procuro atender si el flujo de publicaciones no se amontona.

Pero aquí entra mi deseo de buscar y encontrar el máximo placer a que aludía en el título: Me propongo leer y comentar entre veinte y treinta entradas empezando cada vez por un bloque diferente con objeto de pasar por todos al menos una vez por semana. Que conste que lo que expongo como propósito no quita que sea lisa y llanamente el deseo de satisfacer el propio placer de lector empedernido que ha descubierto bellezas equiparables con ventaja a la de escritores consagrados. Lo confieso, hay veces que no puedo pasar de cinco: me encuentro con páginas nuevas y empiezo a leer entradas hacia atrás y ya no puedo dejar de hacerlo solo por el gusto impagable que obtengo de ello.

No diré nombres porque de un modo u otro, unas veces más y otras menos, en todos los blogs que leo me sucede: empiezo y ya no puedo parar. En esos momentos lo tengo claro y tengo que decirlo aquí: no paso a otro mientras no me siento saturado del placer de la lectura en que me vuelco, tampoco en esos casos pongo límites al tiempo que dedico al comentario que hago, sobre todo para que sea tan agradecido y sincero como entiendo que deben serlo.

Nada más hoy. En estas líneas quede mi afirmación primera de la ley del máximo placer:

También aquí - y ahora sólo aquí- doy fe de que mi máximo placer en este ciberuniverso bloguero es leeros y decíroslo. Lamento que algunas veces tarde en hacerlo pero no tengo más remedio que seguir así.

Ninguna urgencia por abarcar mucho me impedirá disfrutar hasta la saciedad de las líneas que apuro con tanto placer como me causan.

Gracias a todos por ese inmenso placer que me proporcionáis.

Disculpas también a todos porque las circunstancias me obliguen a tardar a veces en decíroslo.

28.7.08

Verdadero como el sueño

Lo piensas largamente
en el borde del sueño
y te quedas con dudas
de si podría ser también verdad,
tan verdad como el sueño.
La ves venir desde un misterio a otro misterio.
La llamas y le dices:
¿Me dejas que te bese?
Y ella:
Claro. ¿A qué viene eso?
Luego tú:
Cosas mías...

Sigues luego pensando
si la vida es un sueño
o si el sueño es una vida.
Quizás la verdad sea
que ambas cosas sean
el tapiz que recubre
las sombras de los huecos que dejamos.


25.7.08

A veces mejor en broma

La vida siempre en serio resulta un desperdicio.
No hace justicia a los momentos densos
de risas locas y de juergas limpias.
Quizás sea preciso interpelar al mundo
y agarrarle al final por las solapas
para arrastrarle a ciegas
al más sutil olvido
de los fuegos de gloria y de artificio
y olvidar las batallas más cruentas
y ponerse el dolor como un sombrero
que podemos quitarnos y ponernos
partiéndonos de risa
por la mierda de nundo que nos toca
y llamar, como Gila, al enemigo
para echarle a la cara su falta de civismo
y su escaso respeto de las reglas
que exige la recta cortesía
y decirle a quien quiera comprendernos
que luego lloraremos
pero que lo que lloremos
no tendremos, por suerte, que mearlo.

23.7.08

Leyes no escritas 8. La ley de la trampa

El dicho popular admite sin reservas que quien hizo la ley hizo la trampa. En toda ley existen resquicios por donde los virtuosos del derecho logran introducir casi cualquier conducta retorcida.

No tendría excesiva importancia si eso se entendiera como la imperfección característica de las construcciones humanas, pero resulta que nuestra sociedad ha sabido hallar en esos resquicios la gloria de los más eminentes abogados y la protección de los privilegios de quienes pueden pagarles.

Así pues la trampa que debiere ser trasunto de la imperfección de cualquier obra humana se yergue a la par de la ley en que se enquistó hasta acabar sometiéndola y devorándola como sierpe traicionera. Lo curioso es que la trampa que permite a los poderosos salida injusta de la ley, supuestamente justa, a los débiles les amenaza con golpes bajísimos de tan certero como inevitable impacto.

No se verá que esta trampa de la ley, convertida en ley ella misma, alargue hasta el aburrimiento los procesos judiciales en beneficio de los pobres ni que el desliz o el olvido de las circunstancias acabe condenando a la cárcel al rico. Conocemos casos esporádicos de personas totalmente insertadas en la sociedad, con trabajo, familia y modesto prestigio limpiamente alcanzado que se ven destruidos en un momento por esa trampa de un desliz perdido ya en los confines del pasado y que, para él, parece imposible que la ley olvide.

Parece, en efecto, que el prestigio de la ley se hubiera de conseguir mediante su inflexible aplicación a unos y su generosa interpretación a otros. Indultos, libertades bajo fianza, amnistías, consideraciones humanitarias se filtran con facilidad en unos casos mientras que en otros ni siquiera se tienen en consideración.

Esta es, ciertamente la gran trampa de una ley que se elabora con la justicia ante los ojos, con el deseo de su universal cumplimiento en pro del bien común, como fruto de una voluntad popular encarnada en un parlamento democrático y como gigantesca elaboración con todas las garantías posibles: que la práctica las hace con frecuencia más injustas que su ausencia. Y así las leyes utilizan sus traicioneras grietas para destruirse o quedarse anticuadas si fastidian mucho a los de siempre o bien para perpetuarse dejando amplio escape a aquellos mismos al tiempo que imponiendo grillos y mazmorras a la siempre sospechosa horda de marginados.

¡Oh trampa feliz, venturoso hallazgo que permite perpetuar la injusticia con las mismas armas que la hicieron poderosa para defender la justicia! ¡Oh monumento imperecedero al humano ingenio que logra con sus ojos vendados de diosa y el bien equilibrado fiel de su balanza establecer la norma inexorable de la doble medida sobre la que se asienta el mundo podrido en que vivimos! ¡Oh resquicio generoso donde se luce el florido pensil de todas las mentes de obsoletas costumbres!

Bien es de temer que nunca esta ley no escrita deje de proteger con su manto piadoso las bien arraigadas convicciones trasnochadas e inconfesables intereses de los unos al tiempo que amenaza cual espada de Damocles las tímidas pretensiones de igualdad de los otros, siempre mucho menos iguales que los primeros.


21.7.08

Alto ex Olympo vertice

He pensado en un cuerpo como si fuera diosa,
totalmente consciente de toda su hermosura.
Pero yo no era un dios, era un humano
a imposible distancia de sus ojos,
deseoso, curioso y asustado.
La vi dejándome mirarla
a una olímpica altura y en su orgullo
y al fin he terminado confesando:
Te he deseado siempre, bien lo sabes,
pero estás demasiado lejos
como para que no se vea el fraude
de que sea conquista lo que sería entrega
o de que sea lástima lo que sería amor.
Por eso no te miraré con ansia
y vestiré mi anhelo con ropa más humana
y buscaré otro cuerpo y su contorno
con la forma sencilla de lo humilde
con ojos que no puedan engañar
y que pueda intuir lo que me falta.

Sé que la habré encontrado
y a ella me entregaré en cuerpo y alma
si primero me dice:
abrázame, desnúdame y recórreme
después de haber venido
mucho antes de decir ven.

18.7.08

Eros y Zánatos


Dijimos eros y quedó sonando
como de fondo la palabra thánatos.
Sin embargo no hay contraposición.
El cuerpo no sabría del amor
si no se agarrara desesperadamente
a la vida que tiembla ante sus manos
como tabla de náufrago.
No hay otra isla cerca ni otra inmensidad
que el momento sublime en que confluyen
la previa excitación y el cuerpo ya aplacado.
Nunca ha habido otro motivo más sublime
de llevar a un instante tamaña eternidad
tan vasta como thánatos, tan honda como eros:
amor que tanto abraza su actual vida
como teme el momento de perderla.


16.7.08

Leyes no escritas 7. La ley natural

Aquí está el gran engaño de aceptar la realidad por aquellas apariencias que corroboran el orden aceptado. Entreverada de ideas religiosas en las que Dios ha instilado su voluntad, la ley natural acaba en la tautología de ser natural porque Dios la ha insertado en la naturaleza humana y, a su vez, está insertada en la naturaleza humana por ser parte esencial de esa misma naturaleza.

No nos sorprende, sin embargo, esa pescadilla que se muerde la cola ni esa petición de principio, habitual, por otra parte, en el lenguaje de quienes pretenden que ciertas cosas son verdad porque así debe ser para que les favorezca. La razón es lo de menos: una vez que la norma se ha introducido, podrán cambiarse las razones pero la norma seguirá cumpliéndose porque el orden así lo exige. Es como el hecho consumado que ya no se altera mientras no haya poderosísimas razones en contra.

Veamos. La ley natural es aquella que está indeleblemente grabada en la naturaleza humana. Curiosamente su idea es muy anterior al método de observar la realidad para detectar coincidencias. Incluso, aunque así hubiese sido, la posibilidad real de conocimiento de la humanidad estaba muy limitada en aquellos antiquísimos tiempos en que aún no se conocía más que una mínima parte del globo terráqueo y de sus habitantes. Y, aun así, los de fuera del grupo creador de conceptos eran considerados bárbaros. Cuando los descubrimientos geográficos empezaron a hacer llegar noticias de extrañas civilizaciones, la tendencia natural era la de considerar aberraciones las costumbres chocantes de ciertas gentes de las que incluso se dudaba si tenían alma y a las que, en todo caso, había que convertir a la ley divina natural, siempre sospechosamente unida al cristianismo.

Así pues lo natural no es lo que se infiere de la naturaleza humana en la que son tan observables el incesto, la poligamia, la eutanasia, el suicidio, el homicidio, la violencia, la libre sexualidad tanto hétero como homosexual, etc. como la grandeza de ánimo, el heroísmo, el altruismo y la cooperación. Tendremos que acabar reconociendo con humildad que si alguien quiere imponer una ley no se refugie en un dios a través de la naturaleza humana sino en su propia convicción siempre discutible.

Quizás lo que hoy día se va aceptando como derechos humanos indiscutibles vaya formando un cuerpo de doctrina básico para la convivencia. Pero hay que tener la humildad de aceptar que eso ha sido fruto de una conquista contra costumbres ancestrales que más nos unían a una naturaleza común con nuestros antepasados animales que a una naturaleza perfeccionada de un futuro solidario.


14.7.08

Romanza sin palabras

Dejar dormir el pensamiento,
hacer de las palabras
el musgo adormecido de la roca
y esperar, esperar el solitario
crujir del sentimiento:
un mar confuso que te lleva
como hoja sometida a los murmullos
de un viento sin preguntas;
una flor como aroma
de sombras escondidas en la tarde.
Dejar que se te lleven
las aves de tu olvido
para saber por fin
cómo sabe el desnudo de tu cuerpo
sin su ropa de risas
ni tu miedo.
Acaso en el silencio
de tu rostro ofrendado a su misterio
quede aún un rumor pausado,
un sabor de barbechos o de líquenes,
una muda sorpresa
que aún respete el orgullo de tu boca.
¡Calla! Que no despierte el pensamiento,
que mueran las palabras,
que quede sola la mudez
del sentimiento.

11.7.08

Seria serie, leviter tamen dicta*

Te miró fijamente y te lo dijo:
Después de lo de hoy vuelve dentro de un mes
a repetir más de lo mismo.
Y luego bastará con el recuerdo
cuando haya transcurrido un nuevo año.
Te quedaste pensando con cierto desaliento
que eso era poco para el ardor gozado,
que no quisieras nunca cejar en el abrazo
que te llevó a la gloria,
que quisieras volver a pasear tus manos
por esa piel tan suave e inolvidable,
que darías tu alma por sentirte
tan dentro de ella como entonces.
Eso tiene el placer
cuando quieres beberlo hasta el final
sin dejar reposarlo.
Necesitas que venga una enfermera
y te traiga a otro mundo más real
de una vacuna contra el tétanos
para que dejes de soñar despierto
pensando en un futuro ya inminente.


9.7.08

Leyes no escritas 6: La ley marcial

Ignoro quién investiría a Marte de la gloria de la divinidad y le daría un lugar selecto en el Olimpo. La historia de la humanidad está entreverada de tales disparates que a veces a uno le hacen dudar de nuestra racionalidad. Porque no se trata de proyecciones de nuestra corta comprensión del universo como podría ser el caso de Febo, Selene , Eos o Vulcano sino de una concepción religiosa y sobrenatural de la guerra. Dicho de otra manera, de una visión gloriosa y heroica de la guerra tomada como gesta en la que los hombres también se glorifican. Y no se trata de que se hayan divinizado las fuerzas del mal porque no es Marte el remedo de Plutón o de las Parcas sino un dios noble y poderoso en su bondad.

Lo que fastidia de la mitología es la proyección de la miseria humana que se refugia en las alturas para dar consistencia y grandeza a su estupidez y su egoísmo. Hacer de la guerra el crisol de la valentía, el honor o el heroísmo fastidia tanto más cuanto que no es algo perdido en el pasado sino vivo en el presente y sus ministerios, aunque encubierto desde su vergonzante transparencia de Ministerio de la Guerra a la más noble expresión de Ministerio de Defensa.

Todavía hoy se pone a Dios por testigo de nuestra disposición generosísima a matar al prójimo, que al de arriba se le antoja llamar enemigo, y a llamar efectos colaterales a la matanza de inocentes, porque cuando se trata de coger a un pez gordo se puede envenenar todo el río, aunque, eso sí, llorando la muerte de los alevines y otras especies. Se podrá destripar de un bombazo a quien nos impida avanzar pero será crimen de guerra si le escupes mientra muere.

Así pues nos encontramos con leyes curiosas con reminiscencias de tan glorioso dios como la famosa ley marcial: al jefe se le antoja llamar guerra a una situación que le fastidia, como protestas o manifestaciones callejeras y decreta estados de excepción, toques de queda o la ley marcial para que el bofetón, el abuso o la tortura se conviertan en el medio inexcusable para conseguir que no se moleste a sus excelencias.

Resulta curiosa la ley marcial. Los belicosos se han sabido colocar siempre en privilegiadas posturas y han ido formando grupos influyentes que pudiesen hacer guiños detrás de todos los acuerdos y leyes pacíficas y razonables. Y es que en el fondo debe quedar bien claro que los acuerdos se logran mejor si las partes se apuntan con una pistola. Ya lo decía el chiste con su popular e indiscutible sabiduría: “No sé por qué perdemos el tiempo dialogando cuando podemos arreglarlo a hostias”.

Las leyes marciales vienen a confirmar el hecho de que en el fondo nadie cree en el poder de las Musas, diosas de las artes, ante la eficacia contundente de Marte. Algo así como se cuenta de aquel famoso psicólogo que hizo callar a un niño berreante. Alabado por su ciencia y preguntado por su método confesó:

Le he dicho que o se callaba o le daba una patada en los cojones”.

Claro que se puede defender que hay una guerra justa: la del agredido que se defiende del agresor. Lo malo es que, visto así, la guerra sería injusta al 50% cuando la miramos desde el punto de vista del agresor. Lo curioso de todo eso es que el agresor siempre acaba siendo el que pierde la guerra.



(el espacio anterior en blanco es para hacer un corte de mangas a Marte).


7.7.08

Otras orillas

Un poderoso impulso me convoca
al borde de las aguas o la arena.
No por lo que de borde tienen
sino por la distancia que suscitan.
Salir de mí, ensancharme,
crecer en el impulso de otra orilla,
sentir lo mucho que aún me queda
tras lo mucho que ya dejo vivido.
En el reloj temprano de mis ansias
el alba sabe a tiempo sin fronteras.


4.7.08

Concierto

La memoria es sonora muchas veces.
Tú quisieras guardarla indemne y silenciosa
como se guarda una caricia lenta
hallada y no pedida.
Pero cierras los ojos y oyes
el temblor de tu cuerpo ante un abrazo,
el rumor de los labios que se rozan,
el susurro del ávido deseo
de aquella intimidad
que se sabe otorgada de antemano.
Poco tiempo ha pasado y ya el recuerdo
proclama su presencia como acorde
que de unas pocas horas ha hecho música:
la de una sinfonía de placer
o un concierto de piel a cuatro manos.

2.7.08

Un inciso a modo de respiro

Tenía ya preparada otra reflexión sobre leyes no escritas para publicarla aquí cuando, al hacer limpieza entre los infinitos papeles que se me acumulan en los bolsillos o entre las diminutas agendas que acompañan indefectiblemente mis paseos solitarios, al lado de notas antiquísimas sobre compras de macarrones, queso o analgésicos, me encontré con un papelucho, ya medio borrado por el roce, que había ido pasando año tras año de una agenda a otra sin fijarme en él.

Escrito con la letra temblorosa de quien anota mientras anda, logré descifrar unas cuantas líneas. Me pareció injusto que esos pensamientos que un día se me vinieron a la mente fueran a perderse como si nunca hubieran existido.

Soy incapaz de saber con exactitud cómo me sobrevinieron e incluso a veces qué querían decir exactamente, pero estoy seguro de que al anotarlos tenía el deseo cierto de que no se me perdieran.

Hoy no soy capaz de comentarlos por no saber su contexto ni lo que sentía cuando los anoté. Por eso, sencillamente, transcribo siete de ellos como un acto de lealtad a la luz o al azar que me los inspiraron:


  • Sólo es inútil aquello que ignoramos.


  • La nada no es la ausencia de todo: sólo de lo que duele cuando falta.


  • La libertad es nada más una cadena invisible.


  • El amor es un odio que se odia.


  • La sabiduría es la ignorancia de lo que no sabemos.


  • La aurora es el rubor del coito descubierto por la luz entre la noche y el día.


  • “Dios mío, soy vulgar” -rezaba un el. Y Dios, compadecido, le regaló una tilde y lo ascendió a pronombre personal.


Como todo en este cibermundo, sólo el hecho de dejarlos por aquí me hace sentir como si les hubiera hecho la pequeña justicia de no olvidarlos del todo.

Pásenmelo bien. A falta de llegar con mis comentarios a todos cuantos sinceramente aprecio les dejo el verdor del robledal y la fresca claridad del azul veraniego del alba serrana a 1200 m de altura.

Supongo que será un alivio cariñoso para el ardor estival de este hemisferio y el frío invernal del otro.