Leyes no escritas 9: La ley del máximo placer.
Dicho así parece el no va más del egoísmo o de la desconsideración. Sin embargo, de una manera u otra todos tendemos a procurarnos ese placer bajo los nombres más diversos. Los epicúreos no se avergonzaban de decirlo claramente pero hasta normas tan altruístas y generosas como el amor al prójimo toman su referencia en el amor a nosotros mismos. Hasta en los lavabos públicos se apela a ese sentimiento cuando se pide dejarlos como nos gustaría encontrarlos. Parece hasta justo que, incluso en oraciones tradicionales, se equipare la petición de perdón de nuestras ofensas en la medida en que nosotros perdonamos a los que nos ofenden.
Naturalmente no cometeré el error de poner en el mismo nivel los apetitos desconsiderados de quienes se procuran placer a costa de los demás, desde el que disfruta dando collejas a quienes no pueden devolverlas hasta el violador, pederasta , abusón o maltratador. Me refiero únicamente a quienes involucran únicamente su propio mundo y sus preferencias sin perjudicar a nadie. Hay quien busca su placer en su propia entrega y su sacrificio por los demás, en su propio dolor y penitencia sin pisotear a nadie y sin menospreciar a quienes no piensan como él.
Como en todas las leyes no escritas sobre máximos queda implícita la existencia de límites que acotan la altura de ese máximo haciendo decreciente el placer obtenido con los pasos posteriores a la consecución de ese máximo. Son límites a veces tan obvios como el de la limitación impuesta por el tiempo, por el desagrado intuido en la pareja, por la repercusión en otros nobles intereses.
De los mil ejemplos que se nos pudieran ocurrir sobre la consecución de ese placer en equilibrio con tantas limitaciones como nos afectan me referiré hoy sólo al que más me afecta últimamente como partícipe de este extraño mundo bloguero en que el propio placer toma formas extrañas de escritura y lectura a modo de peculiares encuentros con desconocidos que van haciéndose gradualmente conocidos y con los que se establecen lazos sinceros de amistad y cariño.
Que tenga limitaciones de tiempo, muy severas a veces sobre todo por la lentitud de la conexión que utilizo mientras estoy fuera de casa, es algo que a todos sucede (en esa lentitud hasta algo tan aparentemente inocuo como la verificación de palabras que algunos aplican significa triplicar el tiempo necesario para ultimar con éxito un comentario). Igualmente me sucede como a todos esa limitación en el grado de entusiasmo o de inspiración que merma las posibilidades de publicar como quisiéramos. Pero aludiré sólo ahora a algo que quiero explicitar como disculpa a quienes me escriben cariñosos comentarios y a quienes tardo horrores en corresponder.
Quiero dejar a todos hoy aquí lo que tiene que ver con el título que hoy me ocupa. Ando en la búsqueda de un equilibrio entre amabilidad y dedicación. No quisiera nunca dejar de contestar en sus propios blogs (que conste que ya me gustaría poder hacerlo en los comentarios en el mío como tantos hacen o por medio del correo electrónico, pero me es materialmente imposible). En esa tesitura me impongo la obligación de escribir tres veces por semana y la de leer y comentar los escritos a los que estoy suscrito (mis enlaces están algo caducados, pero mantengo mediante Bloglines unas 150 suscripciones a blogs que -siempre dejo como pública mi suscripción para que quien quiera pueda saber que estoy pendiente de lo que publican- procuro atender si el flujo de publicaciones no se amontona.
Pero aquí entra mi deseo de buscar y encontrar el máximo placer a que aludía en el título: Me propongo leer y comentar entre veinte y treinta entradas empezando cada vez por un bloque diferente con objeto de pasar por todos al menos una vez por semana. Que conste que lo que expongo como propósito no quita que sea lisa y llanamente el deseo de satisfacer el propio placer de lector empedernido que ha descubierto bellezas equiparables con ventaja a la de escritores consagrados. Lo confieso, hay veces que no puedo pasar de cinco: me encuentro con páginas nuevas y empiezo a leer entradas hacia atrás y ya no puedo dejar de hacerlo solo por el gusto impagable que obtengo de ello.
No diré nombres porque de un modo u otro, unas veces más y otras menos, en todos los blogs que leo me sucede: empiezo y ya no puedo parar. En esos momentos lo tengo claro y tengo que decirlo aquí: no paso a otro mientras no me siento saturado del placer de la lectura en que me vuelco, tampoco en esos casos pongo límites al tiempo que dedico al comentario que hago, sobre todo para que sea tan agradecido y sincero como entiendo que deben serlo.
Nada más hoy. En estas líneas quede mi afirmación primera de la ley del máximo placer:
También aquí - y ahora sólo aquí- doy fe de que mi máximo placer en este ciberuniverso bloguero es leeros y decíroslo. Lamento que algunas veces tarde en hacerlo pero no tengo más remedio que seguir así.
Ninguna urgencia por abarcar mucho me impedirá disfrutar hasta la saciedad de las líneas que apuro con tanto placer como me causan.
Gracias a todos por ese inmenso placer que me proporcionáis.
Disculpas también a todos porque las circunstancias me obliguen a tardar a veces en decíroslo.