Por más que esta ley se considere ley no escrita, sólo es cierto en la actualidad, ya que el Código de Hammurabi, la Biblia en su Pentateuco y no pocos ordenamientos jurídicos antiguos se hicieron eco de ella y la expresaron por escrito. Incluso se consideraba un avance humanitario en cuanto que establecía la equiparación del castigo con la pena sin concesiones a una venganza indiscriminada.
Pero pasados ya aquellos lejanos tiempos de la Torá en que Dios nunca habría de dar cuenta de sus arbitrariedades por mantener la primacía y la subsistencia de su pueblo, pocos hoy mantienen, si no es por motivos de tradición religiosa, la justicia de una ley que devuelve mal por mal.
Es evidente que, tomada así, la ley del “ojo por ojo” no es más que la expresión de la venganza que a todos, como carcoma en viga vieja, nos corroe.
“Si la haces la pagas”. Tal parece cual si lo tuviéramos grabado a fuego en las entrañas. Sólo unos pocos héroes, que conservan la lucidez de la razón en medio del sufrimiento y la injusticia de la agresión inicua, son capaces de decir: “Ningún daño ni castigo infligido a quien me hirió me habrá de devolver lo que me arrebataron”.
Y así el castigo como restauración de un orden irreconstruible tras la ofensa se ha ido abriendo paso como expresión moderna de la ley del Talión. Mucha gente que se queja de la violencia inculca a sus hijos el golpe por golpe: “Si te dan tú no te quedes quieto”. En el fondo todos sabemos que ese no es el camino de la paz. Dentro de lo vergonzoso y humillante de poner la otra mejilla todos reconocen, sin rendirse a practicarlo, que los caminos de la paz jamás pueden venir de la mano del odio y la venganza. Es mucho más probable y, por supuesto mucho más firme, la paz del que reconoce la parte de razón o de justificación que asiste a sus antagonista que la paz del que se calla por temor a las represalias.
Claro que el hecho de reconocer una cosa en teoría no garantiza que haya de tomarse como camino seguro para lograr lo que se pretende. Es extraña la estúpida satisfacción del que se venga aunque sepa que no sirve para nada. Todos hemos escuchado en pequeños círculos la expresión iracunda con que algunos pretenden “sacarse la espina” de la injusticia clavando otra tan injusta como la padecida y creyendo que así su herida quedará curada.
Quizás la ley del Talión sea un freno a la espiral de la violencia creciente mediante el círculo de la violencia equiparable, pero en el fondo el avance que Jesús de Nazaret o Gandhi proponen de luchar contra la violencia con las armas de la paz y de la justa resistencia habrán de ser el único camino que nos salve de la fiera insaciable de venganza que llevamos dentro y que corroe como lepra el mundo que vivimos.