Que siempre haya una regla densa y preciosa como el oro no es, quizás, sino la expresión de nuestro sueño de encontrar la piedra filosofal que nos convierta en triunfadores.
Y es que, en el fondo, no nos resignamos a las leyes vulgares, escritas para todos los mortales, sino que aspiramos a dominar el secreto del éxito que nos abre todas las puertas. Así pues, soñamos con encontrar la fórmula magistral que remedie nuestro inexorable deseo de perfección por encima del vulgar y torpe cumplimiento de las leyes que afectan al resto del mundo. Las leyes normales son engorrosas, larguísimas, incomprensibles y, al menos en principio, afectan a todos por igual, con lo cual no nos sirven para los propósitos que nos animan de destacar sobre los demás.
¿Cómo se puede uno significar si se atiene a la misma velocidad, las mismas carreteras, los mismos procedimientos que todos? No. Eso no es tan inaceptable como las colas interminables en las que emplea el 90% de las personas el 90% de la vida.
Así que acumulamos secretillos y fórmulas magistrales secretas que –de boquilla al menos- nos permitan presentarnos como poseedores de caminos particulares y de una envidiable postura privilegiada ante la vida.
Lamentablemente el resultado de tal esfuerzo no puede reducirse a un par de hallazgos de universal aplicación sin corromper su naturaleza de camino privado para los privilegiados en que nos convertimos al ser sus únicos conocedores y usufructuarios. Por eso cada uno se reserva sus propios recursos en forma de axiomas a los que acude en caso necesario de llegar a un mismo sitio antes que los demás. Son frases rotundas, comportamientos o actitudes que nos dan la seguridad de encontrar el camino exacto por atajos particulares. Está claro que una regla preciosa como el oro ha de ser tan escasa como el mismo y nunca se resignará a ser comunicada pero todos sabemos que andamos en su búsqueda o ya nos congratulamos de su adquisición.
En fin, poco más puede decirse de tan alto secreto que cada uno guarda como intransferible tesoro: Unos dirán “Haz bien sin mirar a quien” mientras otros afirman: “Primero dispara y luego pregunta”, “Si te dan una bofetada en una mejilla pon la otra”, “Más vale fuerza que maña”, “Quien ríe el último ríe dos veces” o “Si tú no lo haces otro lo hará” …
Yo tengo una tomada de Quevedo: “Ande yo caliente y ríase la gente”
Claro que la digo porque me reservo el secreto de la manera que empleo para calentarme.
Y porque en el fondo digo como Groucho Marx: “Estos son mis principios. Si a usted no le gustan, tengo otros”
Y, naturalmente, esos otros me los callo para que el oro no se convierta en alpaca.