30.1.09

Suerte

Se me agolpan intensas sensaciones
casi de desaliento o desesperación:
me duele la cabeza,
me escuece la garganta,
sigo con las narices atascadas,
me molesta la boca del estómago,
se quejan mis lumbares,
las almorranas me torturan
y me oprime la próstata.
Ya sólo me faltaba
haber perdido algo y lo he logrado:
no encuentro la factura
de la memoria USB que se me ha estropeado.
Una mierda de vida si no fuera
porque no es nada esto comparado
con lo que me reserva al parecer
el futuro inminente.
Pero luego apareces y sonríes
mientras dices que me quieres
y me engañas llamándome macizo.
Al diablo con todo:
nada definitivo ni agobiante.
Yo te quiero también y no hay señales
de que vaya a dejar de hacerlo
en todo mi futuro previsible.

28.1.09

¿Crisis?

Hay palabras que, cuando se dicen, destruyen lo que quieren decir. Tal es el caso de la palabra “silencio”. Otras, como “presente”, no pueden decirse sin que la parte dicha sea pasado y lo que queda por decir sea aún futuro.

Pero, quizás como compensación, hay palabras que, cuanto más se explican más tienden a crear lo que significan. A mí me pasa con la palabra “bostezo” y con “prisa” y “nerviosismo”: cuantas más vueltas les doy más me provocan a abrir la boca, a angustiarme por falta de tiempo o a hacerme cada vez más irritable.

Quizás por eso nunca se me olviden los días que, hace ya mucho tiempo, pasé a solas en un inmenso pinar de la sierra madrileña en medio de terribles tormentas de verano. No dejaba de repetirme: “No digas miedo porque acabarás teniéndolo”.

Pues algo así sucede con la palabra “crisis”. Si se pronuncia se crea. No es de extrañar pues que tanto las entidades financieras como los gobiernos se nieguen a admitirlas en su vocabulario hasta que comprenden que es peor rehuirlas que emplearlas, mientras que la oposición política, los desajustados o los pescadores en aguas revueltas no paren hasta conseguir metérnosla por todos los bajos de nuestro consciente o subconsciente como medio para echar a unos para colocarse ellos.

Sin embargo es la verdad que siempre ha habido personas y entidades que pasaban por auténticas crisis mientras el sistema lo ignoraba desaprensivamente a fuerza de medias o de publicidades en que se mantenía que todo iba bien para que a los privilegiados les siguiera yendo tan bien como les iba.

Yo, la verdad, siempre me he considerado en crisis, en esa crisis que el Diccionario oficial define en quinto lugar como “juicio que se hace de algo después de haberlo examinado cuidadosamente” pero no como en la séptima que insiste en “situación dificultosa o complicada”.

Escéptico como soy ante todo lo impuesto y crítico de situaciones actuales tanto como de las anteriores, observo que hay en todo esto una enorme hipocresía: quienes nos obligaron a creer que los tiempos de vacas gordas habían llegado para quedarse sabían que vendrían los de vacas flacas pero aprovechaban para llenar sus graneros de lo que luego nos iban a vender a precio mucho más alto; quienes edificaban muchas más viviendas de las necesarias sabían que acabarían –tras forrarse- teniendo que comérselas con patatas cuando su compra dejara de ser refugio de aprovechados inversionistas; quienes rascaban los bolsillos de los incautos a fuerza de créditos fáciles sabían que un día esos incautos se darían cuenta de que no podían hacer frente a sus deudas y que ellos se resarcirían mediante embargos a ellos, a sus avalistas o a sus familias; quienes siempre quisieron provocar regulaciones de empleo y facilidad de despido esperaban el momento propicio para hacerlo con la menor respuesta posible por parte de los afectados; quienes nunca quisieron aumento de gasto público cuando eso mermaba sus beneficios privados sabían que conseguirían que se aumentara cuando eso les favoreciera…

En realidad tenían en su manga el as perfecto: los escudos humanos de todos los necesitados de trabajo y vivienda (me río yo de derechos que hay que mendigar y no tienen como contrapartida la obligación de nadie), es decir, de los que ya estaban en crisis suspendidos de un hilo y ahora lo están colgados por el cuello.

Así que ahora no creo mucho más de lo que ya sabía: que –de personas hablo, que es lo que me importa- los de arriba nunca estarán en crisis, aunque quizás ganen la mitad que antes, que siempre será infinitamente más de lo que ganaban quienes no ganaban nada; los de abajo, sin embargo, seguirán como antes rebuscando entre la basura o la chatarra y aferrándose al cobijo de un  puente o de un cajero automático.

Los auténticamente afectados son los nuevos parados, esclavos de sus hipotecas,  que ven como lo que les sirvió de garantía para endeudarse ahora no sirve para salir de ella. Uno de ellos –antiguo alumno mío, empleado en una empresa de seguridad privada- me decía hace un par de días: “Con eso de la crisis me han despedido y a los que quedaron les dijeron que tenían que renunciar a los días de trabajo de ocho horas y hacer todos los días jornadas de doce o dieciséis horas. Ahora dicen que ya no pueden más pero tienen que aguantarse”.

O sea, para unos igual y para otros más esclavitud y miseria que crisis.

Total, más de lo mismo con otros nombres. Los que ya lo sabíamos tenemos la esperanza de que nuestros representantes políticos, visto que el fuerte quiere estrangular al débil, se lo impidan por la fuerza en vez de darle dinero para que afloje su presión. Dejar que el tiempo haga que las inyecciones de liquidez surtan el efecto de amansar a los estranguladores es admitir la triste realidad de tantos estrangulados.

Y si eso provoca más despidos, sería el momento de dar trabajo a los parados donde se necesita: sanidad, enseñanza, justicia, seguridad ciudadana, investigación…

Y si eso significa más impuestos que nos hagan el cálculo de cuánto nos costaría entre todos y nos pregunten si lo aceptaríamos. A lo mejor no era tanto comparado con la desgracia que ya tenemos. 

26.1.09

Amabilidad

Me detengo en la palabra “amable”
y pienso en lo que significa:
“que puede ser amado”
Y entonces me dispongo a ser amable:
Me pongo la mejor de mis sonrisas,
depongo cuantas armas atesoro
en la vasta panoplia de mis odios,
me pongo feromonas como desodorante,
recuerdo aquello de “amarás al próximo
(y yo añado al lejano)”
y ensayo las palabras más mortíferas:
“Hola, ¿qué tal te va?, te veo preocupado,
¿te apetece un paseo y me lo cuentas?..”
Así lo intentaré,
Y luego me dedico a torpes reflexiones
sobre un juicio final, soñadamente póstumo
y, por desgracia, inútil ya
en que además de aquello:
“Tuve hambre y me diste de comer”
me encontrara con un desconocido
y me dijera:
“Fuiste amable y te amé
pero no encontré el modo de decírtelo”.
Por soñar que no quede, y, por si acaso
el verbo amar se esconde
en habituales fórmulas del tipo
dar la mano, abrazar, acompañarse
o mandarse un e-mail,
añado la palabra “gracias” a mi vocabulario
como quien significa sin decirlo:
“Por ser también tú amable yo te amé.
Una pena que no nos lo dijéramos”.

23.1.09

Olvidadas certezas

Siempre lo he sabido
y, aunque ya lo he olvidado, lo sostengo.
De esas torpes certezas
de todo lo ignorado me alimento
porque a lo que me aferro
no es a aquello de lo que no me acuerdo
sino a la convicción
de que hubo algo que me habló por dentro
y a lo que abrí mi mano para después guardarlo.
Cuando llegue a un futuro más inhóspito
me entretendré en buscar y me diré:
algo guardé para estos días secos,
voy a ver si lo encuentro y aún se acopla
al borroso contorno que me dejó en la mano.

21.1.09

Moros y cristianos

Uno podría sin duda comenzar preguntándose el porqué de esa expresión. ¿Qué pensaríamos si se dijera en su lugar “mahometanos y blancos” o “muslimes y rostros-pálidos”?
Quizás sea ésta la primera prueba de la incomprensión que anida en el fondo de esta última etapa de “inmigrantes-invasores” de nuestra baqueteada piel de toro. La historia es una ciencia difícil, tan difícil como explicar el porqué de las acciones humanas y los puntos de vista de sus protagonistas.
Imaginémonos que de nuestra época sólo sobrevivieran los poemas de Rafael Alberti, nuestra constitución, los anuncios por palabras de un año de un periódico, veinte números de una revista del corazón y los restos de una tienda de “todo a cien”. ¿Podría alguien dentro de mil años explicar la historia de España en el siglo XX? Sería interesante saber las explicaciones de las expresiones “griego” y “francés” así como el papel de algunos “famosos” y sus infinitos amores y desamores comparados con el de el autor de “Marinero en tierra”.
Sin embargo a mí se me inculcó durante los años cincuenta una secuencia histórica mutilada en la que un sustrato lejano y borroso de héroes como Viriato añadieron valor y trapío a invasores romanos que, en pago de ello, nos dejaron idioma, leyes, acueductos y vías. Como se hicieron cristianos, acabaron siendo buenos, pero no tan buenos como para no corromperse a fuerza de ir al circo y fueron fácilmente desplazados por bárbaros que no nos dejaron idioma ni leyes pero fueron importantes por tener una lista de reyes que empezaba por Ataúlfo y terminaba por Don Rodrigo. Por tonto éste y con ayuda de un traidor, vino el moro Muza y se acabó lo que se daba. Menos mal que los moros no consiguieron eliminar las esencias patrias con su idioma y sus mezquitas y un tal Pelayo comenzó una rápida reconquista de 800 años de nada y, tras un follón de reinos, Sanchos y Alfonsos absolutamente incomprensibles en que todos luchaban contra todos, vinieron los “dos magníficos” y –tanto monta, monta tanto (puedo asegurar que eso de montar jamás lo entendí porque me sonaba más a bicicletas y a burros que a Reyes Católicos)- se acabó el recreo y el ir y venir de gente de fuera y ¡hale! cada uno a su casa:el mariconazo de Boabdil (lloró como mujer por no haber sabido defenderse como hombre) a tomar por saco,  los herejes a la hoguera, los moros a África, los judíos… a donde pudieran y nosotros a amasar imperios que, aunque se fueran perdiendo, a lo mejor un día habrían de volver. Para eso vino Franco después de poner orden en un caos de repúblicas nefastas y malísimos “rojos” …
Pero luego se murió y ahora ya no entiendo mucho excepto que quienes me fueron antaño odiados como advenedizos me caen hogaño simpáticos y quienes fueron entonces héroes de Armadas Invencibles, de gestas americanas y de Guerras de Independencia tienden a caerme mal últimamente.
Así que ahora me place saber con fruición que el Cid o Sidi se fue con su amigo moro de Zaragoza cuando le desterraron los suyos o que el murciano Ibn Al-Zaqqaq escribía en árabe: “Cuántas veces crucé por verla sólo/ el oscuro oleaje de la noche” y que los autores de jarchas escribían con caraceres arábigos sus terminaciones en un extraño idioma que podríamos llamar “romanrab”: “Non quero non un jillello, illas-samarello” (no quiero, no, un amiguito/ más que el morenito).
Algo así –pero mucho más bonito- como el “Espanglish” en EE.UU. o las instrucciones de manejo de electrodomésticos importados:
“Desplugue el soquete de la pared para no choquearse de descargas”.
Pues eso. Ni moros ni cristianos. Todos personas.
Y ojalá cada vez menos burros.

19.1.09

Del puzle al cuadro

Un gigantesco puzle nuestra vida.
Así  la veo a menudo mientras miro.
Y no hablo sólo del amor que acopla
convexidades y concavidades,
donde hay un corazón, un cuerpo amado,
un pensamiento pleno sobre el nuestro vacío,
un decidido empuje en la resignación
o una esperanza en la desesperanza.
No.
Me refiero a las cosas, tan estables,
que sólo existen porque yo las veo
y sólo cobran sentido cuando encuentran su sitio
en medio de mi propio sentimiento.
Hoy, como tantas veces, me he asomado
al borde de mis sueños, allá donde guardaba
los amplios horizontes de todas mis huidas
y los he ido poniendo poco a poco
en el sitio que les correspondía.
Ya no duele su ausencia, en mi tan plenos:
ocupan ya el lugar inamovible
donde todo, por fin, es cuadro
sin los bordes hirientes
de cuanto aún no encaja.

16.1.09

Caminos, tiempos, lugares

Algún lugar habrá para nosotros,
descreídos, deshechos, desnortados,
en alguna ribera acogedora
donde valgamos por lo perseguido
más que por lo logrado.
Siempre estuvimos en camino
y ya va siendo hora de sentarnos
aunque sea tan sólo unos instantes
para ver lo que siempre hemos tenido
sin apenas habernos dado cuenta:
la palabra repleta de esperanza,
la gran fidelidad de algunas manos,
la inmensa plenitud de la mirada,
el tiempo aprovechado,
amables compañías comprensivas,
las penas que sin pausa hicimos nuestras..
A lo mejor resulta así parados
que no fue cualquier tiempo transcurrido 
mejor que el que tenemos alcanzado.
O aquel que nos espera todavía.

14.1.09

Optimismo

He envidiado siempre a los optimistas.
Gente como G. al que le felicité por año nuevo pregúntándole qué tal y me contestó que  se había torcido un pie con la inmensa suerte de que había sido el izquierdo y eso le había forzado a entrar en el nuevo año con pie derecho.
O como mi hija que, tras tirar todo el contenido de un armario de la cocina, respondía a mi pregunta sobre la razón del estrépito consiguiente: “Nada, papá, ha habido suerte, se me han caído dos botellas de aceite pero sólo se ha  derramado una”.
O como L. que tras darse un martillazo en un dedo comentaba que el lado bueno de los dolores consistía en lo a gusto que se quedaba cuando se le pasaba.
O como J.M, recordado profesor mío de Historia, que jamás corregía sin emplear un lenitivo:  “Dice Usted bien pero mejor diríamos” aunque se tratara de achacar a los cartagineses la construcción de la mezquita de Córdoba.
O como un esforzado y tenaz amigo que, tras suspender por sexta vez el griego de comunes en la Facultad de Filosofía y Letras aseguraba: “Me han vuelto a suspender  pero alguna vez será la última”.
O como el siempre recordado F.P. que hasta en los más dolorosos momentos de su dolorosa vida proclamaba:  “¿Preocupado yo? Bastante tengo con estar jodido”.
O como aquel mítico profesor mío leonés, empedernido deportista,  que tras romperse un dedo del pie jugando al fútbol se negó a retirarse mientras decía a su pie: “Y ahora ya puedes doler, que para el caso que te voy a hacer…”.
O como el de la película que, rechazado por su amada con la aseveración de que tenía una probabilidad entre mil millones de que le quisiera, afirmaba: “Menos mal. Ya había perdido toda esperanza”.

Y digo que los he envidiado porque, aunque siempre sostuve que la alegría es el lado inacabado de la pena, nunca me he dejado guiar totalmente por el optimismo. Todo lo más he empleado el sistema del paréntesis: lo que va dentro de él , por muy largo que sea, acaba por dejar paso a lo principal que va fuera.
Estaréis de acuerdo conmigo en que mejor es eso que el pesimismo de otro profesor al que felicitamos en su cuarenta aniversario y replicó: “Una lástima. Otros cuarenta y hecho un cacharro”
En el fondo es cuestión de encomendar a la probabilidad un lado lleno de la botella y alegrarse de ello.
Cuando, en asuntos de opinión, en vez de la probabilidad ponemos la certeza hay algo que no encaja.
Por eso prefiero que me digan que disfrute porque quizás Dios no exista a que me inciten a la felicidad porque Dios sin duda sí existe.
Quizás porque la cierta amenaza de un cierto infierno -por mucho que se lo callen en el eslogan- más incita al pesimismo que al optimismo.
En todo caso mi deseo sin reservas es el de que seáis felices y optimistas.
Creáis lo que creáis.

12.1.09

Caricias

La caricia en mis dedos son preguntas.
Como mínimo tres:
Una a mí mismo
¿Cómo es posible que haya preguntas sin palabras?
La segunda es a ti
¿Por qué también tus dedos me preguntan?
La tercera la hacemos de consuno
¿Qué hacemos ahí fuera preguntando
como si no supiéramos
que guardamos por dentro la respuesta?

9.1.09

Musgo

El póstumo verdor del tronco muerto
o el áspero cobijo de la piedra.
Forzada trascendencia de la vida
sobre el último impulso de la muerte
o máscara vital entre lo inerte.
Terciopelo otoñal que persevera
en el borde primario del invierno.
El pálido rincón de tu asechanza
apenas trunca humilde la distancia
que separa del verde la ceniza
o el desierto del húmedo consuelo.
Paz unas veces. Otras descubrimos
el cálido aguijón o el acicate
que invita a caminar contra la tarde
con los ojos perdidos en el suelo
de un cercano horizonte sin nostalgias.

7.1.09

El arte de lo posible


Dicen que la política es el arte de lo posible, lo cual plantea serios interrogantes al respecto. Veamos. El político se dedica a la política como profesional, percibe un sueldo por ello, se le exige dedicación adecuada y tiene la responsabilidad de las decisiones que toma. Extrañamente pocos proceden de la Facultad de Ciencias Políticas y sí de variadas ciencias, humanidades e ingenierías en donde parece ser que se forman nuestros dirigentes. Menos todavía de las ramas de FP de automoción, calderería o instalaciones eléctricas, lo cual no choca demasiado si se tiene en cuenta la escasa preparación que suministran esas profesiones para saber lo que es o no posible.
Y aquí se pregunta uno –creo que con justicia- qué divina inspiración ha sembrado de lenguas de fuego las sesudas seseras de sus señorías para distinguir lo posible de lo imposible si se exceptúa el sagrado voto del personal al que se deja sólo elegir entre lo posible (A, B y, si acaso, un poco de C) con lo cual sólo hay dos, o un poco de tres, caminos posibles y en cada uno de los cuales sólo se ven posibles unas pocas cosas que luego en la práctica se quedan en la mitad porque la práctica cruel así lo exige.
Al final, ¿qué queda como posible para aplicar la excelsa y prestigiada política de la excelsa y prestigiada democracia? Cierre usted los ojos y formule un deseo como las peticiones infantiles a los Reyes Magos o Aladino al genio de la lámpara:
Que no haya guerras (No es posible porque se va al traste el negocio de las armas y los privilegios de los fuertes). Que no haya pobres (No es posible porque si no no trabajaría nadie). Que haya trabajo para todos (No es posible porque a ver cómo se podría entonces amenazar al trabajador con despedirle). Que toque a cada país por turno ser EE.UU. durante una temporada sin que a EE.UU. le toque más tiempo que a los demás (¡A ver! ¡¡Esa pedorreta!!) Que a cada dirigente político de talla se le impongan no sólo medallas sino un explosivo que se active automáticamente en el caso de que un tribunal auténticamente internacional sin vetos ni gaitas lo decida por mayoría (¡Je, je!). Que, en vista de que la mayoría de los delincuentes son marginados, se prohíba dicha marginación; que las pateras o cayucos hagan viajes de ida y vuelta para hacer intercambios entre países del norte  y del sur; que Cuba decrete el embargo a EE.UU; que el Estado de Gaza aísle e invada la franja de Israel; que…
Pero no, nada de eso es posible. Lo único que sí lo es es lo que no moleste mucho a los de sitio reservado, como, por ejemplo, poner 1, 2 o x en las quinielas, que eso sí que es libertad.
Y los políticos a lo suyo, o sea, a decir que nada útil es posible y que, en caso de desastre, solidaridad.

(Nadie se moleste en declararme tendencioso, exagerado y parcial. Lo soy. En el fondo existe en mí la queja de que los políticos -cuya labor en general respeto y considero necesaria- disfrutan poco de las incomodidades de la inmensa cantidad de ciudadanos agobiados y la tristeza de vivir en un mundo en que más vale fuerza que maña o guerra que diálogo. La verdad es que estos improvisados apuntes empezaron a gestarse como una carta a los Reyes Magos.)

5.1.09

Permanencia


Cuando uno mira hay muchos ojos
que miran en los nuestros.
El deje tembloroso con que acoge
nuestra vista la cándida sorpresa de las cosas,
tan ciertas y tan ciegas, 
son nostalgia, el aliento o el latido
que  resuenan como eco en nuestro fondo,
son la sombra de ráfagas
de palabras preñadas de otras vidas
o el cálido rumor
de historias o poemas ya vencidos
que aletean aún en nuestros ojos.
Por  eso aún perdura
el deseo de mirar
y así seguir dejando en cada cosa
el silencio que acaso en un futuro
hablará por nosotros,
mudos ya en otras costas,
dormida para siempre la mirada.

2.1.09

Sin tapujos

Lo que se siente es lo que vale ahora.
De ello hablaré tras intentar sentirlo.
A veces yo y a veces el actor
nos turnaremos a indagar por dentro
lo alto y lo profundo, piel y médula,
fuera y dentro, grandezas y minucias.
Lo que quede a la vista será así:
lo más difícil justamente sólo:
la escueta realidad, de tan sencilla,
con que las cosas pasan o se quedan
desde un rostro que mira atentamente
y luego se sorprende
de la facilidad
con que lo complicado va ocurriendo.