29.5.09

Metáforas

No negaré jamás esto que veo
por más que lo que vea me lleve a lo aún no visto.
Diré árbol, piedra, césped, agua, viento
y no traicionaré ni al más pequeño
de los átomos, cuantos o partículas
que dicen lo que son y a lo que tienden.
Pero, una vez mi fe así dada y dicha,
haré que el árbol sea tierra y cielo,
que la piedra se haga certeza y paz y tiempo,
que el césped sea el mar de tierra adentro,
que el agua geste el cambio que no cambie
y el cielo asiente el sueño inalcanzable.
No, no habré de negar
ni mano o luz, olor, sonido o labio.
Sólo así haré fecundas las metáforas.

27.5.09

Dioses por un día


Leía este domingo en El País la columna de Manuel Vicent que titulaba Dioses.  En ella, con su habitual estilo que a  mí siempre me toca alguna fibra adormecida, pasaba de la afirmación de Nietzsche negando a los dioses a la universalización de los mismos en cada uno de nosotros en determinados momentos si uno no espera demasiada gloria de ese oficio
Menciona exquisitamente Vicent varios momentos de la vida en que uno hace cosas que los dioses, enjaulados en el tiempo y en el espacio infinitos sin poder librarse de esa maldición, serían incapaces de hacer y acaba con esta sublime aseveración que no me resisto a transcribir:
Sólo los tontos mueren satisfechos, pero no existe persona inteligente a la que el azar le ha negado un día de gloria en un ínfimo reino, en el que por un instante fue dios. Puede que ese reino fuera sólo el espejo del cuarto de baño donde se reflejaba tu juventud, en el que alguien, que acaba de salir, había dejado escrito con un lápiz de labios: tienes el pan en el tostador y el zumo en la nevera, te amo.
Como todas las palabras que hablan para decir algo en el sentimiento, se iban forjando esos vagos pensamientos, a veces contrapuestos, que son la prueba del diálogo interno con que aceptamos y asimilamos ciertas ideas hasta hacerlas propias.
Me acordé del chiste de aquel que salta de un avión en llamas y cae mientras busca desesperadamente la anilla que acciona la apertura de su paracaídas. En esa caída libre y vertiginosa ve subir, de modo igualmente vertiginoso, a otro y le grita: “¿Sabes dónde está la anilla del paracaídas?” a lo que el que sube le replica: “Ni idea. ¿Y tú sabes dónde se cierra la espita del gas?”
Me decía que algo así debe de suceder entre dioses y humanos. Aquellos quieren bajar del Olimpo aunque sea convertidos en lluvia dorada sólo por gozar de Dánae mientras éstos anhelan irremediablemente el fuego de los dioses aún a costa del eterno castigo de los cielos.
También recordé a algunos excelentes profesores que sabían colocarme en el sitio exacto donde la enseñanza era posible. Solían comenzar, de una u otra manera, con un imagínense ustedes. Cuando era un niño apenas, esa imaginación me conducía a ser pirata recorriendo las costas del Mare Nostrum para encontrar tesoros perdidos en sitios que acababas memorizando o ser aventurero a punto de ser víctima de antropófagos si no levantabas un ladrillo de oro (19,3 kg en el volumen de un litro de agua. ¡Cómo olvidar esa densidad!) con una sola mano. Cuando fui mayor tenía que hacerme un personaje que vivía en una época, en un ambiente y con unos determinados conocimientos para poder entender lo entonces se decía o se vivía.
Uno de ellos, al mencionar el relato –dos en realidad- de la creación del mundo según el Génesis solía decir: “Ustedes de repente han olvidado todo lo que saben y se encuentran con todo lo que ven: un disco de fuego que ilumina y calienta durante el día y un tenue luminar que alivia las tinieblas de la noche; ven subir y bajar el nivel del mar sin que pase de un cierto límite, observan que a veces cae agua de arriba, sienten en su cuerpo impulsos poderosos de amor y odio… Entonces se remontan a un origen posible en que sólo hay caos o un desierto vacío y alguien –Dios- como soplo poderoso o viento vespertino pone todo en el sitio en que ahora lo encontramos. Y se imaginan que algo malo han hecho para que sucedan ciertas cosas que nos duelen como las heridas o la muerte. Ese algo lo achacan a querer ser semejantes a quien nos creó intentando sacar del fruto de un árbol prohibido el misterio de la ciencia del bien y del mal.”
De entonces aprendí a sentir que hemos creado a quien a su vez nos crea y que esa creación mutua nos sitúa en el mismo problema del origen desplazado a otro nivel.
Aprendí que cuando llegamos al borde de lo que experimentamos extendemos nuestros ciegos tentáculos para palpar el misterio con la duda y la emoción de imágenes, metáforas, sueños o deseos: es la belleza del arte.
Y entonces, cuando salta la chispa, nos hemos hecho dioses por un momento, nos hemos sentido por encima del suelo que pisamos.
Quizás sea, glosando a Vicent, como si, tras un deseo vehemente de saberse queriendo a alguien en silencio, nos encontráramos de repente con que ese alguien nos dice: te quiero.

25.5.09

Ciclos


Aprendo por saber
el camino infinito de los círculos:
el agua y su memoria inmóvil bajo el hielo,
agitada en el vuelo de los vientos
o en medio de los líquidos vitales;
las piedras y su historia en lo profundo
o en su lento camino hacia la arena
rendida a la constancia de lo débil;
el más alto edificio de la vida
gestado grano a grano en el distante
corazón imposible de una estrella
y eterno en su camino pendular
que pasa por la vida y por la muerte;
mi vida en el rincón donde me agito
entre el abrazo a que mi amor me urge
o la gris lejanía
en la que te deseo.

22.5.09

Ser o no ser


Las cosas son, sencillamente son;
yo soy también, mas no sencillamente.
Por eso cuando complicadamente
contemplo lo sencillo termino complicándolo
y cuando así a mí mismo me contemplo
hasta mi misma vista acaba complicándose.
También por eso a veces miro quieto
para decirme aquí estoy o aquí no estoy
o, aún  mejor, para no decir nada
y mirar en silencio, hecho silencio.
Hay silencios así, que aún  recuerdo,
no por aquello que no ha quedado dicho,
sino por ese hondo deseo
de encontrarme otra vez con lo sencillo,
de encontrarme otra vez conmigo mismo
con siempre un poco más de tiempo en mí
pero siempre lo mismo de sencillo.
Y simplemente así, sin comentarios.

20.5.09

S.T.T.L.


Sit tibi terra levis. Que te sea leve la tierra.
Siempre me gustó más este epitafio habitual en las lápidas romanas precristianas que las iniciales R.I.P. o D.E.P. posteriores. Quizás porque sonaba gloriosa en la elegía segunda de Tibulo :
“annua constructo serta dabit tumulo 
et bene discedens dicet placideque quiescas, 
terraque securae sit super ossa levis.» 
y en la versión rítmica de Casasús:
“Una guimalda anual amante ofrezca 
Y al marcharse le diga: En paz reposa, 
La tierra leve a tus cenizas sea.”

A Mario Benedetti llegué con la impresión de su poema “Pasatiempo”:
“Cuando éramos niños
los viejos tenían como treinta
un charco era un océano
la muerte lisa y llana
no existía.
Luego cuando muchachos
los viejos eran gente de cuarenta
un estanque un océano
la muerte solamente
una palabra.
Ya cuando nos casamos
los ancianos estaban en cincuenta
un lago era un océano
la muerte era la muerte
de los otros.
Ahora veteranos
ya le dimos alcance a la verdad
el océano es por fin el océano
pero la muerte empieza a ser
la nuestra."

Desde entonces me pregunté qué podría seguir en los versos del poeta cuando llegase al final. 
Desde esta impunidad que da el atrevimiento anónimo de un blog y desde la confianza que me confiere la veteranía a que alude Benedetti en la última estrofa séame permitido este sencillo homenaje de proseguir lo que la muerte no le permitió a él:

Y al cabo sin más tiempo
hicimos la verdad realidad:
el océano ya no cambiará
y la muerte por fin es ya
la nuestra.

18.5.09

Antes de decir


Coloco la palabra en su silencio
cuando es posible aún la incierta meta
en que habrá de quedar adjudicada.
De ella me fío más que de mis labios
para ver su papel en la quietud
antes de que unos brazos la recojan
o de que una blancura se entinte con su sombra.
Pero es difícil ver la mera idea,
la firma en niebla aún no conformada
y acabo en unas manos preparadas
con el hueco que habrá de recibirlas
y la forma que habrá de moldearlas.
Y del tacto a la vista hay sólo un paso,
o acaso un salto en el vacío,
y todo queda al fin en su lugar:
lo dicho ya entregado en un regazo
y una mirada ahora con más brillo.
Debe de ser que nada de lo dicho
se hace pleno sin nadie a quien decirlo.

15.5.09

De distancias


Es la distancia lo que más me abrasa
cuando miro un paisaje, cuando escruto la noche,
cuando indago un misterio o me dejo mirar
o cuando leo un libro o me imagino algo.
Y si digo me abrasa significo
que duele a veces como pura ausencia
y a veces hiere como lo que entra
ya como puñal o como cauterio,
como lo que me enferma o como lo que sana
o lo que tanto da como me quita.
Pero hay una distancia que sobre todas prima:
la de aquello cercano imaginado lejos:
tensa cuerda en el arco o la ballesta,
muelle forzado a punto de soltarse,
impulso acumulado antes del salto,
despedida ficticia para amasar encuentros.
Debe de ser que nada que ahora tenga
ha sido mío sin haberlo ansiado.

13.5.09

Mejor no preguntar.


Ignoro si tendría algún fundamento el hecho, pero se cuenta que cuando De Gaulle convocó el referendum que habría de perder y que le obligaría a dejar la política tras aquel turbulento mayo de 1968, Franco sólo hizo un lacónico comentario: "Eso le pasa por preguntón. Mejor siempre no preguntar si no se está seguro de la respuesta".
Desde luego él lo hacía siempre así hasta conseguir que hubiera más votos a favor que votantes.
Y, desde luego no era el único que pensaba de esta manera: En uno de los colegios en que ejercí de profesor nunca se me encomendó el papel de recabar la opinión de los alumnos de aquel bachillerato de entonces porque, según me decía el Director, yo hacía las preguntas como si las respuestas tuvieran la misma probabilidad de ser elegidas. Cuando él preguntaba, siempre dejaba bien claro que el que votase en contra de su opinión era poco menos que un sinvergüenza y habría de atenerse a las consecuencias.
Bien recuerdo la pregunta sobre la entrada a la Otan que Felipe González formuló, obligado, a la ciudadanía. Ante la simplicidad de una pregunta tan sencilla como Otan sí o no; bases fuera sí o no, se eligió una increíble, enrevesada e incomprensible pregunta, que, supongo, debía de ser la más sencilla que pudiera obtener un resultado a favor de la entrada en la Otan.
Así que, visto lo que se ve, más parece que las preguntas que se hacen a los ciudadanos (y esto vale también para las encuestas del CIS) están más pensadas en configurar opiniones que en averiguarlas. No se nos preguntarán cosas interesantes sobre gravar más con impuestos progresivos las rentas más altas, sobre poner techo a ciertos remuneraciónes de altos ejecutivos, sobre monarquía o república, sobre independentismo o federalismo, sobre si preferimos financiar un modelo de protección social parecido al de Dinamarca o Reino Unido en vez de el de EEUU. O sobre si queremos un modo de votaciones para las cámaras que sea estrictamente proporcional o no.
De todos modos me da la impresión de que nada de lo que digo podrá llevarse a efecto y que que al final sólo se nos preguntará si queremos poner uno, dos o equis en las quinielas.

No resisto citar el vídeo censurado del formidable Krahe para solaz y escarmiento de tantos cuervos ingenuos como caímos en la trampa  (http://www.youtube.com/watch?v=R1ALtFvAR7I)

11.5.09

Los sonidos del silencio

Hay zumbidos con forma de silencios
que tienen la virtud de dominar los ruidos
y sacar del espacio su quietud.
Hay fragores que ensalzan y subliman
el hondo poso inmóvil al que acechan,
en que explotan retumban y se callan.
Hay cantos raros, fondo intermitente
que tiende el decorado a los paisajes
para que de ellos brote tranquilidad y pasmo.
Sucede así también de vez en cuando
con murmullos y brisas, con susurros y asombros,
con quejas y temblores, con dudas y crujidos.
Así suena el silencio de la vida.
Tan distinto al silencio de la muerte.

8.5.09

Convivir

Auferat hora duos eadem.
Nos lleve a ambos la misma hora.
Y no porque nos lleve
sino porque jamás nos falte alguien
con quien querer morir
y sin quien no querer seguir viviendo.
Que la vida al final no es otra cosa
que el fondo más cabal del convivir.

6.5.09

De homeopatías o alopatías

Quienes escribimos habitualmente con sinceridad intentamos siempre que ésta jamás hiera, pero tampoco engañe. Por eso siempre he procurado que quedara claro en mi perfil tanto mi lado pacífico y humorístico como el rebelde y antidogmático. Y, desde luego, también que eso no viene de hace poco, sino de hace ya unos cuantos años. No es que uno se vaya a dedicar a estas alturas a hacer proselitismo de sus convicciones sino más bien a no ser forzado a mantener una forzada conversación por parte de quien no sabe a qué atenerse con respecto a su interlocutor.

Creo que hay algo innato, o, desde luego, muy temprano, en la tendencia a oponerse a que le empujen. Quizás por ello puedo recordar desde mi más tierna edad mi afición a dar la vuelta hasta a los cuentos e inventar el cuento de los tres lobitos y el cerdo feroz tanto como a rehacer las fábulas de Iriarte y Samaniego cambiando los estereotipos de animales hasta resaltar lo amable dentro de lo pretendidamente odioso.

No es de extrañar que ante la inmoderada y terca presión del franquismo nacional-católico, antidemócrata, antirepublicano, profascista y antijudeomasónico de los años cuarenta de mi infancia, bajo la capa de sumisión propia de la inconsciencia de entonces se fuera gestando un germen de rebeldía incontenible. Quizás fuera el contacto con compañeros de otras nacionalidades durante los años posteriores a la condena de Julián Grimau el detonante de esa rebeldía: la sorpresa en los ojos del ingenuo usamericano (¿pero es que vosotros no votáis?), la sordera aparente del alemán (¿Das dritte Reich? Yo de eso no sé nada.) la ignorancia súbita del idioma francés por parte del belga flamenco que siempre respondía en neerlandés cuando se le preguntaba en francés, la resistencia a hablar de fascismo del italiano o la convicción del australiano de que nuestro globo terráqueo estaba puesto del revés y que era el hemisferio sur el que tenía que mirar hacia arriba. Lo cierto es que de la convivencia con lo contrario iba surgiendo el gusto por compartir lo semejante.

La segunda mitad de los años sesenta se me vino encima con sus insufribles No-Dos (o nodos, como ya recoge el DRAE) de proyección obligatoria antes de todas las películas, sus noticiarios conectados siempre en todas las emisoras a Radio Nacional y la opresión constante de los principios inamovibles del “Glorioso Movimiento Nacional”. Hasta mi medroso corazón, ajeno a todos los extremismos, tuvo que refugiarse en los horribles pitidos de la interceptada Radio Pirenaica, en la onda corta de las radios extranjeras, en la música y libros clandestinos, en los artículos de “Triunfo” o en el humor rebelde de “La Codorniz”.

Pues sí, más me hizo de izquierdas aquella insoportable maquinaria de propaganda nacional que nos hacia “rojos” (y puedo asegurar que apaleables) a cuantos salíamos de clase a mediodía en la Facultad de Ciencias Económicas o charlábamos en grupos a la salida de los pabellones o dudábamos de la famosa “conspiración judeo-masónica” en que el franquismo compendiaba todas las oposiciones a su indiscutible prepotencia. Porque en el fondo no se trataba de ideas sino de crear falsas asociaciones para ensalzar las virtudes de lo indiscutible.

Ha pasado ya mucho tiempo desde aquello y las circunstancias han cambiado, afortunadamente. Hoy día es todo más sutil y la presión es a veces difícilmente detectable, pero aún existe a golpe de titulares que dan por supuesto probado lo indiscutible del sistema socioeconómico vigente, que sería lo normal,  mientras que los disidentes se constituyen en grupúsculos “antisistema”, extremistas o inadaptados.

Lo siento, uno ya no tiene remedio y no le conmueve la homeopatía y sus “similia similibis curantur” (lo semejante se cura con lo semejante) sino más la alopatía (y no sé si antipatía) con sus “contraria contrariis curantur” (lo contrario se cura con lo contrario). También seguramente de eso he aprendido a no empujar como a mí me empujaron.

Pero también a respetar mucho más de lo que a mí me respetaron.

4.5.09

Dedicatorias


Retrocedo en el tiempo hasta las letras
que ignoraban aún la infausta marcha
de aquellos a quienes aludían.
El que las escribió quizás pensase
que al escribirlas daba eternidad
al hecho pasajero de dos vidas:
la de aquel a quien se las dedicó
y la de aquel que se las dedicaba.
Quizás por eso ahora me emociona
leer dedicatorias en los libros
dirigidas a gente fallecida
por sus autores desaparecidos.
El sabor a epitafio involuntario
que cuelga inmarcesible de lo escrito
es también el sabor a eternidad
que impregna de emoción a quien lo lee.
(Leía ahora “Don de la ebriedad”
y su dedicatoria: “A mi madre”
que escribió el ya inmortal Claudio Rodríguez).

2.5.09

Huellas anónimas


Si acaso un leve soplo me dijera
con él me identificaría
hecho temblor de aire denso y leve
que nunca se percibe si nunca se traspasa
al modo del vibrar de los paisajes
cuando el aire caliente se interpone
entre vista y objeto,
entre amor y deseo,
entre distancia y cuerpo.
Hecho palabra entonces volaría
así de transparente, así de oculto.
De mí sólo el sabor, el deje suave
del hondo testimonio del vidente,
de alguien que pasó, miró, sintió,
entibió el camino y se hizo senda
para herir como brisa al caminante.
De mí sólo las huellas sin su nombre.