30.9.09

Finis coronat opus


Hoy tocaba prosa y no encuentro otra mejor que la del principio de estas páginas para cerrar el círculo:
"Vine, vi y fui vencido. Pero no puedo quedarme"
Pero. como siempre fue este espacio dos tercios de poesía dejaré también estos dos últimos endecasílabos:

"El alba seguirá aunque yo me marche.
No es pequeño el consuelo de saberlo."

Gracias a todos.

28.9.09

Atesorando


El día aguarda sin afán de lucro.
Tú le precedes como el que lo explora
por intuir si hay algo diferente
en su terca obviedad, en su grisácea forma.
Como suele pasar en estos casos,
descubres lo sabido:
no es el día quien guarda las sorpresas,
es, sobre todo, el cuerpo el que dispone
el mantel donde todo espera ávido
las horas invitadas al banquete.
Miras al borde azul dispuesto a tomar nota.
Con un poco de suerte acaso pase algo
y, si aún tus reflejos no te fallan,
puedas guardarlo para tardes lacias.

25.9.09

Caída libre


No era entonces andar lo perentorio
sino el hecho sencillo de dejar
que la vida tendiera su espacio generoso
para tomar aquello que nunca nos negaba.
Pero con el transcurso de los años
caminar se nos ha hecho imprescindible
para encontrar motivos y alicientes.
De lo nuevo a lo viejo la senda es cuesta abajo:
de lo viejo a lo exhausto es ya caída libre.
Descubrir lo ignorado en esta etapa
sabe al inmenso esfuerzo de agarrarse
a la áspera pared ante la que caemos.

23.9.09

Autoridad docente


“Péguele un par de hostias a X y tengamos la clase en paz”
Con tan contundentes palabras me sugería un anónimo alumno, allá por la segunda mitad de los años sesenta del siglo pasado, la actitud que debería tomar ante el desafiante y corrosivo comportamiento de un alumno problemático.
Eran años anteriores a la enseñanza obligatoria hasta los dieciséis años. El alumno que así me animaba -reconocido por su letra a pesar del anonimato- a dejarme de contemplaciones con el compañero perturbador era un privilegiado estudiante bien capaz de enmendar la plana con su lucidez e inteligencia a cualquier profesor dispuesto a imponer la regla del ordeno y mando (Aún recuerdo la vez que, a los pocos minutos de haber propuesto como ejercicio de geometría analítica una gráfica enrevesada, se levantó con discreción para decirme al oído que cambiara el término en xy para lograr una solución que no se saliera de lo que hasta entonces había explicado).
Siempre tuve por norma pedir de vez en cuando a mis alumnos en cualquier asignatura que tuviera que enseñar que respondieran anónimamente algunas preguntas referentes a la asignatura, al libro de texto, a mi modo de enseñar, a su propia actitud o a mi modo de tratarlos. Tengo que reconocer, tras el descanso y la distancia alcanzados con la jubilación, que ese proceder suponía una severa prueba a mi autoestima, a mi capacidad de aguante, a mis habituales rutinas y al recurso machacón a considerar bueno lo que era sencillamente inútil y hasta contraproducente: una vez descartadas las tonterías evidentes y los exabruptos de graciosos e insolentes, venía lo más difícil de aceptar lo razonable y comprender que algunas sugerencias y opiniones se referían a probadas incapacidades con las que cualquier profesor o persona tiene que convivir.
Siempre fue peliagudo -y cuando digo siempre quiero decir que no es algo de hoy solamente- el tema de la disciplina, tan en equilibrio inestable entre la violencia gratuita y la permisividad poco comprometida.
Puedo asegurar que, al lado de alumnos imposibles, la mayoría de ellos era razonable y bastante permeable al trato y a la responsabilidad. Y no estoy refiriéndome a estudiantes mayores escogidos entre familias de una élite socioeconómica sino más bien -al menos los últimos treinta y tres años de mi experiencia docente- a grupos de preadolescentes de ambos sexos por debajo de los catorce años procedentes en su inmensa mayoría de familias de muy baja renta y siempre con problemas de marginación y paro cuando no de problemas peores.
De todas aquellas opiniones y sugerencias anónimas mi memoria ha conservado, entre otras muchas, dos perlas dignas de tener en consideración:
Hay profesores que, aun sin hablar ni castigar, oprimen más que los que sí lo hacen”.
A mí no me importa que me peguen, lo que quiero es que jueguen conmigo”.
Tratar de enseñar, formar y educar a todos sin excepción es muy difícil. En los años anteriores a la obligatoriedad de la enseñanza hasta los dieciséis años siempre había el recurso de imponer normas del tipo: Los que saquen dos o más suspensos en un curso quedarán automáticamente expulsados del Centro. O
Nadie promocionará con una asignatura pendiente.
Lo cierto es que era fácil entonces quedarse con los mejores y huir de la mayoría de los problemas disciplinarios, sobre todo en aquellos tiempos en que había alumnos de sobra para llenar cualquier colegio.
La enseñanza obligatoria cambió absolutamente todo. La idea de prolongar la enseñanza hasta los dieciséis (o hasta los dieciocho años en caso de repetidores) con la ingenua pretensión de alcanzar entonces la mayoría de edad laboral y ponerse a trabajar convirtió las aulas en un aparcamiento de niños enfrentados a un futuro incierto que poco o nada tenía que ver con lo que se les enseñaba. La falta de horizontes laborales y el endurecimiento de las condiciones del trabajo de los padres hizo el resto: la existencia de un número creciente de alumnos que no querían seguir estudiando pero se veían obligados a hacerlo. Siempre creí que lo que necesitaban los alumnos renuentes era otro tipo de enseñanza mucho más práctica en artes y oficios en vez de exigirles más formación teórica de cuya utilidad con razón dudaban. Quizás se hubiera podido conseguir entonces con la creación de aulas-taller y la creación de puestos de trabajo adecuados a los primerizos.
En esas condiciones la disciplina en clase se convirtió en un serio problema por parte de una minoría dispuesta a volcar en clase y contra el profesor toda su disconformidad con la presión a la que se veían sometidos.
Los que hemos pasado muchos años en eso sabemos que esa resistencia era mayor contra los profesores más débiles o con más interés en formar que en domar. No es secreto para ningún maestro el hecho de que existen quienes con su sola presencia son capaces de silenciar a todo un curso por numeroso que sea (bueno a todos menos uno o dos que son expulsados a la clase del tutor para que no molesten) mientras que otros, entre los que siempre me encontré, teníamos que suplir con astucia la fuerza bruta de la que carecíamos.
Mi profunda convicción es que la autoridad no se consigue con tarimas, leyes que brindan carácter de autoridad al maestro o la obligación de tratar de Usted al profesor. He conocido a un alumno conflictivo llevado al colegio y recogido de él por un policía, bien revestido de su autoridad, que aseguraba que jamás le había insultado nadie tanto en su vida como lo hacía aquel personaje (padre encarcelado, madre drogadicta, tutelado por la Comunidad de Madrid). He constatado que los años setenta eran más propensos al vandalismo anónimo en lavabos, pasillos, instalaciones y aulas que los actuales. Los alumnos de hoy serán más descarados y agresivos, pero eso es prueba no sólo de problemas de hoy sino del fracaso de la educación de sus padres -y hasta de sus abuelos- pertenecientes a épocas mucho menos tolerantes.
Me alargo demasiado. En el fondo de todo este problema de descaro, agresividad, pasotismo, delincuencia o falta de límites hay algo más que falta de autoridad en los Centros docentes.
Es la falta de capacidad de la sociedad para crear puestos de trabajo, sueldos suficientes, condiciones laborales y viviendas dignas para las familias. La falta de expectativas para muchos no se resuelve aprendiendo a solucionar ecuaciones de segundo grado.
Eso vendrá quizás cuando el alumno pueda ganarse la vida por sí mismo y vea que lo necesita en su puesto de trabajo.
Si es que ese puesto es puesto y no una tabla de surf o una patera a merced de las olas procelosas del mercado.

21.9.09

Distinto


Nada me ciega aún, nada me altera
Y desde esta quietud alzo mi singladura.
Aguardo a Noto, a Bóreas o a Céfiro
cuando sólo me importa poner proa
a un lugar diferente al del que parto.
No me mueven ni el frío ni el calor
sino el etéreo añil de lo distinto
o el pardo gris de lo que dejo atrás.
A veces el lugar es sólo un modo
desde el que lo habitual se hace diverso.
Quizás la vida aún no haya enmudecido
si desde la quietud emprendo otro viaje
adonde oír no signifique nada
distinto a descubrir lo misterioso.

18.9.09

Vivir o no vivir


Caen dos por una cuesta.
Uno intenta agarrarse a cuanto puede,
otro se deja deslizar sin freno.
Uno llega el primero al fondo. Allí
aguarda incólume a que el otro llegue.
Cuando el segundo se detiene al fin
con manos desolladas y cuerpo magullado
al lado del primero que descansa ocioso,
se dispone de nuevo a la ascensión
sin escuchar siquiera los reproches de aquel:
“Al fin hemos llegado los dos al mismo sitio
al que dentro de un tiempo volverás
más viejo, más herido y más cansado”.
Pero Sísifo no oye a su cansancio
que pesa como piedra y siempre cae.
Acepta su castigo de ser absurdo héroe
y vuelve a subir con él de nuevo.
Sabe bien que la vida es una lucha
y que rendirse es darle la razón
a la parte de sí mismo que más pesa.
Ambos morirán al mismo tiempo.
De los dos sólo él habrá vivido.
La piedra nada más
habrá sido un estorbo.

16.9.09

De películas y niños


Por extraños motivos, que agradezco profundamente a quien bien se lo merece por hacerlo posible, llegó a mis manos no hace mucho la película “El Principito”, de Stanley Donen, a la que me había ya asomado hace unos días en un fragmento disperso entre las palabras siempre bellas de una página habitualmente frecuentada por mi curiosidad y por mi afecto.
Me dispuse a verla un poco por encima como aprovechando los momentos de juego de mis nietas, aparentemente distraídas con su imaginación y sus eternas discusiones.
No había apenas comenzado a ponerla cuando noté que la mayor (cuatro años) se sentaba cerca de mí en cuanto vio el dibujo de la boa enroscada voraz sobre su presa que había de tragarse entera y comprendió los dibujos uno y dos del narrador mientras yo le aclaraba que la canción que cantaban los mayores decía: “It’s a hat”, es un sombrero. (Una pena la falta de subtítulos a las canciones).
No tardaron en presentarse un aluvión de porqués sobre los aviones del aviador, el motivo de la avería, el atuendo del Principito, la oveja oculta en la caja con agujeros, los baobabs y volcanes y la rosa del minúsculo planeta del niño solitario, el pozo en el desierto… Las primeras lágrimas del extraño personaje la impulsaron a arrimarse mucho a mi lado mientras que la aparición de la serpiente provocó un espontáneo apretón de sus manos contra mi brazo. Noté que sus preguntas eran cada vez más temblorosas después de haber comprendido los efectos de la domesticación que explica el zorro con su acercamiento, “closer, closer”, gradual hasta acabar en contacto, “touch”, y observar el abrazo de despedida final entre los dos.
Las tristísimas escenas finales fueron estrechas para tanta pregunta como surgía de su pequeña boca y su enorme curiosidad, claramente distribuidas entre el miedo al silencio que reviste la tristeza y el deseo de comprender lo incomprensible. “¿Por qué se va?”, “¿qué le pasa”, “¿por qué no se queda con el aviador?”, “¿por qué quiere volver a su planeta?”.
Al final decidí tender un manto de olvido sobre lo visto mediante el consabido truco de volver a lo habitual como si tal cosa, consciente de que hay temas que no son para niños y que deben hacerse un hueco aplazando su respuesta hasta que la mente infantil pueda asimilarlo en la medida de lo asimilable. Únicamente le pregunté si le había parecido triste. Ella me respondió que le había dado miedo. No volvió a decir nada y siguió como si tal cosa sacando juguetes y pidiendo amparo de vez en cuando ante los desmanes de su hermana de un año que, a su vez gritaba todo lo posible ante cualquier intromisión en sus caprichos.
Me sorprendió que, sin previo aviso, apenas se presentó la ocasión al día siguiente, me dijera con tanta insistencia como sinceridad que le pusiera otra vez la película. Me resistí en principio, pero luego comprendí que, a pesar de todos los razonamientos de los mayores, los niños -como a todos sin duda nos ha sucedido- son seres desvalidos enfrentados a todos sus soledades, sus curiosidades y sus miedos con el agravante de creer que los mayores saben todas las respuestas y les ocultan algo siempre que apelan a un futuro más de convivencia con el problema que de su solución.
Seguramente ese es el más sólido cimiento del aprendizaje: querer saber algo después de que la curiosidad ha hecho un espacio personal propicio a ser llenado. Me pidió que le dejara sitio a mi lado y esta vez fue ella la que iba comentando lo que ya le parecía obvio: que los mayores no saben ver más que un sombrero donde el niño ha querido dibujar un elefante dentro de una boa., que no es extraña la sorpresa del aviador cuando un niño le pide que le dibuje una oveja en mitad de un desierto y que, naturalmente, una rosa en un planeta tan pequeño es una excelente sorpresa.
Las preguntas se fueron centrando en la relación del Principito con la rosa y en el motivo por el que aquel quiere dejarla sola en su planeta para aprender cosas. No pareció interesarse demasiado por ahondar en mis comentarios a los cuatro personajes que la película presenta, adaptándolos del libro, en los planetas que recorre en su viaje y que yo simplemente resumía en breves frases: el rey quiere controlar quién entra y sale de sus tierras; el militar prepara un ejército para buscar luego enemigos; el contable quiere sólo contar sus riquezas y el historiador -que no geógrafo aquí- busca nada más los libros sin importarle que sea verdad lo que dicen.
Esta vez parecía ser para ella relevante el cariño a la rosa que se hace ya tan única como el zorro domesticado, el sistema de la serpiente para hacer que el Principito vuelva a su planeta y la razón por la que al final parece que se muere y ya no se sabe si para el aviador todo es fantasía o sucedió de verdad.
Salí de todo ello como pude insistiendo en que cuando alguien quiere a otro, su recuerdo es importante y que no importa que la rosa esté lejos para que al niño le preocupe que una oveja se la pueda comer a pesar de sus espinas o que, después de ser amigo del zorro, haya cosas que luego le recuerden al amigo o que, cuando ya el Principito se ha ido, le alegre oír su risa al mirar a las estrellas.
Dos días más insistió en que quería ver otra vez la película y dos días más noté que se iban afianzando en ella ciertas verdades sobre el cariño y un solo miedo o tristeza a las despedidas y a la muerte. No es fácil a un mayor hablar a un niño pequeño sobre la muerte cuando ya se sabe por propia experiencia que ese es un trago amargo que la vida impone sin pedir permiso y que no hay mayor temor para quien se siente desvalido que el pensar en perder lo que más ama. Durante las dos últimas sesiones noté como el tema se quedaba aparcado entre lo que es mejor dejar para otro momento. De momento pareció conformarse con mi resumen sin más honduras: el cariño hacia la rosa, el color que siempre ya le recordará al zorro y la risa cordial de las estrellas.
Afortunadamente anteayer empezaron las clases y no hubo tiempo ya para otra sesión que sé de antemano que habrá de repetirse con muchas menos preguntas y bastante menos respuestas. Le prometí que le regalaría el libro que tengo ya descolorido por el uso y que si lo leía de mayor muchas veces le gustaría cada vez más. Ella pareció creerme.
Mientras tanto uno descubre que no hay mejor modo de aprender que intentar explicar lo que se sabe y se siente.
Sobre todo cuando se hace a un niño que lo único que quiere es aprender.

14.9.09

De estaciones y cambios


Seguramente se reduce todo
-hablo del corazón-
a varias estaciones
distribuidas aleatoriamente
sobre un fondo adecuado de vacío
como una de esas otras estaciones
de antiguos apeaderos olvidados
en que se suele uno perder a veces
para añorar esperas imposibles.
Amanece en un invierno desolado
sobre una noche otoño irremediable
que cayó como hoja parda y seca
de tarde de tormenta de verano.
Vendrá un día en presente
dispuestos a esperar lo inesperado
de una súbita flor de primavera
que llega por la vía abandonada
hasta el andén vacío en el que esperas.
Quizás sea el pasado más clemente
y nos deje tomar algunas flores
de otros campos verdes frecuentados
cuando veíamos marcharse el tren
y esperábamos aún
que llegara el siguiente.

11.9.09

Asomarse


Cuanto sé lo he aprendido al asomarme.
He hecho de las horas mis aliadas
y les he dado forma de ventanas
con un marco de miedo y de curiosidad.
Siempre he tenido miedo de caer
en el fondo insondable de esos charcos
cuyas profundidades desconozco
pero a los que hender la superficie
si deseo evitar que me reflejen.
Poco más. Lo intuido es suficiente
desde ciertas distancias oportunas
si me acompaña la curiosidad.
No hay nada más en lo que hago:
contemplo, indago, insisto, anoto y vuelvo
sin llegar a tocar tanta distancia.
Vestido de deseo y de anhelos brumosos
surco el resto del día
con la ayuda de velas y de remos
en pos de los lejanos horizontes
que he vislumbrado en niebla al asomarme.

9.9.09

Verificaciones


Terrible amenaza la de los robots agazapados por la red. Como en nuestras peores pesadillas amenazan nuestra intimidad no por maldad sino por el absurdo interés de provocar, de tocar las narices, de decir pullas, introducir cuñas no solicitadas o convencernos de la utilidad de lo más inútil. Su rara e incansable habilidad para encontrar direcciones válidas de páginas y dejar sus pegajosas huellas por doquier unida a su capacidad de sortear contraseñas a golpe de diccionario , apelar a programas de reconocimientos ópticos de caracteres o sencillamente de invadir por las bravas hasta los más recoletos rincones de la red han propiciado como arma aceptable de resistencia a tanto desmán los sistemas de verificación de caracteres.
No quiere esto decir que no sean útiles los muros tenaces de Blogia insistiendo en que cuatro es la solución exacta de dos más dos o de que la nieve es de color blanco
o las exigencias de escribir una clave hexadecimal minúscula
o las verificaciones de operaciones de suma de otros programas de comentarios que tienen encima la desfachatez de decir con sorna, si te equivocas -tú o ellos, que suspendiste matemáticas
o ponen a prueba la capacidad de interpretar letras solapadas, deformadas, traspuestas o emborronadas que la aplicación CAPTCHA maquina.
No, nada de eso, pero no me digan que pueden compararse a las iniciales y coloridas secuencias de despropósitos con que empezamos.
Aún así hay que reconocer que no vamos a peor, antes bien, después de pasar por imposibles interpretaciones de conjuntos impronunciables de letras amazacotadas, comprimidas, adosadas y sinusificadas, hemos llegado a más acogedoras playas donde las palabras pueden pronunciarse con un poco de práctica para no tener que retorcerse los órganos retentivos o fonadores con imposibles secuencias de una decena de consonantes sin alivio de vocal alguna.
Quienes disfrutamos algunas veces de la lentitud de las descargas desde que aparece una señal de “loading” hasta que se perfilan por líneas las sombras del misterio sentimos la emoción de ver gestarse provocativamente las formas inescrutables del azar plasmado en letras como antaño lo hacían en simétricas bellezas los caleidoscopios. Acto seguido es cuestión de memorizar la misteriosa clave con reglas mnemotécnicas o a base de tenaz repetición y pasar a confirmar el comentario en la casilla correspondiente.
No es raro que tras el logro del objetivo propuesto queden sonando en la mente las palabras imposibles que siempre podrías haber deseado inventar al modo del glíglico de Cortázar entre la Maga y Oliveira:

“Apenas se entreplumaban, algo como un ulucordio los encrestoriaba, los extrayuxtaba y paramovía, de pronto era el clinón, la esterfurosa convulcante de las mátricas, la jadehollante embocapluvia del orgumio, los esproemios del merpasmo en una sobrehumítica agopausa…”

y osas remedar algo semejante en el primer cuarteto de un abracadabrante soneto:

“Coothi los awers retra kewsatrantes
si apenas grátati los wiestes ciertos,
cenctate mízedgme undosito supelrtos
copiand arbar si “bwcczztpryjn” pronuncias antes.”

Es broma. Seguiré comentando a quienes el tiempo fugaz y avaro me permita así me pidan escribir en Thai.
Otro día en serio sobre cosas serias.

7.9.09

Ida o vuelta

En el ansia de todos tus latidos
aguarda la esperanza o acecha el desengaño.
Eso sucede porque acaso indagas
secretos que crees que se esconden
siempre que vuelves de tus distracciones.
Te esfuerzas por poner el automático
tras tus ojos perdidos entre nieblas
como si contemplaras un futuro
que hubiera prometido su asistencia.
Mientras tanto te afanas en saber
qué parte de tus ojos te define:
si la que aún espera
o la que ya descansa.

4.9.09

Leyendo


El fondo de los ojos ya borrosos
con que jugamos a estar más que borrachos
son a menudo buen lugar de cita
en tardes macilentas propicias a las lágrimas.
Juego a desenfocar, con un libro en las manos,
ocular y objetivo en mis pupilas
para pasar a francachelas tristes
que reúnan a todos mis recuerdos
o al menos a los hondos más propicios
a disolverse en brumas ya pasadas.
Es baño de nostalgias nada más,
la sauna helada en que tirita el frío
de todos los desiertos degustados.
Regresar a la dura realidad
en que el agua tiene la temperatura
del tiempo más vulgar que nos arrastra
significa enfocar de nuevo la mirada
en las letras del libro que leemos.

2.9.09

Todos

Múltiples son los motivos por los que la política acaba derivando en un diálogo imposible en donde se actúa y sobreactúa de cara a las cámaras y se limita la intervención a un ataque a los oponentes que más tiene de discusión de pandillas de barrio que de fondo. Se acumulan agravios, se desvelan errores, se denuncian deslices. Quizás porque en el fondo se sepa de antemano la superficialidad de la mayoría que, incapaces de comprender lo profundo, se fían sólo de la superficie. Yo siempre me he sentido en toda esta actuación como un espectador de una obra de teatro en donde se hace valer la forma como único motivo para conquistar adeptos. Algo así como si se dilucidara el mérito del autor por su apariencia física o por el modo de peinarse.
En mi caso he intentado siempre huir de las anécdotas o incluso de los errores individuales para centrarme en los aspectos fundamentales que diferencian a unos grupos políticos de otros.
Desde luego que la primera de las motivaciones que me sirven de norte es la creencia en que la organización de la sociedad en todos los aspectos debe estar centrada en las personas, incluso hasta en cuanto pudiera parecer independiente de ello como lo son el arte, la estética, la ecología o las creencias de cualquier tipo.
Pero hay más. Cuando se habla de personas es fundamental hablar de todas las personas. Tras la última de las desastrosas guerras mundiales cuyo comienzo tristísimo conmemoramos ahora a partir de la invasión de Polonia, se impuso como guía la Declaración de los Derechos Humanos en donde se hacía valer la condición de personas para ser destinatarios de derechos irrenunciables.
Las diferentes Constituciones de todos los países suelen recoger esa teoría bajo el lema: Todos somos iguales. La práctica, claro, es algo totalmente diferente.
En la España de hoy se reconocen los derechos básicos a la vida, la educación, la salud, el trabajo, la vivienda… para luego limitarse en la práctica a dejarlos como simples adornos al albur de dogmas como el mercado o las imposiciones interesadas de grupos de presión o de ideologías.
Siempre me ha parecido sintomático el hecho de que se acepten disposiciones legales reguladoras de la convivencia pero siempre dejando el resquicio por el que su exigencia dejara vías de escape sin las cuales habría quien lanzase al cielo el grito de la opresión intolerable. Algo así como si, por ejemplo, la mayoría estuviera de acuerdo en imponer unas normas de tráfico de uso obligatorio y, naturalmente, punibles con multas o retirada de carnet, pero consideraran inaceptable un procedimiento infalible para aplicarlas a todos sin excepción. O como si se considerase justo contribuir todos a las labores comunes mediante una recaudación de impuestos pero se rechazara extender a todos un sistema tan infalible como el de las nóminas para que nadie pudiera eludir esa obligación.
Algo así me sucede en todos los aspectos sociopolíticos y económicos. Para unos la asignación de recursos escasos con los que contamos se hace mejor mediante las leyes del mercado, siempre bajo el influjo pretendidamente más dinámico y efectivo de la empresa privada y su lícito deseo de beneficios que no bajo la pesada y alienante decisión del Estado que debe limitarse a casos muy concretos de corrección de anomalías o de creación de circunstancias favorables para la competencia.
Para otros la centralización es la manera más eficaz de asignar recursos sin tener que someterse al interés de beneficios privados ni al derroche que significaría competir colocando productos al margen de su utilidad y sólo por los beneficios que comporta.
Para mí siempre ha sido clave la distinción entre lo que es un derecho, y como tal exigible y no mendigable, y lo que es prescindible o de lujo. En el primer caso lo fundamental es que todos alcancen en realidad y sin fluctuaciones esos derechos. Para ello nunca me he fiado de los intereses privados que sólo pueden, como es lógico, moverse por criterios de máximos beneficios al margen de que se alcancen los objetivos a los que las personas tienen derecho.
Dicho de modo comprensible, si todos tenemos derecho al trabajo y a la vivienda, no se puede dejar a la iniciativa privada el logro de esos derechos porque el interés privado sólo atiende a esos aspectos a través de consideraciones de altruismo que mejoran su imagen como empresa pero no pueden garantizarse para todos.
Cuando observo que para unos hay que someterse a los beneficios empresariales para lograr derechos y por tanto tienen que mendigar sus derechos antes que exigirlos no veo otra solución que distinguir entre lo que es básico y lo que es prescindible. Si todos tenemos derecho a lo que la Constitución nos reconoce como tal quizás haya que distinguir en que hablamos sólo de lo básico y no de lo lujoso. Hablamos de trabajo y de vivienda dignos que nos permitan una vida digna aunque sin lujos: con tiempo y remuneración suficientes para la realización personal y familiar, aunque eso no se extienda a veinte metros cuadrados por persona ni a puestos de trabajo con sueldos suficientes para comprarse un yate.
No entiendo que pueda eso hacerse sin defender el papel social inalienable del Estado al que, como administrador –y no como dueño- se le encomiendan los recursos para lograrlo. Medre y crezca y se enriquezca en buena hora mientras tanto la iniciativa privada ofreciendo puestos de trabajo para algunos en empresas boyantes de modas, vehículos, ocios y espectáculos.; investiguen quienes quieran para conseguir viajes a la luna o a marte, aviones supersónicos u ordenadores extraterrestres, pero no a costa de eliminar a muchos del viaje en tren o a pie, de la posibilidad de vivir y morir dignamente, del espacio en que uno nunca se ve obligado a mendigar.
Hay quien piensa que lo que quiere la gente es conseguir lo que desea al margen de que sea una empresa privada o la Administración la que se lo proporcione, pero para mí no es igual: lo fundamental es no tener que pedir como favor lo que se me reconoce como derecho. Entiendo que eso puedo hacerlo con la Administración Pública a la que le doy voluntariamente los recursos para que los administre y no con la empresa privada que gasta de lo suyo para beneficiarse justamente.
A fin de cuentas es lo que hago en mi Comunidad de Vecinos con el Administrador al que proveo de fondos y al que nunca le tolero que me diga que se gasta los fondos en lo que le da gana basado en que lo he elegido libremente como tal.
Y, desde luego, sin que haya ni un solo vecino excluido de sus derechos de vecino.

Algo así vengo diciendo desde el principio de este blog en el perfil con que quiero retratarme.