26.6.06

Música

No quería que se pasasen estas fechas de solsticio cercanas al día de la música sin dedicar a esta bella arte siquiera unas rápidas palabras.
Con la música sucede a veces algo inexplicable, por lo menos desde el punto de vista de mis recuerdos. Mi madre, abandonada como flor en medio de ocho cardos varones a modo de hijos, decía que no podía cantar mientras hacía las faenas caseras por no suscitar nuestras quejas de monstruos insensibles que mostrábamos nuestro desagrado por sus preferencias.
Si a aquella cuasi-vergüenza ajena por el canto, que como varón me parecía natural, se le añade la odiosa manipulación de las tendencias de los años cincuenta descaradamente propensas a ensalzar el “Glorioso Movimiento Nacional” (media hora diaria obligatoria de cantos patrióticos, falangistas y hitlerianos, después de la media hora de misa obligatoria diaria en el Colegio –de frailes, claro) no es extraño el distanciamiento de mis intereses con respecto a la música.
Si, encima, se tiene en cuenta la solapada insistencia de mi madre por hacerme cantar en el coro del Colegio y –con su tenacidad bien comprobada- hacerme pasar por la humillante y vergonzosa prueba de cantar el principio del “Cara al sol” y del “Kyrie” de la Misa “De Angelis” ante la odiosa e insana atención del “Pancho López” (así llamado por ser chiquito, pero matón), no habré de insistir demasiado en que los augurios de mi posible afición a la música fueron más bien inicialmente aciagos.
Pero entre tan nefastas líneas torcidas apareció la línea recta, el ancla de salvación del “Empalagoso”, un fraile joven que estaba estudiando los últimos cursos de piano en el Conservatorio y que se empeñó en formar una grupo de armónicas. Un compañero diestro en el manejo del instrumento me instruyó en los misterios de la escala musical y me confeccionó una falsa armónica con un trozo de madera en el que había escrito las notas musicales que se daban soplando o aspirando en unos imaginarios orificios al tiempo que –poniéndose muy bizco- se podían asociar las notas con su posición.
Aquello acabó en que mi padre me compró una sencilla armónica y que ensayamos y aprendimos (¡Oh descubrimiento!) tres canciones que no eran las coplas pseudo-andaluzas que padecíamos tanto como la bandera y los Reyes Católicos: La alborada gallega, el Aldapeko sagarraren, y la sardana L’Empordà asociadas a idiomas secretos y clandestinos.
Y, no conforme con aquello, el “Empalagoso” puso luego su empeño en formar una rondalla con instrumentos que el Colegio adquirió con lo que sobró de la compra de un órgano para la capilla del Colegio al que teníamos que contribuir vendiendo por la calle papeletas para rifas de variopintos, baratos e inútiles objetos que se ofertaban a los viandantes por la Gran Vía, los entornos de nuestros domicilios y, sobre todo, a los escurridizos familiares que no acertaban a desaparecer a tiempo de nuestro acoso vendedor.
Por retorcidos motivos, se me encomendó el aprendizaje de una mandolina que nunca llegué a dominar y que acabó siendo arrinconada para entregarme a la guitarra que dejó el compañero encargado de tocarla cuando acabó su estancia en el Colegio. A ella le debo mis primeros conocimientos musicales de solfeo y mis incursiones primeras por los misterios de la música seria.
Cuando, por los caminos transversales de la ventolera de una afición desmedida por la electrónica me monté una radio y un amplificador y logré ahorrar para comprar unos buenos auriculares, acabé siendo un experto en los entresijos de la música sinfónica que mejor sonaba en ellos. Incluida la malsana incursión en la música contemporánea.
El destino que me llevó también a tener que enseñar la asignatura de Música en ESO y Primaria hizo el resto. Como en tantos otros aspectos de mi vida acabé creyéndome lo que enseñaba (para lo cual enseñaba sólo lo que me creía).
Poco más, pero no menos importante: Ocupado un día en las labores de compra propias de mi sexo vi una convocatoria de una coral de aficionados del barrio para cantar en ella. Caí (caímos: ella de buena soprano y yo de mal tenor).
Y de ello hace ya veinte años.
Y seguimos.
Y, aunque me sigue dando vergüenza cantar solo, ahora mis hijos tienen que ponerse ellos los auriculares cuando intentamos aprender en casa el Mesías de Händel.
Y, aunque a todos nos encanta la música, se quejan de las cosas que cantamos.
O sea, la historia se repite.

18 Comments:

Blogger Badanita said...

Viste?
Uno tanto se queja de sus padres y termino repitiendo!
Y vos què les decìs a tus hijos?
Cantà igual :)
Yo era del coro de la escuela y a pesar de que eran canciones muyyy de Iglesia catolica apostolica romana, me gustaba! Me divertia mucho- Era la excusa perfecta para no ir a clases.

Besos Ybris! Buen lunes.

26/6/06 4:31 a. m.  
Blogger el santo job said...

pues yo también era del coro de la escuela, y he de decir que nunca odié tanto la música como entonces. Suerte que desde aquel momento no he hecho más que quererla un poco más. Ahora también me desenvuelvo con la guitarra.
Un abrazo!

26/6/06 9:44 a. m.  
Blogger thirthe said...

dios escribe derecho con renglones torcidos:-)

26/6/06 9:48 a. m.  
Blogger Simplemente Olimpia. said...

NO debí entender bien tu comentario, ¿estudiado?. (tu opinión para mi es importante)
¿Eso te pareció?
Quizá sea absurdo intentar escribir, desvaríos...que no puedo acallar. Quizá...Incompresible. Olimpia.

26/6/06 10:38 a. m.  
Blogger DaliaNegra said...

Tú haces música cuando escribes:)
Un beso*

26/6/06 1:47 p. m.  
Blogger Isthar said...

Las generaciones cambiaran, pero sus saltos siempre permanecen ;)

En mi casa hay tradición sobre todo de tocar la guitarra, y aunque yo lo intente, no era lo mío. Mi sueño era el piano, siempre he querido aprender a tocarlo, y me pasaba horas practicando con el pequeño órgano que mis padres se podían permitir.

De adolescente tenía muy buena voz, cantaba en un coro incluso, ero cuando empecé a salir, y a afumar la cosa cambió. Ahora pierdo la voz con mucha facilidad, y eso que cantar me sigue encantando, y de ello pueden dar fe hasta en el trabajo que stán pensando en regalarme un karaoke ;P

26/6/06 6:15 p. m.  
Blogger Isabel Barceló Chico said...

Pues sí Ybris, a mí me pasó lo mismo, pero a la inversa: estudié música (piano) hasta que mi profesora me lo hizo odiar, canté en el coro del colegio, aprendí a tocar la guitarra a la remanguillé y a cantar canciones melancólicas y rancheras. Me encantaba cantar cuando viajábamos en el coche (siempre lo había hecho con mi familia de origen), y mi hijo se avergonzaba y me hacía callar. En fin, ha pasado tanto tiempo... Tuviste suerte de reencontrarte con la música, disfrutarla y enseñarla. Y que se tape los oídos quienes quieran. Besos.

26/6/06 9:18 p. m.  
Blogger UMA said...

Hay un placer apasionado en la ejecuciòn y escucha de la mùsica.

Hay que saber escucharla, porque suena en varios lugares y tantas veces sin instrumentos.
Existe un lugar en mi costa que suena una sinfònica contra los acantilados, uno puede sentarse horas bajo el entoldado gris, y dejar libres las emociones.
La mùsica de todo tipo -si es buena- saca de nosotros cosas maravillosas, aunque no por ello felices.
Hay compases de dolor y compases de alegrìa si se puede escuchar, si se es capaz.
Sonando o en silencio...

Me ha hecho volar, Ybris:)
Recuerdos bellos los suyos...como cuando escuchaba de niña la armònica de mi abuelo Pranas, o los cantos lituanos de guerra y soledad de mi abuela, o los tangos de mi padre...
Un besazo y un abrazo hasta usted.
Un placer leerlo.

26/6/06 9:35 p. m.  
Blogger Patricia Angulo said...

Cómo me has hecho reir con este post!!

Me alegro que la música haya terminado metiendose en tus gustos a pesar de que tenías todo en contra!

Yo amo la música, no sé, la necesito.

Estudié piano desde chica y desde entonces me acompaña siempre, tambien he pasado por coros y hasta he sido la sengunda voz en una banda de rock que habia en mi colegio secundario -completo papelón-

Me estoy riendo de solo recordarlo, gracias por compartir tus recuerdos con los nuestros.

Besos y que nunca nos falte la música.

26/6/06 9:39 p. m.  
Blogger ... said...

La música es como los libros, cada uno tiene que encontrar o ser encontrado por la suya. Es la única forma de que se cuelen dentro.

26/6/06 10:04 p. m.  
Blogger Lunarroja said...

Feliz música... sea cual sea.

26/6/06 11:50 p. m.  
Blogger ZenyZero said...

La música... en silencio.
Puede ser la mágia del silencio,
también.
Cantar uno solo es soñar despierto, un poco, o bastante. Es querer también,
y recordar algo o a alguien.
Es compartir y dar, que van muy juntos.
Es crear, pedir, decir, preguntar.
Es olvidar alguna vez.

Yo canto en la ducha, y tan desnudo y tan pronto y tan mojado, me ayuda.

También mi madre cantaba y mi padre me enseñó a tocar la guitarra.
También eso es algo especial.
Cantar, uno solo, es algo muy íntimo. Como ducharse. O limpiarse de silencios.

Un abrazo.
Chuff

27/6/06 1:05 a. m.  
Blogger Insanity said...

Me ha encantado este texto.
Hablar de "Música" siempre resulta fascinante, ¿verdad?
Tus relatos no dejan huecos; escribes con excelencia y poco a poco vas mostrando el porqué de tu brillo interior.
Me gustaría mucho leer algún cuento escrito por ti; además, me encantaría escucharte cantando :))
Felicidades, Ybris. Una semana musical para ti.
Un abrazo.

27/6/06 5:43 a. m.  
Anonymous Anónimo said...

Carezco totalmente de oído musical, y fue algo que siempre le reproché a Dios, cuando le agradecía la vocación de maestra.
Descubrí el placer de la música clásica a través de la afición de mi marido y Dios me compensó con el placer de disfrutarla, así que os imagino ensayando El Mesias y solo pienso en lo que pagaría por oiros...
Que lo disfrutéis siempre, siempre.
Bicos.

27/6/06 8:09 a. m.  
Blogger manuel_h said...

yo soy otro aficionado a la música, pero en este caso sólo, y rigurosamente, de oyente, por el bien de la misma, y para poder seguir disfrutándola.
Felicidades otra vez por tus líneas biográficas.

27/6/06 8:38 a. m.  
Blogger libertad said...

La historia es muy sabia...Muchos besos

28/6/06 11:59 a. m.  
Blogger koffee said...

Bueno, es cierto que la historia se repite (uff, lo tengo claro!), pero no significó lo mismo para tí la música del baúl de la Piquer que aquella alborada (de los Pekenikes?) que yo también recuerdo con cariño. Decía yo a mis oídos que tus letras venían con música incorporada... y errados estaban al llevarme la contraria!.

29/6/06 2:54 p. m.  
Anonymous Anónimo said...

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