6.10.06

Tenderos

Sin duda no es mérito mío el haber aprendido a mirar con curiosidad y ternura a las personas que me han hecho el inmenso honor de haberme dedicado un retazo de su tiempo ya que eso se lo debo a amigos de verdad que con su modo de ser me enseñaron tantas honduras como no llenan currículos pero colman de plenitud la vida con minúsculas.
Hablo de personas, muchas veces anónimas, de las que he anotado rasgos con la avidez y el disimulo de quien recoge tesoros ocultos a los ojos presurosos de los despistados.
Entre ellos se encuentran sin lugar a dudas la orgullosa e imprescindible casta de los tenderos clásicos. Naturalmente no me refiero ahora –aunque en otro momento deba dedicarles un afectuoso recuerdo- a esos efímeros y sufridos personajes que agotan su dedicación en el ajetreo de las cajas de las grandes superficies y enormes supermercados sino a los que afrontan altivamente la dedicación del pequeño comercio en la humildad de los escasos metros cuadrados de los locales anclados como luces de faros en la anónima vorágine de las viviendas-colmena de nuestras inclementes ciudades.
El primero que debo consignar es el de la pequeña tienda malagueña que me acogió en la desvalida soledad de mi primer vuelo fuera del calor del nido familiar. Tras una puerta antigua y bajo un destartalado y pretencioso rótulo de “Supermercado” se ocultaba una pequeño espacio atiborrado de estantes sometidos a la incesante actividad de un hombre menudo y hablador, celoso guardián de antigua sabiduría alimentaria. “Puedes contar conmigo.” –me dijo- “Aunque sea domingo o festivo yo ando siempre trajinando por aquí. Lo que pasa es que no me permiten tener abierto esos días. Pero no tienes más que llamar y te vendo lo que necesites”. Era tacaño y un tanto pesado pero, ¿qué queréis que os diga? En tardes cenicientas de nostalgia a veces me pasaba por su tienda sólo para charlar sobre esos humildes rincones de la vida que normalmente nunca merecen la dedicación de las altas reflexiones sino del sencillo y liberador chismorreo.
El dueño de la única ferretería que había al principio en mi barrio es otro de mis recuerdos sepia:
Como en un bar del Lejano Oeste de nuestras más inolvidables películas juveniles se apostaba tras el mostrador con la seguridad de ser el más rápido y eficaz en el consejo oportuno y en el dominio de medidas de tornillería , adecuación de herramientas al trabajo propuesto e idoneidad de insospechados y variados artilugios metálicos. “No sé si tendrá lo que necesito” –le provocaba yo, retador- “porque es algo difícil. Verá, necesito un cerrojo pequeño ...” Y yo percibía en sus ojos cómo me iba dejando encarecer la enorme dificultad de lo que le pedía y cómo se situaba en la satisfacción de quedar vencedor en tan incruento desafío. Cuando yo había terminado se quedaba quieto, como volcado en la resolución laboriosa de un enrevesado problema y, tras ese estudiado silencio de suspense del que dependía todo el éxito o el fracaso de la operación comercial, sacaba rápidamente de algún pequeño cajón, siempre al alcance de su mano y oculto a mi vista, el preciado objeto de tan raros rasgos: “¿Cómo éste?” –disparaba triunfante. Y yo entonces, con estudiada y obsequiosa admiración, le dedicaba mi mejor cara de asombro: “¡Exacto! Eso es exactamente lo que necesitaba. No sabe lo que me ha costado encontrarlo...” Y él se quedaba inflado como un globo mientras yo me iba como el forastero agradecido a tan gran suerte como había tenido en medio del infortunio anterior a nuestro encuentro.
Y cómo no recordar a la mejor empaquetadora del mundo, que siempre preparaba en su pastelería papeles totalmente inadecuados al dulce objeto que había de envolver y los aplicaba con deliciosa impericia y resultado de infinitas arrugas, imposibles nudos e innumerables remiendos de papel adhesivo pero que acompañaba con la más inolvidable de las sonrisas.
O la empalagosa del área de servicio de la A1 con su estudiado gesto de servicial entrega y su inacabable charla con que acompañaba mi humilde petición de barras de pan: “¿Qué tal le va todo, señor? ¿Las querrá muy hechas o blanquitas? Es asombroso el tiempo tan seco que tenemos. Es asombrosa la cantidad de accidentes que padecemos. Es asombroso...” Y como colofón de tanto asombro su inevitable “que tenga un buen día, señor”.
Y ¿qué decir del horror al silencio de la Cefe? capaz de adornar con las más inútiles palabras todos los espacios del inevitable vacío que acompaña a la petición de una barra de pan: “Naturalmente, Señor. Una barrita. Faltaría más. Con mucho gusto. ¿Le parece bien ésta? Pues son nada más que cincuenta céntimos. Es un placer volver a verle. No deje de venir siempre que lo necesite.
Suelo tener pan hasta muy tarde y yo no salgo de aquí casi ni para comer. Hay que ver que vida tan sacrificada la del pequeño comercio...
O el increíble zapatero capaz de aclararte la historia de babuchas, coturnos, cáligas, abarcas, deportivas o almadreñas con citas de Suetonio, Homero o Jenofonte. Su secreto me quedó patente un día que me extrañé por tanta ciencia como destilaba en su sencilla zapatería: “Mire Usted. No es que sea admirador de mi trabajo. Es más, para mí este trabajo es un modo de ganarme la vida nada más. Hice en su día las carreras de lenguas clásicas y la de filosofía y cuando termino mi trabajo corro a mi casa a leer, escribir y reflexionar en silencio. En realidad mi trabajo diario aquí es un paréntesis en medio de los escasos momentos que me quedan para vivir de verdad lo que me gusta.”

Seguiría, pero baste con esta muestra de tan ocultos como imprescindibles personajes. A ellos, como a tantos otros, aquí, este gesto de palabras que les dedico con el agradecimiento y ternura de quien les tomó subrepticiamente un retazo curioso de su vida que nunca me cobraron.
Y que yo jamás podría haber pagado.

20 Comments:

Blogger Insanity said...

Un montón de bonitas palabras podrían dibujar un bonito comentario a este post.
Pero a mi solo se me ocurre decirte ahora, que mientras tu ves nacer el sol, yo vengo y te leo, luego me voy a dormir sintiendo que es hermoso tener la oportunidad de concerte.
Das tanto, Ybris. Cómo agradecerte?
Te abrazo fuerte.

6/10/06 6:44 a. m.  
Anonymous Anónimo said...

Hablar de tenderos, yo mismo lo he sido en cierto modo y sigo aunque sea una oficina, remontándose a los años infantiles y juveniles, ahora es otra cosa, tendría los famosos ultramarinos en los que entrabas a comprar cualquier cosa con tu madre y veías aquello que no compraría ella y tu deseabas, allí estaba Cosme y su mujer, de una atención exquisita. y ya viviendo por mi cuenta y riesgo en un barrio “muy obrero” , Ramón,
un señor muy amable, viejo capitán del ejercito republicano que tuvo que emigrar a Chile huyendo de la represión de los vencedores.... hay personas que rodean tu vida y siempre dejan su impronta... saludos afectuosos.

6/10/06 8:37 a. m.  
Anonymous Anónimo said...

Muy bello Ybris, me has hecho recordar la tienda de ultramarinos de mi infancia "Salinas, la tienda de vinos "Uxua", la carnicería "La Pilar", la ferretería ".." no recuerdo su nombre pero la atendía un hombre al que le faltaban tres dedos de la mano etc. etc. En un post que puse mi blob no hace mucho hablo sobre las "Mujeres de Colmado" donde hablo un poquillo sobre aquellas señoras con pelo cardado y bata. En fin ... ¡¡¡¡recuerdos!!!!

Gracias Ybris por ayudarme a traerlos a la memoria.

C.A. Makkkafu

6/10/06 8:47 a. m.  
Anonymous Anónimo said...

¡Cuántos recuerdos! ¡Qué cantidad de rostros y ratos pasados en las pequeñas tiendas! ¡Qué complicidad con cada uno de los tenderos que forman parte de nuestra vida!
Yo recuerdo las señoras de la mercería donde compraba de pequeña a granel "los 100 gramos de colonia Lavanda Puig" en un frasquito de esos de plástico con pulverizador, que yo misma bajaba desde casa. Siempre me ponían un poquitito de colonia en las trenzas y en las manos. Luego, el señor del Spar, con sus consejos... díle a tu madre...; y a la frutera, doña Luisa, que sonreía tanto; y... ya de mayor (por no citar al entrañable señor Ramón, capitán republicano, del que habló Fernando), recuerdo a mis sucesivos floristas, con los que he pasado horas hablando y hablando de plantas y flores... y mi quiosquero, que pega la hebra como un "cosaco". Cada uno de ellos, es cierto, merecería su novela.
Un abrazo.

6/10/06 11:02 a. m.  
Blogger Lunarroja said...

Me has hecho recordar los antiguos ultramarinos... de los que ya apenas quedan un par de ellos. O la bodega donde vendían vinos por litros debajo de mi casa y a la que mi madre me mandaba con una botella de vidrio.

En Madrid, todavía queda alguna tienda viejita con tenderos que siguen al frente de sus negocios... me temo que no por mucho tiempo. Alguna papelería, ferreterías, zapaterías... antiguos tesosoros que tendríamos que mantener.

6/10/06 12:12 p. m.  
Blogger Julia Moreno said...

Precioso post, nos invitas a soñar. A mi me has traido muchísimos recuerdos, de tiempos de colegio, de la tienda de chuches en la puerta del cole, cuando venía el tendero en el recreo a vendernos las palmeras de chocolate por entre la verja que nos separaba de la calle. O la papelería, con la que yo soñaba ser tendera alguna vez, aunque solo fuera para tener los mil y un rotuladores de colores, y cuadernos sin estrenar para pintar y escribir...Gracias por el ratito, un besote.

6/10/06 12:29 p. m.  
Blogger DaliaNegra said...

Entrañable post,tierno,evocador...
Un cálido salto en el tiempo que te agradezco muchísimo.
Un fuerte abrazo,Ybris:))

6/10/06 12:53 p. m.  
Anonymous Anónimo said...

yo tengo suerte, parece ser
como esto es pequeño estoy "rodeado" de pequeñas tiendas, que llevan toda la vida, con sus tenderos y tenderas, algunas modernizadas, claro, pero a la que voy regularmente es tendera y es una gozada ir por allí
saludos y buen findesemana

6/10/06 4:17 p. m.  
Anonymous Anónimo said...

Ves, vuelves a conseguir que todos evoquemos nuestra vida a través de la sabara del tiempo pasado...una melancolía dulzona y en la que sus gotas de tristeza es el picante que la hace soportable...bueno y a mí me haces escribirte dos veces...saludos...el mundo cambia tan rápido que algunos que lo lean casi no sabrán de que les hablas.

6/10/06 5:20 p. m.  
Anonymous Anónimo said...

Bonito homenaje a las gentes que también habitaron mi infancia, Ybris. Curiosamente les recuerdo, a todos ellos, en una Barcelona en la que el bodeguero vendía trozos de hielo a ochenta céntimos, cuando íbamos a la vaquería a por leche, cuando las calles olían a todo menos a humos y a gasolina, cuando las abuelas se sentaban en la calle a tomar el fresco en noches de verano y jugaban los niños en la calle...
Muy bello.

6/10/06 5:21 p. m.  
Blogger May said...

Qué bonito escribís Ybris!!!! Me gusta, realmente me gusta...
Besis y feliz finde!!!!!

6/10/06 9:37 p. m.  
Anonymous Anónimo said...

Algo similar ocurre con los blogs, de vez en cuando, una se encuentra "perlas" como esta, me gusta como escribes.

A mi también me encanta escuchar a la gente, trabajé en una peluquería de la tercera edad, ni te imaginas lo que disfrutaba de sus relatos y anécdotas.
Saludos.

6/10/06 10:39 p. m.  
Blogger . said...

Siempre he admirado el arte de enpaquetar pasteles, con ese papel fino y esa cinta terminada en lazo. Y el zapatero, cuán noble oficio.
Curioso y bonito post.

Un abrazo.

bohemiamar.

7/10/06 9:54 a. m.  
Blogger thirthe said...

sin todos ellos la vida sería un inmenso cuadro vacío.

bellas y reconocidas palabras;-)

7/10/06 10:13 a. m.  
Blogger libertad said...

Me sorprendes y disfruto como siempre de tus palabras. Y es verdad lo que cuentas, es que no se pueden hacer juicios a la ligera, ni a la menos ligera, prácticamente nunca diría yo.
Muchos besos

7/10/06 6:05 p. m.  
Blogger Patricia Angulo said...

Por Dios Ybris, lo has pagado aquí en este texto magnífico, me has regalado un manojo de sonrisas llenas de lágrimas al reconocer a mi padre en uno de esos tenderos.
Mi padre era el dueño de uno de los dos almacenes de ramos generales de mi pueblo, de modo que era casi tan famoso como el intendente ajajjaja, y entre tus descripciones he podido verlo a él de maravilla, como si vos lo hubieras visto!

Este es un relato delicioso, qué feliz estoy de haber pasado a leerte.

Ese pasaje de la descripción del ferretero es imperdible y el horror al silencio de Cefe, es para el aplauso!

Besos y felicitaciones!

7/10/06 7:49 p. m.  
Blogger sergisonic said...

gracias por presentarnoslos a todos, y por hacerme pensar en àlex, mi librero ninja, antonio, mi mecánico cuenta cuentos, la quiosquera sin nombre, mi dulcinea desconocida, la licorera del barrio, con el loro del 36 (ahora disecado) haciéndole compañía, el vendedor de la once que pasea portodas nuestras calles cantando "queda el preeeemio para hoyyyy"...Y en tantos otros, que sigo pensando y surgen más.

8/10/06 1:31 a. m.  
Blogger manuel_h said...

No sé si sigue habiéndolos, pero en tal caso me temo que se esconden, y bien.
Claro que ahora, si se te ocurre cruzar algo más que un saludo (sobrio) con alguien en una caja, el de atrás probablemente te atropelle con el carro, sin remordimiento alguno.

8/10/06 12:48 p. m.  
Blogger Chalá perdía said...

Precioso lo que cuentas y magnífica la forma en que lo haces, me has hecho recordar lugares, colores, olores:
Había una tienda unas casas más abajo de donde vivía de niña, debía ser minúscula, porque la recuerdo ya pequeña. A veces la evoco en mi memoria con nitidez al pasar por alguna tienda de ultramarinos y respirar el mismo olor que tenía la tiendecita de Juan “el de las vacas” un olor rancio, pero no desagradable, mezcla a partes iguales de los aromas que desprendían los arenques ahumados expuestos en una caja redonda de madera, todos arrimados, brillantes, en perfecto orden radial; los bacalaos salados, colgando de los ganchos; las legumbres a granel, el queso y los embutidos, los dulces y especialmente las galletas de canela y los caramelos de nata que guardaba, como las demás golosinas que vendía, en tarros de cristal con enormes tapones enroscados.
La tienda de las telas, ordenadas en paleta de colores y temporadas, con su olor almidonado y limpio; las camisetas nuevas, los calcetines de hilo fino y las braguitas de algodón "primera comunión".
Los olores de cola del zapatero remendón que ponía las tapas a mis primeros tacones.
Y el de las chuches, que ahora es millonario, gracias a las perras gordas, los reales, las pesetas -aquí dejé de ser pobre- y los euros de varias generaciones de niños...
Gracias a los blogs, que me hacen descubrir rincones maravillosos como el tuyo.

9/10/06 10:41 a. m.  
Blogger Simplemente Olimpia. said...

Me he quedado un rato pensando despues de leer tu relato, intentando recordar a mis tenderos....y sólo evoco transancciones, encuentros, instantes.
Una vez más me haces darme cuenta de mis "olvidos"....pero adoro cuando los tuyos, nunca lo han sido.
A veces pienso que mi Mapa mental de recuerdos no es únicamente ni precisamente mío.

Olimpia.

1/10/08 11:17 p. m.  

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