Leyes no escritas, 13: La ley del asfalto
Uno se imagina el inmenso desierto o la estepa dilatada con enormes distancias en las que el ser humano es una mota perdida entre el cielo y la tierra. No es muy diferente el habitante de nuestras urbes ni menos profunda la soledad del hombre perdido en la masa de sus llamados semejantes.
En efecto, los ves ir y venir como en una nerviosa agitación que para ti no tiene sentido. Piensas que cada uno tiene una parcela de intimidad en que se siente humano, objeto de emociones y sentimientos, de afectos y desamores.
Pero todo eso suena raro porque entre tanta multitud la vida te los hace accesorios e indiferentes. Es probable que unos pocos de aquellos en los que ahora te fijas por su figura o su actitud sean objeto de unas líneas en un periódico por su fama o porque un día se habrán ido definitivamente. Sólo en los casos extrañísimos en que algún azar te los hace familiares sientes una sensación irrefrenable de decirlo cuando llegas a la isla que compartes con tus cercanos: “¿Sabes? He visto por la calle a fulanito”
Y es que reconocer a alguien en este caos multitudinario es toda una noticia. La misma casa en que vivimos abarca más distancias y soledades que los de una región a otra. Vecinos que uno ha visto durante años desaparecen de repente sin que nos percatemos de ello. Rostros nuevos sustituyen a los anteriores sin que jamás sepamos nada de ellos ni ellos nunca nos pregunten nada.
En este ambiente en que cada uno sobrevive marcando distancias con respecto a los demás sólo rige la ley del asfalto, según la cual “cada uno es cada uno”, “cada uno en su casa y dios en la de todos”, formas todas de defendernos de los demás en la firme convicción de que no somos capaces de hacer propios sus problemas ni sentir como propias sus alegrías.
Sobrevivir en la gran ciudad es cuestión de acotar el tiempo, la dedicación y la zona. No podemos abarcar más que un reducido círculo en las horas, en el espacio y en las relaciones. Sólo algunas veces, refugiados a solas en nuestro piso y desapercibidos tras la mirilla de la puerta o la grieta de la ventana casi oculta, le viene a uno la desazón de sentirse muy solo. Tan solo como quien sabe que, fuera de los pocos que nos rodean y nos quieren, nuestra desaparición sería nada más percibida por el hedor que habría de molestar a los vecinos unos días después de nuestra muerte.
28 Comments:
Estoy apenada por venir a visitarte recién después de tanto tiempo, aún sabiendo que siempre cada texto será una nueva sorpresa, y hoy, por supuesto, no ha sido la excepción.
Y estoy un tanto feliz por sentir que todavía no me norma (completamente) la ley del asfalto. Aún conozco a mis vecinos, y sé cuando desaparencen, y encontrar personas sigue siendo posible y un poco más frecuente (bueno, mi ciudad tiene doscientos mil habitantes aproximandamente, no es tan grande pero tampoco taaaan pequeña, algo es algo no?).
Un beso, y buenos días =)
Pues sí...es una ley que se va normalizando de forma tan "natural", que a veces pienso que somos sólo eso, "animales"...
Recogemos los frutos de un individualismo adaptado a nuestra necesidad de justificar nuestra ¿ética? y nuestro egoísmo.
¡Menos mal que siempre encuentras personas maravillosas que te van enseñando a ser confiada y amable, que es posible otro estilo de vida más cercano e inteligente en todos sus tipos ¿no?.
Quemando los últimos días de vacaciones... me vuelvo p'al pueblo.
Otra "jartá" de abrazos.
Tienes razón...la ley del asfalto es muy fuerte...pero siempre se encuentran vecinos, gente que forma parte de tú existencia, el del kiosko de prensa, el del bar de al lado, el de la panadería...En fin...la soledad solo se supera abriéndose uno a los demás, no esperando que los demás vengan a sacarnos de la cueva.
Un beso de fin de mes. (Siempre tan acertado en tú visión de las cosas).
Ybris
tanta realidad suena cruel fatal
y,no obstante es lo que hay...
Pero leerlo,recorrerlo palmo
a palmo sobre el asfalto...
me produce algo!
En este pueblo,es algo menos,
hoy sonreiré a lo mayores
que cruzo en el ascensor,
romperé en mi medida
con esta ley tan fría,
Porque detenerse a pensarlo
o escribirlo es ya,retirarse
del asfalto y de su tan cruda ley!
♥♥♥besos♥♥♥,ybris
Ud. lo ha dicho tan claro, que no hace falta abundar en ello, y se está tan solo en una tarde de domingo con el teléfono callado, como entre elgrupo de fans que se pelean por tu autógrsfo; quieren una parte de ese otro que no eres tú; a ese, no lo conoce casi nadie, apenas tú, y algunas milagrosas aproximaciones.
Ocurre que el ser humano es capaz de sentirse solo, aunque esté rodeado de gente. Y ocurre que en la medida que el hombre se conozca, podrá abrirse al resto, ya no esperará, saldrá al encuentro del otro... La soledad, como bien planteas bajo el nombre de una "ley", más que un estado físico, es un estado emocional, mental, y según algunos "espiritual"...Muy bueno tu post. Un abrazo.
no hace falta irse a una gran ciudad para comprobar la veracidad de esta ley, en pueblecitos no tan grandes ni tan pequeños es también una realidad... que el otro día me enteré que el vecino de abajo hace más de 1 año que se separó de su mujer y se marchó de casa (ya decía yo que no lo oía roncar).
Ummm es posible pero yo, tremenda urbanita, necesito el anonimato de la ciudad, de la gran ciudad para más inri.
De saber del otro al comadreo hay apenas un paso que me espanta y que en pequeñas comunidades se suele cruzar con facilidad. Y de la soledad... no es distinta en ningún sitio. Para evitarla, las veces que se puede evitar (cómo era aquello de... "vivimos como soñamos, solos") lo mejor es hacerse con un grupo de gente propio, entrañable, deseado.
En fin, cada cual con sus fórmulas y neuras, no? jajaja.
Besos de ley!
Lo bueno que tienen las ciudades es que te permiten elegir. Puedes desaparecer en el anonimato o crearte tu propia aldea con los espacios y las personas que desees. Al final es cuestión de dibujar las coordenadas en las que queremos que encaje nuestra vida...
Un placer visitarte.
Ybris, amigo, qué maravilla leerte! Vas con maestría caminando sobre las ideas.
Este tema que has tocado, me moviliza muchisimo, no sólo porque me afecta, sino porque me preocupa no encontrar muchas salidas para modificar el panorama que veo.
Creo que somos tan contradictorios los seres humanos, que aún estando todos afectados de lo mismo, quejándonos de lo mismo, padeciendo el mismo mal no encontramos la manera de dar vuelta el asunto, tal vez por miedo.
La idea es compartir mas cosas con los otros, ilusiones, momentos, actividades, proyectos. Dejar de cosificarnos, para volvernos mas humanos.
Yo que he nacido y vivido mucho tiempo en un pueblo del interior y luego me he venido a vivir a la ciudad, he padecido la ley del asfalto y la sigo padeciendo cada día.
Un abrazo.
No te olvides de la simbiosis, amigo Ybris, no te olvides.
En Barcelona, no he visto el caso de que alguien se caiga y no sea socorrido inmediatamente por alguien. Una vez en el metro me tocó hacerlo a mí: una mujer con pinta de heroinómana se desmayó en el metro, es cierto que muchos se apartaron, pero yo la saqué del vagón y llamé a los servicios de urgencia. Lo que más me llamo la atención fue la pregunta que me hicieron: "¿Es familiar o amiga de usted?". "No, simplemente la vi caerse en el vagón y la he sacado al anden". Luego me preguntaron si mantenía las constantes vitales, dije que sí, que respiraba y le latía el pulso. A los diez minutos, más o menos, llegó la asistencia médica, la reanimaron y la mujer se negó a ir a cualquier hospital, "de allí no sales", le espetó al médico enfadada. El médico se encogió de hombros, me miró y yo hice lo propio. Los tres seguimos nuestro camino.
A menudo el aislamiento al que nos vemos sometidos es fruto de nuestra timidez o nuestros prejuicios. No digo que con todo el mundo, claro, pero si uno frecuenta círculos en los que se siente a gusto, tarde o temprano conoce a personas que le son afines y, también encuentra amigos. Por ejemplo, a ti :-)
Un abrazo, compañero.
Excelente. Una pintura de nuestras apocalípticas vidas de abnegados pateadores del asfalto.
Un abrazo.
Llevo algún rato pensando sobre las similitudes del asfalto y éste líquido elemento que nos rodea...
cada uno en su habitáculo...paseándo por el vecindario más próximo...y bajando o levantando la barbilla según se "tercie" quien nos cruzamos. Frunciendo el ceño o sonriendo por lo que la vista alcanza...y a la única conclusion que llego es que aquí el hedor no se huele.
Y ante la ausencia o catarsis de uno mismo llamar a la puerta o derrumbarla nunca nos respondería de qué ocurrió tras ella.
Ya, ya sé que me he desviado del post pero sólo he tomado un atajo de la "ley" al gusto. O acaso no se es que "hecha la ley, hecha la trampa"?
Será que hoy mi traductor de emociones está más escorado que nunca.
Un beso indes-cifrable.
Olimpia.
P.D: Ojalá.
pasar y no dejar ningún rastro detrás, tal vez fuese lo más lógico y ecológico, mal que nos pese, dejar un folio en blanco para que empiece de nuevo el siguiente, oh, no, no creo que nos gustase asumirlo a todos por igual!
No es cuestión de grandes ciudades, son otros tiempos, como dice mi padre que en los suyos conocía a su barrio por nombre y apellidos. Hoy vamos mirándonos los zapatos, corriendo y hundidos en nosotros mismos. No es bueno lo que ocurre, lo sé, y también sé que es algo que se puede solucionar fácilmente, porque lo veo y conozco a gente que actua como mi padre en sus buenos años mozos.
Un beso Ybris.
Aun recuerdo cuando en las calles no había asfalto, regabas la tierra para refrescarla y compartías con el vecindario la fresca de las noches de verano, las puertas de las casas no se cerraban y conocías las penas o alegrías de todos, en los pueblos aun queda un poco de todo esto y es agradable salir a la calle y que la gente te comente o pregunte como esta tu familia.
Esta es una de las leyes que nos ha impuesto el progreso.
Abrazos
¿La soledad del asfalto o la de caminos de arena....? Es uno el que puebla la soledad o la deja felizmente desierta...
un abrazo
En el pueblo, las puertas siguen estando abiertas, la vecina entra a saludar con plato de higos o cesta de tomates, hay tertulias nocturnas en la calle y saludos a todas horas. Todo el mundo te conoce (con sus ventajas e inconvenientes).
En la ciudad, nadie te conoce, es lo mejor que tiene. Eso lo valora mejor quien ha sufrido ser conocido...
pero esta extrema soledad de las ciudades —que es real y que tanto y tantas veces sentimos todos— se puede combatir, pienso, por la simple amabilidad vecinal. no cuesta tanto, en el ascensor, preguntarle al otro por el perro o por la fatiga del día, en vez de por el machacado clima. y la sonrisa o los buenos días dados por la mañana también te hacen sentir hermano del mundo.
de acuerdo, esto sólo funciona a veces, pero estoy convencida de que es una cuestión de práctica e insistencia. no podemos aceptar que esa absurda ley pueda con nuestra vida entera: demasiado corta para ser infeliz.
Ybris, ya te habrás dado cuenta: hoy me pillas de optimista! besos y "buenos días"!
Reflexionando llego a la conclusión de que cada urbe antes ha sido algo menor, pueblo o aldea, pero con el tiempo ha ido evolucionando para adquirir esas características determinadas que la hacen ser ciudad.
¿Qué ha pasado para que cambie la gente o los descendientes que seguirían sus mismas normas sociales abiertas? Supongo que la llegada de desconocidos de diversa índole.
Aprenderían que no pueden fiarse de todos de los que no conocen los apellidos y su origen y cerrarían las puertas que, antes, durante el día, mantenían siempre abiertas en señal de bienvenida.
Un beso
Que nos quede como último sentido el del olfato para saber si alguien a nuestro lado ha muerto no sé si sería positivo. La ley del asfalto, más bien la ley de la prisa, la ley de la anulación de los sentidos que tanta aplicación lleva con nosotros da sus buenos frutos: depresiones en vez de impresiones, vacíos, en vez de llenos, asentimientos en vez de sentimientos. Sería mejor no oler, quedarnos ya sin este sentido porque no sólo la muerte de nuestro vecino puede acontecer: inmersos en muerte estamos y ni la olemos.
la familiaridad y comadreo que me ofrece el pueblecito está bien para pasar unos días o unas fiestas...el resto del tiempo sin llegar al extremo de ermitaña, casi prefiero el semi-anonimato que me ofrece el barrio de ciudad, aunque reconozco que debería existir el término medio en cualquier caso
un abrazo
las multitudes crean muchos solitarios que cantaban aquellos.. podemos culpar a la sociedad, a las ciudades o al tiempo.. pero algún día tendremos que mirar en nuestro interior.
Al parecer se acaban las vacaciones en el campo, y volvemos al asfalto...a sobrevivir
Puedes imaginarte hasta que punto me han calado estas palabras, que por desgracia, comparto firmemente.
En el fondo somos pequeñas pinceladas sin forma de un gran cuadro indeterminado. Y nadie necesita a nadie. Cada uno hace su vida, llega y se va, y nos convertimos en estaciones de paso para el mundo, y sólo con suerte, alguno se queda a esperar contigo mientras el tiempo pasa.
El día que uno se muere, tiene suerte si alguien llega a sentir su ausencia y echarlo de menos.
Un abrazo cercano
Intentamos volar para alejarnos del asfalto y no siempre lo logramos, pero no dejemos de hacer la prueba, tu escrito, como siempre, invita a la reflexión. Certero y oportuno.
Saludos,
Fue una de las razones por la cual abandonè mi gran ciudad y me vine al campo y al mar, màs tarde me ubiquè en una pequeña ciudad,
en la que no me es indiferente ni el cuidacoches de la cuadra, no puedo ser otra.
Los demàs, no sè que haràn los demàs, pero supongo que hay testimonio de gente muy solidaria, eso tienen las ciudades pequeñas en las que no se respira asfalto.
Un beso Ybris, esta vez, muy relajado, vivo exactamente en mi lugar del mundo, el que pude elegir y eso me da mucha paz.
y mira que se inventaron los ascensores a ver si así... desde casi indecentemente cerca... y ná!
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