Hace dos semanas hablaba de esa sorpresa que se traduce en muerte imprevisible para alguien que en una acera no puede saber que el autocar que se le acerca es la muerte con tus propios ojos, según el verso de Pavese: “Verrà la morte e avrá i tuoi occhi”. Eso sucede cuando el autocar se acerca, se abre imprevistamente el portón de las maletas y golpea mortalmente al peatón en la cabeza sin un solo signo que permita preverlo.
El domingo pasado tuve la vivencia personal de otra sorpresa parecida con resultado de vida y poso de advertencia y susto. Cuando recobré el aliento me daban vueltas unos versos de García Montero que ahora gloso por no dispone del libro en este momento al alcance de la mano:”pasó a mi lado sin fijarse en mí. Y el muerto del periódico no tenía mi nombre”.
Veréis, todo sucedió así, en una fracción de segundo.
Todos los domingos voy a comprar en coche el periódico hasta el pueblo cercano a la casita donde suelo pasar el fin de semana. Tengo que pasar un cruce peligroso que tiene un cambio muy fuerte de rasante hacia la izquierda visualizado con un espejo convexo de gran curvatura que permite adivinar los coches que se acercan por ese lado, aunque significativamente deformados; por la parte derecha hay una recta con buena visibilidad desde la que los coches vienen deprisa sin apercibirse casi de que hay un acceso a la calzada por el lado izquierdo. Como siempre hago, me fijé detenidamente en el espejo para percibir cualquier movimiento por el lado izquierdo: sé muy bien que cualquier coche que viniera de esta parte tendría forma de un punto diminuto creciendo vertiginosamente sobre el verde deformado de un árbol que se mantiene quieto. Todo parecía quieto y sin variaciones, así que volví la cabeza hacia el lado derecho donde sólo vi la recta sin un solo vehículo al alcance de la vista en más de quinientos metros. Volví a mirar con detención al espejo esférico y me lancé a cruzar con decisión y seguridad cruzando el lado izquierdo de la calzada para torcer inmediatamente a la izquierda, ya en mi carril correcto. Eran sólo cuatro metros hasta llegar a ese carril y yo tenía la vista puesta a mi lado izquierdo en que tendría que bajar la rasante. Justo en la línea de separación de los dos sentidos de la carretera apareció por mi derecha un coche que pasaba a toda velocidad a escasos centímetros del mío que se incorporaba. No hubo lugar a frenazos, ni a sorpresas ni a ninguna otra reacción. No se trató de un acto de reflejos que impidiera el choque. Fue sencillamente un azar de una o dos centésimas de segundo el que hizo que no chocáramos con gran violencia dada la velocidad con que el coche de la derecha se me acercó y la potencia con que yo accedía a su mismo carril. Si él hubiera ido un poco más despacio o yo un poco más deprisa habríamos chocado irremisiblemente con el más que previsible resultado de caer los dos desde el puente que imponía el cambio de rasante a la autovía repleta de coches que pasaba cuatro metros más abajo. Ninguno de los dos hizo el más mínimo gesto de ajustar nada y seguimos nuestros camino a una vida que bien podría haberse truncado inesperadamente
No recuerdo más que el vuelco del corazón al ver el coche a pocos centímetros de la parte derecha del motor de mi coche. Todavía me pregunto cómo fue posible que no viera venir ese coche después de haber mirado con la detención que siempre lo hago. Quizás estuviera pensando en otra cosa o diera por supuesto algo que no tendría por qué haberlo hecho o confundiera su apariencia con cualquier otra cosa inmóvil en la carretera o sencillamente mi subconsciente diera por cierto lo que no lo era. El caso es que no vi venir el coche al que yo me habría de aproximar irremisiblemente.
Paré en el arcén unos cien metros más adelante hasta tranquilizarme mientras se me venía como real el desastre que dos décimas de segundo impidieron que sucediera.
En las extrañas coincidencias que el azar pone en nuestro camino la vida a veces se trunca o a veces se salva. Cuando las dos salidas casi se superponen y la vida sigue te das cuenta de que aunque digas que tienes que tener más cuidado sabes que hay una espada como la de Damocles que pende sobre tu cabeza.
Soy de los que creen que tenerlo en cuenta no es amargarse sino no ser tan necio como para ignorarlo.
No volveré a pasar por allí sin mirar dos veces más a cada lado.
Pero sé que también habrá otra coincidencia imprevisible que me esté esperando como impacto o amenaza.