Las matemáticas son sorprendentemente fecundas pero el afán tradicional de reducirlas a cálculo de cuentas más que a planteamiento y discusión han hecho de ellas algo minoritario. No es fácil que la mayoría desligue las matemáticas de las tablas de multiplicar o de los absurdos problemas y ejercicios que padecimos y seguimos padeciendo cuando las estudiamos a pesar del esfuerzo denodado de algunos profesores por renovar su enseñanza.
En consecuencia no acaba de verse un horizonte luminoso para esa magna construcción del pensamiento, quizás porque para ello, como sucede con la filosofía, hay que pensar, actividad de escaso futuro dado lo poco que produce y los muchos problemas que origina.
Piénsese, si no, en el tratamiento matemático de lo infinitamente grande y lo infinitamente pequeño que a veces nos sorprende con la paradoja de que se pueda hacer una operación infinitas veces, lo que requiere un tiempo infinito, y, sin embargo, llegar a un límite finito. Según eso Aquiles nunca adelantará a la tortuga por más que todos sepan que sí lo hará.
Es entonces posible una aproximación eterna a un punto sin que jamás se llegue a él. Parece absurdo pero las matemáticas tratan esa paradoja habitualmente y han tenido que pedir a los lingüistas que construyan una palabra para ello, Asíntota, la que no coincide. Jamás llegarás a aquello a lo que tiendes pero siempre te irás acercando. Como sucede con tantas cosas de la vida: ideales, proyectos, amores, conocimientos o lealtades. Buena palabra para la poesía pero poco utilizada porque la mayoría de los poetas son “de letras” con escasas excepciones.
La realidad y los que saben aprovecharse de ella nos suministran sabrosos ejemplos uno de ellos se me viene a la memoria porque lo leí hace tiempo y ya me llamó entonces la atención. Decía, según creo recordar, que la minifalda ha demostrado que las piernas de las mujeres son interminables. Su extrema y creciente exigüidad jamás permitirá que se desvele el fondo del misterio.
Lo mismo pasa con los records olímpicos. La increíble precisión de nuestros relojes atómicos han convertido el segundo en una eternidad y han permitido la emoción de superar siempre los records sin más que medir en milésimas, millonésimas o lo que haga falta. Perfecto con tal de que no se nos confunda haciéndonos creer que las posibilidades del cuerpo no tienen límites sino que se trata de una interminable aproximación a ese límite.
Eso lo saben bien los políticos que, aunque no sean matemáticos, son capaces de hacer monumentos con los incrementos infinitesimales de los índices que pueden serles favorables: Baste con proclamar la aproximación , por ejemplo, al pleno empleo, a la vivienda digna, a la seguridad ciudadana, a la ausencia de accidentes…
Es cuestión de poner la boca grande cuando se habla de aproximación y no insistir demasiado en la infinita exigüidad del incremento de ella.
Al final resulta que vivimos con ilusión de llegar a algo que, como el horizonte, siempre se nos queda fuera del alcance de la mano.
No es magro consuelo saber que, sin embargo, nos vamos acercando.
Ni es escasa riqueza el ser conscientes de lo mucho que llena el tiempo disponible el simple hecho de no dejar nunca de aproximarse.