30.3.09
27.3.09
Una variación sobre decir te quiero
25.3.09
Fin de la crisis
Acabará un día la crisis. Eso es seguro. Y acabará como acabó la clase de tercera en los ferrocarriles españoles hace ya muchísimos años, según decíamos los escépticos:
“A la fecha señalada los que vayan sentados en las duras maderas de los asientos de tercera experimentarán el inmenso placer de poder decir con lo mismo que ya están en segunda . Los de primera tendrán que fastidiarse por no poder cambiar y tener que seguir tan en la gloria como siempre”.
El día que acabe la crisis amanecerá igual que los demás pero oiremos decir: “Señoras y señores, ya pasó todo”. Los precios comenzarán a subir, los carburantes volverán a estar más caros, los que perdieron su puesto de trabajo tendrán más fácil encontrar ahora otro peor al poder ocupar dos el espacio que antes ocupaba uno, experimentarán todos el alivio de poder gastar más de lo tienen hasta que la morosidad, la insolvencia y el embargo lo permitan. Ya podrán vender y comprar pisos excesivos al precio habitual de su burbuja, ya seremos propensos a consumir gastando más con lo mismo sin perder la sonrisa aunque no nos siga llegando a fin de mes. Podrán todos de nuevo endeudarse hasta las cejas incluyendo a sus descendientes y contando con avales de sus ascendientes.
Respiraremos entonces todos aliviados mientras al caer el día seguiremos preguntándonos por qué el alivio nuestro está supeditado siempre a que los mismos se sienten más a sus anchas mientras que los mismos tenemos cada vez menos espacio.
Y es que está bien claro que lo nuestro es la burbuja del enriquecimiento privado: todos tras las pompas de jabón y los globos de colores secundando la lucha de los grandes por quitarle clientes a la competencia en la inmensa jungla de los coches, modas, móviles, perfumes, fármacos inútiles, estéticas y joyas.
Mientras tanto observamos atónitos cómo se vacía lo público, de todos, que más necesitamos: sanidad, enseñanza, seguridad ciudadana, prestaciones sociales, justicia, vivienda digna, puesto estable de trabajo, ocio, espacios públicos.
Está claro que lo de la mayoría de abajo es andar casi siempre apretujados aguantando la holgura de la minoría de arriba.
Menos mal que algunas veces es sin crisis.
Miro el extracto de mi cuenta: 125 euros. Que no me toquen las narices mucho porque abro una cuenta en las islas Caiman y que se busquen a otro pringao para la próxima crisis.
23.3.09
Primavera sin exagerar
20.3.09
De la vida real
18.3.09
Tenaces
No es fácil socavar la tenacidad de los tenaces que se empeñan en no ceder un milímetro ante la memez, el cambio continuo, la vacuidad de una marca o la cultura de un nombre sin contenido. Su fuerza consiste en el conocimiento y la experiencia sobre la apariencia y la palabra hueca o el influjo de famosos de pantalla.
Existe, sin embargo, otra especie de tenaces que alientan su incansable labor con los pingües beneficios económicos obtenidos de su tenacidad y que constituyen un raza inagotable. Ellos, como los virus, adoptan infinitas mutaciones que les permiten sobrevivir y medrar en los medios más inhóspitos.
Yo me considero entre los tenaces del primer grupo que tratan incansablemente de automatizar lo secundario para que su ejecución no me exija más allá de una mínima parte de atención. Y así, lo automático, al margen del tiempo que ocupa, no es más que un paréntesis que, como todos los buenos paréntesis, no deben hacer olvidar el hilo de la idea principal.
La incansable astucia de los tenaces del segundo grupo, como los malos de las películas, recurre a los puntos más débiles de aquellos, tales como la incapacidad de hacer daño y su capacidad de comprensión o de sus altas miras con respecto a sus congéneres más débiles.
Supongamos que dentro de la intimidad familiar uno se propone inculcar la sobriedad, la razón y la libertad de elección, digamos, queriendo hacer ver a los más pequeños que una marca de cacao soluble es sólo un nombre o que unos cereales para el desayuno no tienen nada que ver con los animales dibujados en la caja o que el color puede ser ficticio o que no por no salir en la televisión un producto tiene que ser malo. Inmediatamente comprobamos lo difícil que es separar lo que es de lo que otros quieren que sea y tendremos que enfrentarnos a llantos, rabietas y resistencias de quienes, como más débiles, han caído en la trampa rastrera que les han tendido para minar la fortaleza de los convencidos.
Y qué vamos a contar que no se sepa de la denodada lucha que cualquier profesor tiene que entablar de continuo para intentar que sus alumnos adquieran conocimientos, procedimientos y hábitos saludables y sólidos. La batalla tiende a estar perdida de antemano ante quienes reciben más impactos publicitarios que culturales, más solicitaciones hacia lo cómodo que hacia lo difícil, más inducciones a la violencia que al diálogo, más exposición a la televisión que a los libros.
Al final uno cree percibir al fondo de todos sus esfuerzos una cierta conmiseración que se reduce a darte la razón como a los locos.
Quizás sea este el triste destino que a unos tercos nos aísla en nuestras tercas convicciones y a otros les afianza en el triunfo de su incesante labor de zapa.
Lo malo es que cuanto he mencionado de terquedad de marcas en sus discursos huecos pero efectivos acaba siendo el modelo de la terquedad con que ideologías y partidos pretenden imponerse: siempre, en el fondo, más publicidad que contenido, más forma que fondo, más palabrería que razón.
Cosa que atañe más a los mayores que a los pequeños.
Resistiremos.
16.3.09
Suma
13.3.09
De futuros y muertes
11.3.09
Día de la mujer
Que, lamentablemente, no es lo mismo, aún, que uno cualquiera.
9.3.09
De tormentas y calmas
6.3.09
Impactos
4.3.09
Juegos gratis
Gratis eran las tabas, los tacones viejos, los guijarros, los tejos, los marros, los güitos, el pañuelo y las infinitas muestras de capacidad de juego y diversión de la humanidad. El progreso nos ha llevado a la envidia de los negociantes que comenzaron vendiendo cuantos objetos fuera menester para no tener que buscar o hacer nada y acabaron haciendo contrato de suscripción para que se les pagase periódicamente por su uso patentado.
La rara habilidad de los humanos, dispuestos a jugar sin trabas domeñando la emoción fatal de las guerras y trasladando el riesgo a sus diversiones es algo tan inteligente como el arte y la escritura: conquistar terrenos, perseguir, huir, dar alcance, esconderse, pasar desapercibido, inmovilizarse, saltar, llegar a algún lugar el primero, descubrir escondites, acertar con improvisados proyectiles, golpear con destreza, bromear con la vida y con la muerte, el premio y el castigo, la libertad o la esclavitud, todas las formas de ganar o perder, vivir o morir… La historia del juego es la historia de la esperanza en la capacidad humana de colocarse por encima de todas sus limitaciones.
No es de extrañar que la habilidad de los comerciantes se haya dirigido contra la línea de flotación de esa innata habilidad de hacer un juego de las cosas que inevitablemente nos rodean y de la vida que inevitablemente nos arrastra. Resulta cada vez más raro encontrar niños que sepan lo que es la pídola, la taba, el tejo o el marro mientras aparecen cada vez más juguetes frágiles y caros en los que la imaginación barata ha perecido a manos de la cara y productiva semejanza con la realidad. Muñecos que hablan, andan o defecan con puntillosa habilidad han derrotado a sencillos objetos a los que la inagotable imaginación infantil dotaba de rigurosa similitud con la realidad.
Todo, claro, al precio de las cosas que tienen que llevar fecha de caducidad para ser rentables; al precio de la emoción que se agota en un instante de torbellino para dar lugar a la desolación de la derrota de un suelo plagado de trozos de plástico y objetos desvencijados; al precio del agotamiento del niño, incapaz cada vez más de imaginar monstruos, dinosaurios o héroes y villanos galácticos sin los ídolos con marca que los representan; al precio de un embotamiento de la capacidad de quietud, reflexión y silencio sacrificados al fragor inútil de peleas ruidosas con armas omnipotentes y letales; al precio de una intromisión constante de impactos sonoros y visuales publicitarios en los ojos y oídos ingenuos de nuestros pequeños.
Sí. A veces se siente uno desolado viendo jugar a niños en parques, recreos y patios de colegios por su capacidad de organizar juegos inversamente proporcional a la abundancia de juegos ya organizados que se les venden. Claro que no podría ser de otro modo cuando son los hábiles adultos los que dirigen la orquesta en su provecho. Los juegos de los pequeños acaban siendo como las manifestaciones de los mayores: mucho gritar y decir poco, mucho ruido y pocas nueces.