29.5.09
27.5.09
Dioses por un día
25.5.09
Ciclos
22.5.09
Ser o no ser
20.5.09
S.T.T.L.
18.5.09
Antes de decir
15.5.09
De distancias
cuando miro un paisaje, cuando escruto la noche,
cuando indago un misterio o me dejo mirar
o cuando leo un libro o me imagino algo.
Y si digo me abrasa significo
que duele a veces como pura ausencia
y a veces hiere como lo que entra
ya como puñal o como cauterio,
como lo que me enferma o como lo que sana
o lo que tanto da como me quita.
Pero hay una distancia que sobre todas prima:
la de aquello cercano imaginado lejos:
tensa cuerda en el arco o la ballesta,
muelle forzado a punto de soltarse,
impulso acumulado antes del salto,
despedida ficticia para amasar encuentros.
Debe de ser que nada que ahora tenga
ha sido mío sin haberlo ansiado.
13.5.09
Mejor no preguntar.
11.5.09
Los sonidos del silencio
8.5.09
Convivir
6.5.09
De homeopatías o alopatías
Quienes escribimos habitualmente con sinceridad intentamos siempre que ésta jamás hiera, pero tampoco engañe. Por eso siempre he procurado que quedara claro en mi perfil tanto mi lado pacífico y humorístico como el rebelde y antidogmático. Y, desde luego, también que eso no viene de hace poco, sino de hace ya unos cuantos años. No es que uno se vaya a dedicar a estas alturas a hacer proselitismo de sus convicciones sino más bien a no ser forzado a mantener una forzada conversación por parte de quien no sabe a qué atenerse con respecto a su interlocutor.
Creo que hay algo innato, o, desde luego, muy temprano, en la tendencia a oponerse a que le empujen. Quizás por ello puedo recordar desde mi más tierna edad mi afición a dar la vuelta hasta a los cuentos e inventar el cuento de los tres lobitos y el cerdo feroz tanto como a rehacer las fábulas de Iriarte y Samaniego cambiando los estereotipos de animales hasta resaltar lo amable dentro de lo pretendidamente odioso.
No es de extrañar que ante la inmoderada y terca presión del franquismo nacional-católico, antidemócrata, antirepublicano, profascista y antijudeomasónico de los años cuarenta de mi infancia, bajo la capa de sumisión propia de la inconsciencia de entonces se fuera gestando un germen de rebeldía incontenible. Quizás fuera el contacto con compañeros de otras nacionalidades durante los años posteriores a la condena de Julián Grimau el detonante de esa rebeldía: la sorpresa en los ojos del ingenuo usamericano (¿pero es que vosotros no votáis?), la sordera aparente del alemán (¿Das dritte Reich? Yo de eso no sé nada.) la ignorancia súbita del idioma francés por parte del belga flamenco que siempre respondía en neerlandés cuando se le preguntaba en francés, la resistencia a hablar de fascismo del italiano o la convicción del australiano de que nuestro globo terráqueo estaba puesto del revés y que era el hemisferio sur el que tenía que mirar hacia arriba. Lo cierto es que de la convivencia con lo contrario iba surgiendo el gusto por compartir lo semejante.
La segunda mitad de los años sesenta se me vino encima con sus insufribles No-Dos (o nodos, como ya recoge el DRAE) de proyección obligatoria antes de todas las películas, sus noticiarios conectados siempre en todas las emisoras a Radio Nacional y la opresión constante de los principios inamovibles del “Glorioso Movimiento Nacional”. Hasta mi medroso corazón, ajeno a todos los extremismos, tuvo que refugiarse en los horribles pitidos de la interceptada Radio Pirenaica, en la onda corta de las radios extranjeras, en la música y libros clandestinos, en los artículos de “Triunfo” o en el humor rebelde de “La Codorniz”.
Pues sí, más me hizo de izquierdas aquella insoportable maquinaria de propaganda nacional que nos hacia “rojos” (y puedo asegurar que apaleables) a cuantos salíamos de clase a mediodía en la Facultad de Ciencias Económicas o charlábamos en grupos a la salida de los pabellones o dudábamos de la famosa “conspiración judeo-masónica” en que el franquismo compendiaba todas las oposiciones a su indiscutible prepotencia. Porque en el fondo no se trataba de ideas sino de crear falsas asociaciones para ensalzar las virtudes de lo indiscutible.
Ha pasado ya mucho tiempo desde aquello y las circunstancias han cambiado, afortunadamente. Hoy día es todo más sutil y la presión es a veces difícilmente detectable, pero aún existe a golpe de titulares que dan por supuesto probado lo indiscutible del sistema socioeconómico vigente, que sería lo normal, mientras que los disidentes se constituyen en grupúsculos “antisistema”, extremistas o inadaptados.
Lo siento, uno ya no tiene remedio y no le conmueve la homeopatía y sus “similia similibis curantur” (lo semejante se cura con lo semejante) sino más la alopatía (y no sé si antipatía) con sus “contraria contrariis curantur” (lo contrario se cura con lo contrario). También seguramente de eso he aprendido a no empujar como a mí me empujaron.
Pero también a respetar mucho más de lo que a mí me respetaron.