29.6.07

Orden y disciplina (último)

Ayer mencionaba las palabras desolador y siniestro para calificar el panorama que venía dibujando sobre la enseñanza.

Hoy trataré de ser positivo, pero no como los felices y gloriosos finales de esas películas en que el profesor alcanza el éxito y el reconocimiento de sus alumnos, rendidos por fin a su arrollador sistema didáctico, sino partiendo de esa resignación humilde y realista con que todos nos enfrentamos a las hondas limitaciones de nuestro esfuerzo por ser consecuentes con nosotros mismos.

Comentaba anteayer que hay profesores que consiguen sin esfuerzo ninguno aparente mantener un silencio sepulcral en sus clases. Otros, como yo, sólo lo conseguimos cuando hemos suscitado el interés de los alumnos por el tema. Tras la experiencia vivida a lo largo de los años, jamás –aún en el caso de que hubiese sabido hacerlo- he querido imponer algo no razonado ni exigir algo a un alumno renuente sin hablar con él privadamente. Durante varios años –sobre todo cuando daba a clase a alumnos mayores que los que ahora tengo- acababa el curso pidiéndoles que escribieran anónimamente en una hoja su opinión sobre el curso, el profesor y la asignatura, enumerando defectos y virtudes del método empleado. Mentiría si dijera que lo que me escribían era siempre aleccionador y favorable. Bien recuerdo insultos destemplados y críticas destructivas, pero también recomendaciones positivas y apoyos incondicionados. Tres comentarios de hace ya mucho tiempo siempre han estado presentes en mí:

"Se ve que usted está convencido de lo que enseña."

"A mí no me importa que me regañen, sólo quiero que jueguen conmigo."

"Ningún orden aparente en una clase sirve para nada cuando uno se siente violentado internamente."

Seguramente es éste el último curso que dé clases y emplearé el que viene –último antes de mi jubilación- en trabajos más administrativos que de trato directo con los alumnos. No se puede evitar el recuerdo con que uno revisa tantos años transcurridos entre alegrías y sinsabores, depresiones y euforias. Supongo que cada profesor guardará de su experiencia muchas cosas que le conforten al lado de otras muchas de las que se arrepiente. Para mí siempre ha sido aleccionador el descubrimiento de que no hay alumno que no tenga dentro de sí una razón para comportarse como lo hace y que esa razón muchas veces es el comportamiento de los mayores para con él.

Acabo así entre certezas y dudas, éxitos y fracasos, satisfacciones y arrepentimientos. Nada que la vida no haya enseñado a cualquiera que haya pretendido vivirla apasionadamente.

En marzo escribí en cuatro capítulos un relato en donde divagaba por toda esta experiencia.

A él me remito hoy.

No encuentro otro modo de acabar más que con las palabras que dejaba en un comentario al último y que ahora reconstruyo:

“Nunca he renunciado a la lucha diaria hasta el agotamiento por esa gente menuda a la que en el fondo amo perdidamente como a victimas o éxitos de la estupidez o cordura de los mayores. Día a día trato de convencerme de que, como puedo recordar de los profesores que tuve cuando era pequeño, lo que enseño no es lo que digo sino la porción de alma que arrastran las palabras al decirlas.
Prueba de que aún creo en ello es que tengo el convencimiento de que volvería a repetir el camino andado si tuviera que regresar a aquel lejano 1965 en que empecé a enseñar con unas clases de griego a alumnos siete años menores que yo.
Y organizaría otra vez con ellos en clase aquella fiesta por la que casi me expulsan el día que aprendieron todos de memoria los versos de Safo: “élzes, égo dé s’emaióman, /ón d’épsyxas éman fréna kaioménan pózoi.” Llegaste, yo te buscaba, / y has refrescado mi alma que ardía de ausencia.”

No sé decir más. En este trabajo en que hay que renovarse cada día no hay otro triunfo que la constancia. El éxito o el fracaso de los resultados es algo que muy a menudo se nos escapa.

Aunque ello no nos exima de nuestra responsabilidad.

28.6.07

Orden y disciplina (penúltimo)


Añadiré sólo un poco más a lo que ayer decía sobre profesores terroríficos que padecí (“Pancho López” dominando una conjunto de más de doscientos alumnos en las prácticas diarias de cánticos patrióticos de los años cincuenta a base de bofetada limpia. “El Pelucas” atizando a los díscolos a solas tras las clases -“Ya puede usted ir diciendo que le he pegado porque será su palabra contra la mía. A ver a quién creen”) o he conocido (El Jefe de Estudios de mi Colegio en los años setenta ante una consulta a los alumnos mayores de mi tutoría sobre sus preferencias en un tema: “Déjeme usted a mí hacerles la pregunta. Seguro que si la hace usted responderán lo que menos nos interesa a nosotros”).

Hoy daré nada más el otro aspecto del terrible dilema entre autoridad/autoritarismo y libertad/libertinaje con que a diario nos enfrentamos los profesores con hechos reales tomados al vuelo de los que ahora mismo me vienen al recuerdo:

- Aparecen en medio de la calle todas las perchas arrancadas de un aula atadas con una cuerda y una dedicatoria a ciertos profesores.

- Un profesor se hunde al pisar una tabla de la tarima desclavada aposta.

- Un alumno matón, con la ayuda de otros dos adláteres, reparte su ración diaria de collejas entre sus víctimas de clase.

- Una grabación anónima de una clase aparece en una cinta anónima en el correo del Jefe de Estudios de un Colegio (nunca se supo el autor de la grabación).

- Un alumno se levanta en clase, se acerca a la mesa del profesor, se le queda mirando durante un buen rato con el codo apoyado sobre la mesa y acaba diciendo: “¿A que jode?”

- Un alumno replica a un profesor que le tilda de inaguantable: “Usted a mí también me parece inaguantable. La diferencia está en que usted me tiene que aguantar a mí y yo no tengo por qué aguantarle a usted.

- Una profesora amenaza a un alumno con avisar a su padre de su inaceptable comportamiento. El alumno replica: “Más vale que no llame a mi padre. Si viene no va a saber usted por donde se la mete” (El resto de la clase se parte de risa).

- Un alumno de once años da un puñetazo a un profesor y otro a otro profesor que se interpone, con el comentario “y ahora atreveos a tocarme con un solo dedo y aviso en casa para que os pongan una denuncia" (El proceso para cambio de Centro del alumno se prolongó durante tres meses en que hubo que aguantar –por imperativo legal- su presencia en clase).

De los ejemplos anteriores diré que los tres primeros corresponden al curso 1956-57 en la misma clase en que cursaba el entonces cuarto de Bachillerato (alumnos de 13 años).

El cuarto se refiere a un hecho de 1963 perpetrado en clase de un profesor insufrible por quien esto suscribe.

Los restantes son una muestra aleatoria de casos extremos sucedidos recientemente en mi Colegio.

Mañana intentaré concluir algo positivo sobre este desolador panorama que hoy vuelvo a plantear.

Que no quiero que todo parezca tan siniestro.

27.6.07

Orden y disciplina

Hasta el gorro estarán ya quienes me visitan con cierta asiduidad de oírme decir que me dedico a la enseñanza y que a lo largo de más de cuarenta años he perdido ya la cuenta del número de alumnos o de asignaturas que he tenido que enseñar así como de la enorme cantidad de reflexiones que dicha ocupación me ha provocado.

Supongo que en todos los trabajos la experiencia va modelando nuestro modo de ser y nuestro modo de obrar. No cometeré el error de poner mi ocupación como la más comprometida o difícil para contrarrestar la certísima opinión de que los maestros disfrutamos de las más amplias vacaciones que los sufridos ciudadanos trabajadores pueden disfrutar. Sólo diré que el objeto de nuestros desvelos plantea serios interrogantes sobre lo que uno cree que debe ser una persona formada correctamente y le coloca a uno en la continua cuestión de saber qué es lo que se puede o se debe enseñar.

Yo aquí no tengo que ser –ni quiero ser- políticamente correcto puesto que ni nadie me conoce ni nadie me puede contradecir con mis propias contradicciones. Cada uno tiene su propio carácter y sus propias convicciones y eso hace que lo que enseña y cómo lo enseña tenga su propio e inalienable matiz.

Para mí siempre ha sido un misterio ver a profesores (y profesoras) cuya sola presencia en clase provocaba un silencio sepulcral en el que se podía oír el vuelo de una mosca. Siempre los he envidiado. En mi caso el orden y la disciplina lo he tenido que ir negociando con las cambiantes circunstancias que los mismos alumnos me han deparado.

Mi experiencia como alumno me suscitó hondas reflexiones. Los años cincuenta veían con buenos ojos que un profesor partiera la cara a un alumno a la primera de cambio. Y cuando no lo hacían dejaban bien claro que podían hacerlo. Mi profesor de inglés y de latín a mis doce años se jactaba de no haber dado más que dos bofetadas: una a un alumno que le replicó irrespetuosamente y otra a ese mismo alumno para enderezarle cuando se caía de lado después de la primera. El de latín de mis trece años comenzaba el curso diciendo: “Notarán ustedes que algunos días –especialmente cuando pierde el Atlético de Bilbao- vendré a clase con pocas ganas de broma. Esos días tengan especial cuidado con lo que hacen o dicen”. Nosotros creímos que aquello era el típico farol del típico maestro dejando claro quién era el que mandaba (cosa que no era en absoluto necesaria). Pero la primera vez que vino con la cara profunda e inescrutable y –yo juraría que sin motivo aparente- levantó a pulso la mesa de madera maciza y la tiró contra el suelo en un arrebato de ira comprendimos que no había nada de farol, sobre todo después de haber visto cómo agarraba del cuello de la camisa al primero que abrió la boca después de ello. Tan inaceptable era esa actitud que yo mismo me erigí en representante del curso para formular una queja ante la dirección –todavía me entran sudores al recordarlo- por su tiránico comportamiento. La respuesta del Director dejó bien claro el muro ante el que nos enfrentábamos. “Aunque ustedes tuvieran toda la razón, no haré nunca jamás nada que ponga en tela de juicio la autoridad del profesor. Así que lo que tienen que hacer es no moverse en esa clase”. Fue un año de terror y cuando tras muchos años me enteré de que ese profesor sufría de ataques de esquizofrenia comprendí lo injusto de aquel innecesario terror.

El primer año que tuve que ir, novato aún en estas lides, a una excursión de fin de curso a Palma de Mallorca con los alumnos del entonces octavo curso de EGB iba con todo el miedo del mundo ante la terrible responsabilidad de que sucediera algo irreparable. Coincidí en el mismo hotel con un frailecillo nudoso y veterano que venía también con otro Colegio de Madrid y que, al ver mi bisoñez y mi temor ante la posibilidad de algún desastre me dijo: “Se ve que eres nuevo. Tú observa lo que hago y aprende”. Dicho y hecho. Llamó a un alumno considerado por todos, por lo visto, como uno de los más destacados miembros de la resistencia a la autoridad y le dejó en pie en el hall del hotel toda la noche. Cuando a la mañana siguiente los demás alumnos lo encontraron allí dormido en una butaca comprendieron el riesgo a que se enfrentaban si algo pasaba.

El frailecillo me dijo entonces: “¿Comprendes? Él no ha hecho nada, pero así aprenderán todos a no hacer nada y a saber quién es el que manda…

(Se me alarga esto. Disculpad. Otro día sigo)

25.6.07

Te quiero

Has pasado a mi lado
vestida de esa cirugía estética
que son los sueños.
Ya sé que no me ves,
que no imaginas cuánto cuesta
buscar palabras y decir te quiero
y que tú entiendas que te quiero.
Quizás porque hemos olvidado
los años de soñar
en la rubia belleza de los cuerpos distantes.
Ahora han llovido muchos años ya
sobre nuestra costumbre compartida
y no es fácil mirarnos a los ojos
y demostrar rendido nuestro orgullo.

Es verdad. No hay palabras
con que poder decir te quiero.
Sólo queda la mano entrelazada
e imaginar ‑¿recuerdas?-
antiguas añoranzas y proyectos;
ese alzarse de nuevo cada día
con los ojos cargados de deseo.

Cada día, no obstante,
en esa fiebre que me acosa al alba
sigo buscando palabras
para poder decirte que te quiero
y que tú entiendas que te quiero.

22.6.07

Cosas que pasan


Cuando vienes, poema,
quiero un mar de silencio para ahogarme.
Cuando te vas deseo
un eco tuyo que confunda el día.

Y así entre ahogos y deseos vivo
preguntándome a veces mientras tanto
quién soy cuando no pasas y te busco
o quién cuando ni pasas ni te busco.

20.6.07

Notas al margen


Mi presencia en la blogosfera es, sin duda, una mirada fecunda, curiosa y agradecida a un extraño mundo entre virtual y real ante el que me presento a diario con la curiosidad del explorador, con la humildad del alumno y con el agradecimiento de quien recibe más de lo que da.

Vuelvo sobre ello en estas reflexiones como quien teme no expresar adecuadamente la enorme sorpresa que le supone ver cómo el mundo no está limitado a la apariencia interesada de lo que los medios de comunicación nos presentan. Veo aquí mucho de lo que un veterano como yo hubiese querido expresar a la edad, que se me antoja por término medio temprana, que la mayoría tenéis; también –como profesor hablo- mucho de lo que uno hubiese querido conseguir de los innumerables alumnos a los que ha intentado enseñar algo de lo que veía o creía ver.

Sin embargo, limitaciones de tiempo, de capacidad o de sensibilidad me impiden estar a la altura del esfuerzo que veo en vuestras páginas y del que no quisiera parecer ignorante.

Me explico:

Paso por páginas de cuidadoso diseño donde, sobre hermosas palabras, se exhiben fotos preciosas, se ofrecen músicas sentidas, se presentan vídeos sorprendentes, se alternan formas y coloridos agradables, se comentan cariñosamente los comentarios, se encadenan amables discusiones, se derrama a raudales el consuelo y la comprensión…

Los contemplo cuidadosa y cariñosamente y, a pesar de que procuro dejar en ellos más un agradecimiento que un cumplido, el tiempo avaro no siempre ayuda a hacer justicia a quienes, sin duda, han puesto un esfuerzo en su entrada que quizás no demuestre haber reconocido convenientemente.

Hoy, en esta espacio que los miércoles intento dedicar a la prosa, quisiera dejar claro que aprecio en los cuadernos que frecuento la alegría de todo cuanto contribuye a hacerme agradable la visita curiosa y fructífera a vuestros ámbitos, a cuyo lado mis letras se me antojan desoladas y ásperas.

Igualmente claro quiero dejar que lamento no comentar los comentarios que amablemente me hacéis y a los que, de buena gana, daría más tiempo del que dispongo; que siento no haceros más agradable vuestra visita aquí con un poco más de arreglo ambiental y que quizás no manifieste adecuadamente la admiración que siento por quienes demostráis –algunos ya con tres años de veteranía en este mundo- la constancia del esfuerzo diario o casi por acompañarnos a todos.

Y para que no me remuerda demasiado no expresar lo que a veces no digo, aquí lo consigno como prueba de que soy consciente de mis limitaciones tanto como de vuestros méritos.


Baste por hoy. Gracias a todos por vuestra compañía y ánimo también a todos para seguir.

Por lo menos mientras el tiempo nos sea dignamente favorable.

18.6.07

Más sobre el tiempo

En esta gris labor de zapa contra el tiempo
apenas si pensamos muchas veces
en que no es enemigo el tiempo inexorable.
Los días laten al compás de vidas
y es el ciclo vital el que le obliga.
Los latidos pausados de la piedra,
el lentísimo guiño de los astros,
la inmensa rueda de las aguas...
definen otro ciclo en el que apenas
somos un suave pálpito, ligera distorsión,
un rizo apenas en la undosa ola
que quizás sea sólo un límite entre dos latidos:
un universo túrgido que vive
y muere para dar lugar a otro universo.
Pasamos como un sueño
poseídos por ciclos
de los que sólo aramos
una ligera costra de miradas.


15.6.07

Breshit (Génesis)


Al principio era todo un gran vacío...

El viento de la noche ulula sobre el caos.
Y yo le dije:”No se haga la luz”
y la luz no se hizo.
Y a las aguas de arriba dejé con las de abajo.
Junté la tierra con el mar.
Obligué a las semillas a la espera.
Quité a los animales el nombre de los hombres
y bajé las estrellas al abismo.
Tomé luego un puñado de silencio
y le sorbí el aliento de los dioses.
Me coloqué después en su vacío
y me grité: “Ahora estás solo.
Busca a tientas la nueva soledad
en la que puedas encontrarte a gusto
y llenarte de alguien a quien halles”.

Y así me muevo al viento de un otoño
que haga amarillear
las hojas del tozudo calendario.
Busco la voz en tanta sed
que me haga oír a otro buscando.
Y cuando al fin le encuentre
le dejaré en regalo mi deseo,
mi ausencia y mi silencio...
y tomaré sus manos y su cuerpo

para seguir buscando.

Para seguir buscando.

13.6.07

El juego de las ocho

May me pasa El juego de las 8

Reglas del Juego:

1. Cada jugador(a) comienza con un listado de 8 cosas sobre sí mismo.


2. Tienen que escribir en su blog esas ocho cosas, junto con las reglas del juego.


3. Tienen que seleccionar a 8 personas más para invitar a jugar, y anotar sus blogs/nombres.

4. No olvides dejarles un comentario en sus blogs respectivos de que han sido invitadas a participar, refiriendo al post de tu blog: "El Juego".

Aunque ando un poco espeso últimamente intentaré no declinar la invitación con mi mejor buena voluntad.

1) Me levanto a cualquier hora a la que me despierte con tal de que el reloj (con luz, por supuesto) marque más de las dos. Ya hace tiempo le dediqué a este hecho unas líneas:

Está claro que no nos gusta
que un ritmo ajeno nos despierte
a esa hora que a él le place.
Por eso mi despertador
me despierta a la hora que le mando.
Pero para que no me digan
que me gobierna una maquinita
me levanto bastante antes de que suene.
O sea, duermo poco para vivir dormido.
Que es justo lo que necesito
para que nadie nunca me controle.

Ni siquiera el tiempo.


2) Cuando voy en coche por carretera no puedo evitar el utilizar las consonantes de las matrículas de los coches que veo para formar palabras añadiendo sólo vocales (vale también en otros idiomas)

3) No puedo evitar el retener las letras de la matrícula más reciente de los coches que veo. Por cierto que la última que tengo retenida es FRH

4) Me encanta de vez en cuando, durante el recreo en el colegio, bromear con algún alumno fijándome en su pelo hasta que me pregunta si pasa algo y yo entonces le digo: “Creo que tienes un pelo pegado a la cabeza”

5) Disfruto diciendo a mi nieta (de dos años): “Ponte a mi lado para que te moleste” y para que ella entonces empiece a pedir socorro : “!Abuela. El abuelo quiere molestarme!” .


6) Leo todos los días el periódico, pero tengo que tener cuidado de saltarme la página donde constan los “fallecidos hoy en Madrid” porque no puedo resistirme a contar los que han muerto con una edad igual o menor que la mía.


7) No me gustan los libros nuevos. En cuanto empiezo con uno le hago anotaciones al margen y lo doblo para forzarle la encuadernación y que parezca muy usado.


8) No me gusta comprometer a nadie. Por eso me paso un montón de tiempo haciendo cosas que otros harían mejor que yo pero que no me atrevo a pedírselas.

Así que aprovecharé lo dicho en 8) para quebrantar la regla de las ocho víctimas que debieran continuar el juego para pasársela a una sólo, a María Manuela (que vale por ocho) y que sé de buena tinta que se presta al juego.

Si otros quieren seguir…

11.6.07

Vengarse del tiempo


Preparo mi venganza contra el tiempo
con un cuidado denso y exquisito.
Y será lo soñado su fiel ejecutor:
esa orgullosa construcción de humo
que nos habrá de conducir al fuego
de lo que nunca hemos tenido.
Que nunca el tiempo puede arrebatarnos
aquello que jamás ha sido nuestro.

8.6.07

Odi et amo

El odio o el amor son dos aspectos
de una misma y extraña realidad
marcada por el límite de un “aunque”
al que precede y al que sigue algo:
otras dos realidades de signo diferente.
Llamemos A a la parte que adoramos
y la que toleramos sea B.
Si A va antes que B nos amaremos
y si B antes que A nos odiaremos.

Lo que resulta misteriosa es
la fuerza que nos mueve a intercambiarlas.


6.6.07

Otra Feria del Libro


Hace un año escribía en este mismo cuaderno:

“Hay citas a las que uno se somete como a un rito. Como siempre la única duda es el buscar la tarde menos polvorienta, la hora más propicia, el cielo más encapotado que acaso pudiera dejarnos su clemencia de sombra y su dulce amenaza de lluvia en nuestra piel.

Sí. Hay citas que ya son reto a nuestra propia capacidad de permanencia, de lealtad y de constancia porque uno descubre el claro trecho que de un año a otro va poniendo su capa de sal en nuestros pasos, la espalda un poco más dolorida, los ojos más miopes, el ánimo más cerca del polvo del paseo, el cuerpo más rendido a la derrota.”

Este año tampoco hemos faltado, pero ha habido diferencias: las seis de la tarde en El Retiro de Madrid era un tiempo acogedor y suave. Las espléndidas fotos de Philip Plisson, este año sobre el mar, adornaban el marco de los libros e interpelaban a los visitantes en su pausado caminar. Nuestra nieta de dos años de mirada tan limpia como su sed de libros y su palabrería incipiente y ávida estaba entusiasmada de que la hubiésemos llevado en metro a ver cuentos. Inmediatamente comprendimos que nuestra búsqueda programada de títulos iba a tener otros derroteros inapelables habida cuenta de la imposibilidad de que la escasa estatura de la niña le permitiera ver lo que tanto deseaba.

Afortunadamente un puesto de lúcidos libreros de literatura infantil había dispuesto un sistema de tarimas escalonadas para que los niños llegaran a ver y a manejar los libros. Allí el tiempo se detuvo y se hizo infinito sobre ellos. “Léemelo, abuelo” –decía una y otra vez. Porque, curiosamente, el rito de la lectura para ella consiste en que yo vaya leyendo mientras señalo la parte de los dibujos que corresponde y ella va marcando con su dedito las letras que se imagina que dicen lo que yo leo. Cuando yo me paro, ella repite la última palabra que he dicho y apunta al azar a letras para ella aún incomprensibles mientras deletrea como si leyera.

No hubo remedio posible más que dejar a los mayores seguir su rumbo mientras yo me metía con ella en la carpa de lecturas infantiles habilitada en el centro. Allí, como una temprana Helen Keller explorando la secreta relación entre palabra y significado me iba trayendo un cuento tras otro de las estanterías para que se lo leyera.

Las nueve de la noche impusieron el fin del rito dejándonos pendientes muchas cosas.

Yo volveré otra vez, a solas conmigo y con mi tiempo a buscar algo más para perderme mirando.

Y mientras tanto formulo en el tiempo mi deseo de que la parte inmensa del mismo que a mí me supere lleve hasta los confines de este siglo un recuerdo borroso de este claro hoy que pueda mi nieta dejar en los ojos de la suya.

4.6.07

De músicas y paisajes

Un sonido no es música
más que cuando emborrona su contorno
y se funde con otros precedentes,
actuales o futuros.
Y no es eso sólo. Ha de sembrar
una onda en el surco tembloroso
que aramos quedamente en soledad.

Cuando el árbol no es árbol
y las nubes son lágrimas del aire
teñido del amor que transporta sus labios
por los íntimos huecos de la tierra,
entonces eres tú más que tus ojos
y es tu palabra más que el aire que devuelves.

Cuando duele volver de la mirada
o del tacto que abrasa nuestra piel,
tú y lo tuyo se han hecho
más que sonido y luz, latido o mano.
Es música o paisaje.
Eres tú sobre ti.
Ese sueño que vence tu existencia.

1.6.07

Distancias

Mi enemigo ha guardado
mis palabras no dichas,
mi tiempo de ternura aherrojada,
mis besos nunca dados
y mis lágrimas muertas.

En los días más tristes, cuando el viento ulula,
me inyecta su recuerdo
para que nunca olvide
la distancia que media
entre mi patria azul y mi plomizo exilio.