29.2.08

Bisiestos: de cuatro en cuatro


En este día extraño
hecho a retazos con las horas huérfanas
que no cupieron en ningún febrero
nunca pude evitar profundas reflexiones.
En mil novecientos noventa y dos
aún callaba de esperanza ingenua
tras una despedida consumada
y otra sospechada e irremediable:
“¡Cuánto dolor en la vida!
¡Cuánto quebranto en los sueños!
Sólo amor hace pequeños
los dolores de una herida.”
Cuatro años más tarde me decía:
“descubro que no el odio,
sí la amistad teñida con la muerte
me ha hecho caminar al más allá
huyendo de las sombras
que hicieron de la vida mi destierro”.
Con el cambio de siglo así escribía:

“Sólo sufrir está en el borde
en el que ya no puedes soportar.
El alma en él se resquebraja
en ahogo de silencio y soledad
porque es el peso demasiado intenso.
Estamos en el límite de nuestra actual derrota.”
Reflexionaba el año dos mil cuatro:
“En todo este misterio intento poner orden
antes de descifrar lo más sencillo:
lo que antes existía
y lo que quedará tras nuestra marcha.”
Y este año, por fin, en mi silencio
que ahora aquí desvelo:
“Cuando termine el día,
la pregunta diaria que me hago
de si otra vez volveremos a vernos
tendrá la duda más acentuada
porque no se me escapa
que hay días más difíciles que otros
para quedar a vernos y cumplirlo”

25.2.08

Dualidades

Por ti me partiría en dos mitades,
cuerpo fiero que así me desafías:
un sexo sin pudor que derramara
sus ansias de vivir o de entregarse
al ciego instante de un placer sin rostro
buscando nada más mi propia dicha
y unos ojos, si cabe, aún menos pudorosos
que anclaran a otro amor la sed que me consume
hasta que sólo viera
las mismas sendas por las que camina
para andar sin reservas
los mismos fracasos o triunfos.

Y después de pensarlo me planteo
si acaso la dicha no estuviera
en que ese sexo de un instante
y esos ojos eternos se mezclaran
en otra nueva vida sublimada.
Y así reconciliado allí uniría
mi falta de pudor y mis miradas
en una única etapa que sumara
sin grietas ni reservas
las vidas que aquí ahora combinamos.

Entonces todo quedaría
en un orgasmo inmenso y sin fronteras,
eterno en cuanto eterna sea
mi busca de placer:
eterno en cuanto eterna sea
la dulce cercanía
entre la propia búsqueda y la ajena

22.2.08

Lluvia en los cristales

A veces se quisiera
atar el corazón a esa melancolía
de las ventanas húmedas.
El frío del cristal contra la frente,
el húmedo rebote de las gotas
en las sucias rodadas de los coches
y el vacío veloz de las personas
que salpican de prisa las aceras.
Huir entonces fuera,
a la gris soledad de los cantiles
o a la pálida luz del sotobosque.
Sentir que aún vivimos
en la cálida ausencia que llevamos
clavada en el vacío de las manos
y en el peso del cuerpo que nos lastra.

20.2.08

El amor en los tiempos del cólera

Mía me propone un imposible: hablar del amor de Florentino Ariza y Fermina Daza a través de la palabra única e imponente de Gabriel García Márquez en su El amor en los tiempos del cólera. Si se hubiese tratado de Romeo y Julieta, Tristán e Isolda o Ulises y Penélope no me habría sentido tan dolorosamente incapaz como ante estos dos personajes.

Sin embargo me he decidido a reflexionar, siquiera superficialmente, sobre ellos –más con palabras del autor que con las mías- para permitirme el gusto de volver sobre esta obra y leerla de corrido con el placer que siempre se tiene de encontrarse con la prosa inigualable del Nobel colombiano y con su peculiar mirada ante el amor como destino que se sostiene hasta el final de la vida y alcanza su realización en unos puntos suspensivos que se pierden como el barco fluvial en fingida cuarentena río arriba y río abajo en un remedo de tiempo eterno.

En vano buscaremos las palabras altivas que hablaran del amor en términos estentóreos. Es algo mucho más sencillo. La vida presenta a la pareja una servidumbre recíproca: “Ni él ni ella podían decir si esa servidumbre recíproca se fundaba en el amor o en la comodidad, pero nunca se lo habían preguntado con la mano en el corazón, porque ambos preferían desde siempre ignorar la respuesta.”

Los problemas en la vida de pareja no surgen de espantosas e inaceptables infidelidades sino de la constatación de la falta de jabón en la jabonera del baño, un incidente que da la oportunidad de “evocar otros, muchos otros pleitos minúsculos de otros tantos amaneceres turbios. Unos resentimientos revolvieron los otros, reabrieron cicatrices antiguas, las volvieron heridas nuevas, y ambos se asustaron con la comprobación desoladora de que en tantos años de lidia conyugal no habían hecho mucho más que pastorear rencores.”

La vida separó a los dos por unos motivos inconscientes de Fermina Daza que sólo tardíamente se explicitaría: “Es como si no fuera una persona sino una sombra. Así era: la sombra de alguien a quien nadie conoció nunca.”

Ella se casa con otra persona a quien no ama pero con quien convive sin reservas hasta el último momento en que él muere en un accidente y ella “Le rogó a Dios que le concediera al menos un ins­tante para que él no se fuera sin saber cuánto lo había querido por encima de las dudas de ambos, y sintió un apremio irresistible de empezar la vida con él otra vez desde el principio para decirse todo lo que se les quedó sin decir, y volver a hacer bien cualquier cosa que hubieran hecho mal en el pa­sado.”

Florentino Ariza guarda el secreto de su amor como en un cofre y no había de revelarlo jamás, no porque no quisiera abrir ese “cofre donde lo había tenido tan bien guardado a lo largo de media vida, sino porque sólo entonces se dio cuenta de que había perdido la llave.”

Mientras ella vive su matrimonio como quien se entrega a un ineludible destino él se pierde en interminables amores con cuantas mujeres se ponen a su alcance. La viudez de Fermina Daza le llega a su conocimiento cuando, más allá de los setenta, le sorprende en medio de sus amores a quien abandonará inmediatamente en cuanto le llega la noticia.

Muy ancianos ya los dos acabarán encontrándose no como quien retoma una vida sino como quien descubre algo nuevo que no puede ni debe anclarse en el pasado.

Él comprende que “todo tenía que ser diferente para suscitar nuevas curiosidades, nuevas intrigas, nuevas esperanzas, en una mujer que ya había vivido a plenitud una vida completa.”

Ella se plantea: “Es increíble cómo se puede ser tan feliz durante tantos años, en medio de tantas peloteras, de tantas vainas, carajo, sin saber en realidad si eso es amor o no”.

Lo cierto es que al final llegan al auténtico amor: “Ni Florentino ni Fermina se dieron cuenta de cómo se compenetraron tanto: ella lo ayudaba a ponerse las lavativas, se levantaba antes que él para cepillarle la dentadura postiza que él dejaba en el vaso mientras dormía, y resolvió el problema de los lentes perdidos, pues los de él le servían para leer y zurcir. Una mañana, al despertar, lo vio en la penumbra pegando un botón de la camisa, y se apresuró a hacerlo ella, antes de que él repitiera la frase ritual de que necesitaba dos esposas. En cambio, lo único que ella necesitó de él fue que le pusiera una ventosa para un dolor en la espalda.”

No se sentían como novios recientes y menos como amantes tardíos. “Era como si se hubieran saltado el arduo calvario de la vida conyugal, y hubieran ido sin más vueltas al grano del amor. Transcurrían en silencio como dos viejos esposos escaldados por la vida, más allá de las trampas de la pasión, más allá de las burlas brutales de las ilusiones y los espejismos de los desengaños: más allá del amor. Pues habían vivido juntos lo bastante para darse cuenta de que el amor era el amor en cualquier tiempo y en cualquier parte, pero tanto más denso cuanto más cerca de la muerte.”

Lo más profundo del sentimiento que García Márquez escribe sobre los dos ancianos es el final del libro tras la mirada del capitán del barco en un viaje interminable y repetido: “miró a Fermina Daza y vio en sus pestañas los primeros destellos de una escarcha invernal. Luego miró a Florentino Ariza, su dominio invencible, su amor impávido, y lo asustó la sospecha tardía de que es la vida, más que la muerte, la que no tiene límites. —¿Y hasta cuándo cree usted que podemos seguir en este ir y venir del carajo? —le preguntó.

Florentino Ariza tenía la respuesta preparada desde hacía cincuenta y tres años, siete meses y once días con sus noches.

—Toda la vida —dijo.”

18.2.08

Segundo aniversario

Ignoro qué virtud es la constancia
pero me la he tomado muy en serio
acaso porque el tiempo no permite
que pruebe ya más cambios sin futuro.
Hace dos años escribía
que vine, vi y fui vencido
pero sin poder quedarme,
quizás porque a los solitarios toque
tratar de descubrir qué es lo que somos
antes de lo que son los otros.
Al fin sí me he quedado, aquí, desconocido,
prendido de la magia de personas
mirando entre sus versos, sus razones
su modo de mirar o sus locuras.
No hago otra cosa que lo que hice siempre:
levantarme temprano y escribir
hablando nada más conmigo mismo.
Ahora hablo tras leer a otros
y puedo asegurar
que el alba cada día
tiene el tibio sabor de la tertulia.

15.2.08

Ayer día de los enamorados

A cierta edad ya no es posible enamorarse
a no ser en cámara lenta.
Cuando el pasado extiende ante tu cuerpo
logros breves y extensas decepciones
si no quieres caer en pasados errores
comprendes que necesitarías
tener a mano tres eternidades:
una para mirar hasta el deseo,
otra para poderlo desnudar
y una última para recorrerlo.
Si el tiempo acaso nos resulta corto
nadie podrá quitarnos el placer
del diseño cabal y minucioso.
Si el fin ha de venir
que al menos nos sorprenda
sin miedo a perecer en el intento.

13.2.08

Mañana día de los enamorados


Tal como se nos presenta viene a ser más bien el día de regalar algo a quien queremos que sepa que le queremos y, como tal, un día mimado por los Grandes Almacenes para vendernos lo que sea bajo amenaza de quedar por los suelos. Visto así más se siente uno inclinado a omitir la fecha para no ser manipulado por quien nos podría decir lo poco que queremos a quien ya ni siquiera le dedicamos un detallito.

Yo, afortunadamente, crecí y me eduqué, lo mismo que mi pareja, en tiempos en que esa fecha era desconocida y por eso andaré algo ajeno a tal celebración sin sentirme coaccionado por las circunstancias.

Pero la verdad es que hoy me levanté con el sonsonete de aquel bello soneto de Lope:

  Desmayarse, atreverse, estar furioso,
áspero, tierno, liberal, esquivo,
alentado, mortal, difunto, vivo,
leal, traidor, cobarde y animoso:
  no hallar fuera del bien centro y reposo,
mostrarse alegre, triste, humilde, altivo,
enojado, valiente, fugitivo,
satisfecho, ofendido, receloso:

huir el rostro al claro desengaño,
beber veneno por licor süave,
olvidar el provecho, amar el daño:
  creer que el cielo en un infierno cabe;
dar la vida y el alma a un desengaño,
¡esto es amor! quien lo probó lo sabe.

Pensaba en la profundidad del amor de una persona que, después de haber sido un auténtico mujeriego y haber renunciado a todo para ordenarse sacerdote, aún es capaz de enamorarse en los últimos años de su vida de Marta de Nevares a la que cuidaría con profundísimo afecto después de quedarse ciega y enloquecer los dos años que tardó en morir. Quiero pensar que fue entonces, durante los siete años que la sobrevivió donde mejor pudo comprender lo que era verdaderamente el amor y donde quizás hubiera suscrito el sentimiento de los versos finales del soneto de Quevedo:

"su cuerpo dejará, no su cuidado;
serán ceniza, más tendrá sentido;
polvo serán, mas polvo enamorado".

Consultaba yo hoy el Drae para constatar cómo no está recogido enamorarse y sí el transitivo enamorar, aunque se acepta también la forma pronominal del verbo. Pensaba en los caminos que el idioma recorrió hasta dar con la palabra basada en el amor (del que dice el diccionario: “Sentimiento intenso del ser humano que, partiendo de su propia insuficiencia, necesita y busca el encuentro y unión con otro ser.”) en-amor-ar como quien cae irremediablemente en ese intenso sentimiento.

Un poco más abajo el diccionario recoge ya por fin la expresión hacer el amor en el sentido de copular. Dos aspectos, afortunadamente, inseparables del amor.

Son contradictorias las reflexiones que una persona tan mayor como yo se hace cuando intenta retroceder cuarenta años y rememora aquel impacto inesperado y brutal de unas palabras dichas por una buena amiga: Me he enamorado de ti que le llevaron del dulcísimo desasosiego hasta el matrimonio. La cotidianeidad de los treinta y tres años transcurridos desde entonces, con todos sus altibajos y el profundo conocimiento mutuo que la convivencia impone, han hecho raro el detalle de una profunda afectividad que a veces se imagina uno más una rendición que un acercamiento.

Algo que un día, a buen seguro, cuando uno de los dos ya se haya ido definitivamente, vendrá a doler intensamente.

Como duelen siempre las palabras debidas y no dichas.

11.2.08

Insomnio


Falla a veces el alba
y el día se hace noche de cansancio.
Como si alguien hurtara la esperanza
y tendiera un océano de párpados vencidos
sobre el blanco comienzo de la ruta.
Se hace duro seguir
bajo el peso infinito de las huellas
sin mano piadosa que borrara
el plomo del recuerdo o del fracaso.
Sobre un comienzo derrotado
la temblorosa voz de la constancia
falsea el aire con su son cansado:
"Levántate del mar que te encenaga.
Toma tu noche y anda".

8.2.08

Elogio de la tozudez

Lo más importante de las cosas
quizás sea la absurda tozudez
con que nos muestran una y otra vez
la eternidad. Las flores olorosas,

el mudo pastizal, las temblorosas
pulsaciones del agua tras el pez.
Todo pasa veloz. Su placidez,
empero, como el brote de las rosas,

se repite. Quizás otra mirada
vuelva al cabo del tiempo tras la nuestra
a sentir la dureza de la roca

y el palpitar del verde en la enramada
o a leer este verso que le muestra
que queda la palabra, aun sin boca.

6.2.08

Obispos y obispos

Recientes acontecimientos político-religiosos incitaron mi curiosidad por desempolvar un libro de 1966 que un buen amigo holandés con quien por entonces intercambiaba aprendizaje de idioma me hizo llegar en aquellos tiempos lejanos en que tenía que prepararme para intentar enseñar, como decía el clásico exagerado, “de omni re scibili et de quibusdam aliis”, de cuanto puede saberse y algunas cosas más. Se trataba de “De nieuwe Katechismus”, un catecismo “compilado por encargo de los obispos holandeses por el Alto Instituto Catequético de Nimega en colaboración con otros varios”.

Acostumbrado a los catecismos clásicos que padecimos aquello parecía una liberación.

Desgraciadamente, como todas las cosas que me atraían, los dogmatismos de unos lograron arrinconar y exiliar a cuantos se esforzaban por dar al catolicismo unas formas nuevas. Los más conservadores aplastaron esas formas basadas en las personas con otro catecismo asentado en los dogmas.

Aún a sabiendas de que aquello fue reprobado y silenciado no me he resistido a leer en el capítulo correspondiente a Iglesia y Estado: “La obediencia a las leyes de la sociedad es un deber para con Dios… no porque las autoridades hayan sido nombradas por Dios sino porque Dios ha puesto en el hombre, además de crecer obedientes a los mayores, el vivir con lealtad hacia una u otra comunidad civil y la autoridad elegida por ella.” (No dispongo de ninguna traducción castellana y lamentaría –tras tantos años de olvido- haber equivocado algo la interpretación).

Con estas ideas no es extraño que esté en desacuerdo con las declaraciones de la Conferencia episcopal, no porque opinen sino porque más que una opinión parezca una pretensión por erigirse en norma de una doctrina que muchos otros no saben o no pueden exponer (de dos sólo he oído).

Aunque estoy ya bastante lejos de cualquier iglesia y mi dios viene a ser ya una metáfora poético-musical con el que dialogo en verso y melodía solamente para lamentarme de muchas cosas, si yo fuera obispo católico infiltrado en la Conferencia Episcopal diría:

Como católicos cristianos nuestro objetivo es la felicidad de todas las personas. Contribuyamos a ello dignamente participando con nuestro voto en las elecciones democráticas votando a aquellos partidos que

mejor respeten a todas las personas
menos ideas políticas excluyan
más tengan en cuenta a los marginados
menos condenen a los débiles
más se opongan a la guerra y a toda violencia
más respetuosas sean con el medio ambiente que administramos
más favorezcan el derecho de todos al trabajo, la justicia, la vivienda, la sanidad y la educación
menos toleren la corrupción
más propensos sean a pedir disculpas por los errores
más se fijen en el fondo que en la apariencia
más dispuestos estén a eliminar del dolor de toda vida hasta el final
mejor enseñen a todos a ser buenos ciudadanos…

Pero justo por eso yo jamás sería tolerado como obispo católico ni tengo interés en infiltrarme entre Camino y Rouco. Yo sólo lo hubiera hecho quizás con obispos como Nicolás Castellanos, Casaldáliga o Romero. Y, además no me gustan las sotanas ni los solideos y no sería capaz de imitar el tono de aquellos –tan seguro- cuando hablan.

Por mí que hablen todo lo que quieran mientras no hagan callar a cuantos de entre ellos no están de acuerdo.

4.2.08

¿Enamorarse?

Deseas a menudo enamorarte
cuando te hartas de contemplar tu ombligo
y tratas de romper las ataduras
que ligan tu destino a tu ceguera.
Pero después no sabes
de qué es mejor enamorarse
si del sueño de un cuerpo o de un cuerpo soñado.
Bajo el soplo inclemente de los años
te inclinas a soñar y a ser soñado
en lugar de abrazarte a la tibieza
de otro cuerpo entregado que te abrace.
Sabes que puedes disolver los sueños
porque el hueco que dejan al marcharse
tan sólo a ti te duelen al borrarlos.
Lo que no es explicable
es el ciego destino que siempre nos condena
a disolver lo amado.

1.2.08

Línea del horizonte


Nadie en la línea recta en que se acaba
la fuerza de mis ojos.
Tiro de piedra azul desperdiciado
sólo para saber cuánta distancia
abrasa el día que al mirar me quema.
Las velas que me faltan, las montañas,
la copa enhiesta de verdor al cielo
me convocan como aire de sal en el desierto.
Y así la vida como el tiempo
son la estrella elevada que me falta
y no la línea ambigua de la tarde
que tanto pesa,
tanto pesa.