28.9.07

Sin palabras


Todo lo debes al silencio
que urge al alba la presión del día.
Tú sólo pones el vacío
que te regala al despertar la noche.
Todo lo debes a la aurora
que te ha excavado con sus surcos hondos
las ciegas grietas a que huyen
la muda sal y la humedad del llanto.
Todo lo debes a algún hueco
que surge al filo de una ausencia blanca
tendido fiel como la cal
del ancho muro que se ofrenda al alba.
Todo lo debes a la nada
entreverada en una grieta informe
que sólo se abre como flor
entre tu sueño y la fatal vigilia.
Todo lo debes al olvido
de todo lo que luego te hace otro.
En esta hora siempre hay nada,
silencio, olvido, ausencia y un vacío.

26.9.07

A Marceau con un dedo en los labios

El silencio tiene a veces la implacable y sutil forma del susurro, del tenaz golpeteo de la gota o del zumbido incomprensible que anida en las fronteras de los vientos. Has cerrado los ojos muchas veces tratando de escucharlo y has descubierto que en el fondo es tu propio corazón el que marca el ámbito en que todos los silencios crecen y te invaden. Lo mismo que la luz que hiere por su ausencia cuando entras en una cámara oscura, la extraña sensación que te invade al entrar en una cámara anecoica o al sumergirte en la profundidad de las aguas te enfrenta contigo mismo y con el inmenso veneno del ruido que infecta todo nuestro cuerpo. Es allí donde te preguntas por el extraño misterio que cifra la búsqueda y el encuentro con el mundo del silencio.

Mucho más difícil de entender y mucho más difícil de expresar es ese silencio que habla con el gesto del cuerpo del rostro o de las manos. Se trata en el fondo de un milagro que sólo se descubre como tal en el impacto que a veces nos hiere cuando se nos clava dentro. He mirado muchas veces el rostro y el cuerpo de Marcel Marceau y su Bip y no he llegado nunca a saber la razón de que un movimiento, una quietud o movimiento de manos digan a voces lo que a la palabra tan a menudo se le niega. Sentir el viento o dibujar la lágrima y la sonrisa, crear el vuelo y hablar sin palabras del dolor y del gozo son misterios que sólo se abren a la expresión de muy pocos elegidos.

De entre todos los elegidos sólo él para mí ha conseguido el imposible de morir como quien entra triunfante en el mundo más callado del misterio.

Quede aquí como homenaje esta impotente y ruidosa palabrería:

Quiso ver más que nadie y lo logró
y supo ver lo que nadie oía.
Quizás ahora conozca
la leve distinción o el parecido
que la muerte construye
entre el ser y el no ser,
el querer, el poder,
el vivir, el morir,
la palabra, el silencio
o el liviano rumor de nuestros pasos.


24.9.07

Otro equinoccio

Extraños juegos en la altura
de los ojos perdidos en medio de equinoccios
que a todos llevan a las hojas,
las del sur que verdean, las del norte que caen:
Imaginarte al lado de alguien que te quiere
y te viene de cerca o desde lejos,
a quien no le da miedo tu silencio
o escucha tus palabras
y a quien dejas tu mano y te la acepta
hasta hacer de su tacto compañía;
y esbozar después los versos
que sonaran más dulces en sus labios
cuando te los repita:
“Olvida el tiempo que hasta aquí te trajo
y sueña en otro que de aquí te lleve;
haz de mi cuerpo incólume visión
de un peregrino en busca de otro cuerpo”
Después de susurrárselo muy quedo
para que pueda repetírtelo antes de marcharse
tú le contestarás: estoy aquí
y aunque sigas buscando
sabrás que alguna vez lo has encontrado.

Cuando termina el juego
te dices que quizás hayas ganado
horizontes más amplios
sin que puedas saber
si hablabas de tu cuerpo ya cansado
o soñabas en otro que acaso te aguardaba.

21.9.07

Mensajes


Abro al alba el buzón de mi consciencia
y hallo siempre mensajes del pasado:
el niño aquel que ya perdiste
pero dejó sus huellas,
aquel adolescente con ganas de escuchar
el rumor de la sed que me dejara
con las ganas de más,
y aquella madurez
en la que aún me encuentro, según creo
y va dejando ya señales de cansancio.
Los leo siempre como si fueran nuevos:
Para el último tramo todo se necesita
principalmente si no quiero
acabar mi camino derrotado
y si quiero creer que hay tiempo aún
para dejar mensajes al futuro.

19.9.07

Más azares

Hace dos semanas hablaba de esa sorpresa que se traduce en muerte imprevisible para alguien que en una acera no puede saber que el autocar que se le acerca es la muerte con tus propios ojos, según el verso de Pavese: “Verrà la morte e avrá i tuoi occhi”. Eso sucede cuando el autocar se acerca, se abre imprevistamente el portón de las maletas y golpea mortalmente al peatón en la cabeza sin un solo signo que permita preverlo.

El domingo pasado tuve la vivencia personal de otra sorpresa parecida con resultado de vida y poso de advertencia y susto. Cuando recobré el aliento me daban vueltas unos versos de García Montero que ahora gloso por no dispone del libro en este momento al alcance de la mano:”pasó a mi lado sin fijarse en mí. Y el muerto del periódico no tenía mi nombre”.

Veréis, todo sucedió así, en una fracción de segundo.

Todos los domingos voy a comprar en coche el periódico hasta el pueblo cercano a la casita donde suelo pasar el fin de semana. Tengo que pasar un cruce peligroso que tiene un cambio muy fuerte de rasante hacia la izquierda visualizado con un espejo convexo de gran curvatura que permite adivinar los coches que se acercan por ese lado, aunque significativamente deformados; por la parte derecha hay una recta con buena visibilidad desde la que los coches vienen deprisa sin apercibirse casi de que hay un acceso a la calzada por el lado izquierdo. Como siempre hago, me fijé detenidamente en el espejo para percibir cualquier movimiento por el lado izquierdo: sé muy bien que cualquier coche que viniera de esta parte tendría forma de un punto diminuto creciendo vertiginosamente sobre el verde deformado de un árbol que se mantiene quieto. Todo parecía quieto y sin variaciones, así que volví la cabeza hacia el lado derecho donde sólo vi la recta sin un solo vehículo al alcance de la vista en más de quinientos metros. Volví a mirar con detención al espejo esférico y me lancé a cruzar con decisión y seguridad cruzando el lado izquierdo de la calzada para torcer inmediatamente a la izquierda, ya en mi carril correcto. Eran sólo cuatro metros hasta llegar a ese carril y yo tenía la vista puesta a mi lado izquierdo en que tendría que bajar la rasante. Justo en la línea de separación de los dos sentidos de la carretera apareció por mi derecha un coche que pasaba a toda velocidad a escasos centímetros del mío que se incorporaba. No hubo lugar a frenazos, ni a sorpresas ni a ninguna otra reacción. No se trató de un acto de reflejos que impidiera el choque. Fue sencillamente un azar de una o dos centésimas de segundo el que hizo que no chocáramos con gran violencia dada la velocidad con que el coche de la derecha se me acercó y la potencia con que yo accedía a su mismo carril. Si él hubiera ido un poco más despacio o yo un poco más deprisa habríamos chocado irremisiblemente con el más que previsible resultado de caer los dos desde el puente que imponía el cambio de rasante a la autovía repleta de coches que pasaba cuatro metros más abajo. Ninguno de los dos hizo el más mínimo gesto de ajustar nada y seguimos nuestros camino a una vida que bien podría haberse truncado inesperadamente

No recuerdo más que el vuelco del corazón al ver el coche a pocos centímetros de la parte derecha del motor de mi coche. Todavía me pregunto cómo fue posible que no viera venir ese coche después de haber mirado con la detención que siempre lo hago. Quizás estuviera pensando en otra cosa o diera por supuesto algo que no tendría por qué haberlo hecho o confundiera su apariencia con cualquier otra cosa inmóvil en la carretera o sencillamente mi subconsciente diera por cierto lo que no lo era. El caso es que no vi venir el coche al que yo me habría de aproximar irremisiblemente.

Paré en el arcén unos cien metros más adelante hasta tranquilizarme mientras se me venía como real el desastre que dos décimas de segundo impidieron que sucediera.

En las extrañas coincidencias que el azar pone en nuestro camino la vida a veces se trunca o a veces se salva. Cuando las dos salidas casi se superponen y la vida sigue te das cuenta de que aunque digas que tienes que tener más cuidado sabes que hay una espada como la de Damocles que pende sobre tu cabeza.

Soy de los que creen que tenerlo en cuenta no es amargarse sino no ser tan necio como para ignorarlo.

No volveré a pasar por allí sin mirar dos veces más a cada lado.

Pero sé que también habrá otra coincidencia imprevisible que me esté esperando como impacto o amenaza.

17.9.07

Pensamiento


Te has parado y piensas.
Sin lógica divagas en esa indiferencia
de la gota que cae por un cristal
o la nube que forma al viento sus caprichos.
Flotar, hundirse o ir ‑vilano ante los vientos‑
es el solo recurso de las horas rebeldes
al curso de la historia. Y el cuerpo se abandona
a la laxa quietud, al sopor o la huida.
Cuando vuelves, a veces, tu mundo ha florecido
y sientes otra vez que el suelo te sostiene
y que aún hay voces tibias rozando tus oídos.

14.9.07

Penumbras

Te pierdes en la luz
y en la sombra te encuentras.
Ojalá una penumbra permitiera
perderte o encontrarte según lo necesites.
En todos los caminos pasa igual
cuando es la duda la razón más válida.
Entonces te conformas con moverte
sin saber si el camino es adecuado
o es disculpa nada más
para seguir andando.

12.9.07

Crepuscular

Aunque es el alba el ámbito más acogedor en que te encuentras a gusto tienes una deuda que pagar antes de acostarte, unas veces contigo y otras con aquellos para los que no encontraste las palabras que tu avaro corazón se avergonzó de pronunciar.

Los más hondos resquicios de la tarde han dejado sus huellas en tus ojos. Y no eres tú tan sólo el que te llenas, porque el hondo crepúsculo te dice al corazón la más lata nostalgia de todo lo que fue sin realizarse o de todo lo que es y clava su dolor en las miradas.

Al borde recortado de los montes le robas la distancia que acerca las rocas a los cielos, el roce de las nubes más cercanas y el cárdeno arrebol con que el día se despide y deja hueco a la noche acogedora.

El verde es todavía llamada hacia la paz que necesitas y el resto de un abrazo que abarca las miradas de quienes no conoces. En ellas crees distinguir anhelos e ilusiones, larvados sentimientos que unas veces hieren y otras acarician.

El viento sentido como mar y como olas en las copas y las ramas de lo árboles o como humilde saludo en el cimbreo efímero de las hierbas aferradas a la tierra o como sólido soporte al vuelo de las mariposas que te acunan trae a tu piel el tacto de otras palabras que extraños azares entrelazaron con las tuyas.

Apenas te queda ya adivinar el exacto guiño de la estrella que jamás falta a su cita como prueba fiel de que hay algo lejano e infinito en donde tu pequeñez se hace más grande y se contiene.

Cuando has culminado ese rito de comunión con la tierra, la vida y el cielo el instante en que te escapas hasta el sueño no es la huida solitaria del cobarde sino la enorme plenitud de haberte sentido un poco más humano.

La prueba de que aún llevas las riendas de una vida que acaso un día te derrote, pero que tu confías en que no sea por rendición ni por cansancio sino sólo por ese fin que ya desde el comienzo siempre has aceptado.

10.9.07

Fantasmas


Porque no quiero estar yo solo ante la lluvia
y el manto ceniciento de las nubes
entre el alba y mis ojos,
he convocado a todos mis fantasmas.
Y han venido. Vestidos unos
con la túnica gris de la nostalgia,
otros tras el cristal de lejanas presencias
y los otros, por fin,
orlados del dolor de no haber sido.
Les he dicho: sentaos a mi lado
mientras veo subir la niebla ante mis ojos
y escuchadme en silencio.
Son fieles mis fantasmas.
Sólo dejan un algo de amargura
cuando buscan mis manos
sus manos espectrales.
También a veces un sabor a lágrima
como de ausencia.
Pero siempre la inmensa compañía
de quien sólo precisa ser llamado
para dejarse ver
a poco que te mires hacia dentro.

7.9.07

Pavarotti

La tierra se llevó
la sombra de tu cuerpo
mas no pudo llevarse
la luz ya derramada,
el sonido inmortal
clavado ya por siempre
en la cierta emoción
de las alas sin tierra de tu voz.
Los que sabemos bien
el áspero sabor
del corazón de piedra
jamás olvidaremos
las húmedas cosquillas
del eco de tu son en nuestros ojos.

5.9.07

Azares

No se sabe por qué extrañas razones uno tiende a creer que las cosas que suceden se van anunciando en las anteriores de tal manera que resultan siempre previsibles. Por eso uno se va disponiendo a afrontar los sucesos de la vida como si se tratara de un lento crecimiento o de una fructificación debida.

Después de la tempestad viene la calma. Amanece tras la noche. Cae una fuerte lluvia después de que el cielo se fuera cubriendo de densos nubarrones. Un huracán se va formando gradualmente en el golfo de Méjico. Hay una amenaza en el gesto que luego acabará en agresión o una sonrisa precediendo a un abrazo.

Sin embargo no siempre es cierto y la sorpresa hace que la vida dé un vuelco del todo inesperado sin ninguna razón y sin ningún aviso. C. se parece mucho a mí en punto a timidez y reserva y nunca exterioriza sus emociones. Con su escasa edad ha ido acumulando una experiencia dolorosa que no es frecuente encontrar junta:

“Vine anoche de dar una vuelta con mis amigos y me despedí de ellos. Sin previo aviso ni sin dejar la más mínima sospecha de que le pasara nada, X subió a su casa y se tiró por la ventana”

“¿Te acuerdas de mi amigo Y? Ayer se salió de la carretera y se ha matado”

“A mi compañero Z le han detectado una leucemia mortal”

Ayer añadió una más:

-No me esperéis a comer.
-Pero… siempre avisas cuando ya está todo preparado.
-Ya pero es que V acaba de morir y tengo que acompañar a su hija…
-Pero…¿Cómo es posible si estaba perfectamente?
-Ya. Estaba en la acera. Pasó un autocar y se le abrió inesperadamente el portón de las maletas le dio de lleno y lo lanzó contra la pared y ha muerto instantáneamente. El conductor del autocar ni siquiera se dio cuenta.

Estas cosas inesperadas deben suceder con mucha frecuencia pero siempre le dejan a uno con ese rarísimo sabor de un cómo es posible la inmensa diferencia que media entre un instante y el siguiente.

Aunque uno sabe que también hay instantes de felicidad que nos invaden por sorpresa, hoy me toca escribir de algo que prefería que no hubiera sucedido.

Ya me gustaría que hubiera sido un relato imaginario, pero no lo ha sido y este hecho real me ha borrado de la mente otro que tenía pensado para ponerlo hoy aquí. Disculpad que lo aplace para otro día.

3.9.07

Cerca

Un dogal sobre el cuello de la vida,
un muro en mitad de la distancia.
A duras penas avanzamos
hacia el único fin que nos convoca.
Por suerte algunos ojos han sembrado
pequeños cuencos a las lágrimas
y al tibio ardor que a veces nos sorprende.
Por eso tantas veces desistimos
de alzar al horizonte la mirada
y aferramos con ansia los momentos
como gotas perdidas en un mar.
El suave dormitar nos ha vencido
en una lámina de paz ciega y cercana.
Sencillamente estamos
sin saber si se mueve el aire
del lejano horizonte cuando el sol
se pone en lontananza.